El Universal

Cuando se entraba al cine con todo y coche

Los autocinema­s llegaron de Estados Unidos a México para disfrutar del cine al “aire libre”. En los 60, en la capital había al menos cuatro; hoy sólo hay uno que rescata este concepto

- MAGALLI DELGADILLO Y MIDORY SALINAS www.eluniversa­l.com.mx Lee el texto completo en la web

La señora Sofía Alcántara no recuerda qué película fue a ver con su familia cuando visitó, por primera vez ese enorme sitio, pero sí la emoción provocada por el lugar iluminado con una gran pantalla, los focos de los autos y las estrellas.

A principios de la década de los 50, en México se hicieron conocidos los grandes estacionam­ientos, donde el público ingresaba en automóvil, hacía fila para ver una “peli” al “aire libre”.

El primero de estos sitios del que se encontró registro en esta casa editorial fue el Autocinema Lomas, inaugurado el 2 mayo de 1950. En el anuncio de la apertura decía que era el “primero en América Latina”. A diferencia de los siguientes, los cuales aparecería­n nueve años después, este fue el más elevado en precio: ocho pesos por pareja (por cada adulto extra se debía pagar dos pesos más y por niño, un peso).

Las visitas a estos lugares dependiend­o de las posibilida­des de cada familia, podía resultar poco frecuente. Corina Cabrales solía asistir en la década de los 60: “El precio era por auto sin importar cuánta gente fuera. Pagábamos cerca de 15 pesos, un costo razonable, si tomas en cuenta que un cine normal cobraba cuatro o cinco pesos por persona”, dijo en entrevista.

El Autocinema Satélite se inauguró el 1 de noviembre de 1959. Dos años después, el 5 de enero de 1961, surgió el Autocinema del Valle. El precio en ambos casos era de 12 pesos.

Sin embargo, era al de Lindavista al que siempre acudía la familia de la señora Sofía, quien lo describe como grande y con una dulcería surtida.

Cuando ella no pasaba a la tienda antes de la función, esperaban a los jóvenes de servicio que les ofrecía, en la comodidad del asiento de su auto, algunas golosinas. Llevaban casi de todo: palomitas, muéganos, refrescos, helados… “Vendían cosas novedosas. Había productos difíciles de encontrar”, recuerda Sofía Alcántara.

En Estados Unidos, en la década de los 30, el audio de las cintas era resuelto con bocinas montadas en la pantalla, pero eso provocaba un sonido muy fuerte para los espectador­es en primera fila y para las personas de los últimos lugares era casi imposible escuchar. Posteriorm­ente, en 1941, crearon unos altavoces que se colgaban en las ventanas y se podía modular el sonido, de acuerdo con el libro Una genealogía de la pantalla de Ismael Márquez.

Las instalacio­nes, el sonido y las proyeccion­es, por lo menos en el de Satélite, para cada vehículo había “una caja (como la de los buzones de cartas), la cual era bocina, por cierto -agrega- se escuchaba fatal y si no funcionaba, pues ya no escuchabas nada y sólo podías leer los subtítulos de las películas, si es que tenían”, comentó en entrevista Levy Seth Trujillo.

Eliel Salinas asistía sólo por la experienci­a y porque, después del cine, era el segundo lugar donde se podían ver imágenes a color. En la década de los 60, no todas las personas podían acceder a una televisión.

Esta nueva forma de “ver cine”, no hubiera sido posible sin el experiment­o de Richard Hollingshe­ad, quien al intentar incrementa­r las ventas de lubricante­s automovilí­sticos, inventó un nuevo concepto en Nueva Jersey, Estados Unidos.

Él reunió público en un lugar de servicio, donde también se pudieran ver filmes. El 6 de junio de 1933 puso en marcha su “planeación mercantil” y realizó la invitación :"Toda la familia es bienvenida, sin importar lo ruidosos que sean sus niños".

Esa noche, por el pago de 25 centavos por auto, el público pudo ver la comedia Wives Beware (1933), dirigida por Fred Niblo.

No existe un registro oficial sobre el cierre de estos lugares en México; sin embargo, en las páginas de EL UNIVERSAL el último autocinema en dejar de anunciarse fue el de Satélite en 1991. Por lo cual, se cree que fue el fin de estos sitios en la capital.

¿Las razones? Comenzaron a surgir más salas, por ejemplo, “cuando abrieron cines en Plaza Satélite, la gente dejó de ir al autocinema”, recuerda Corina Cabrales y también, en la década de los 80, llegaron las videocaset­eras a México, es decir, el cine en casa. Actualment­e sólo existe uno de estos lugares en la ciudad: Autocinema Coyote, inaugurado en 2011 por cinco socios. Tiene dos sucursales: en Polanco e Insurgente­s. El costo es de 250 pesos por coche. La propuesta fue “transforma­r el concepto del cine de hoy en día”, mencionó en entrevista una de las copropieta­rias, Jacqueline Kajomovitz. Para ellos fue importante rescatar la nostalgia y lo retro, porque dice que entre los jóvenes había esa necesidad de ver cine de una forma diferente.

Jacqueline Kajomovitz menciona que en este sitio el pasado siempre se encuentra presente gracias a la decoración y la venta de comida rápida. “Realmente es meterte en un lugar, un túnel que te remonta a esa época”, pero utilizando los beneficios de la era moderna como es la tecnología.

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Autocinema Satélite en los años 60 visto desde periférico norte, Santa Mónica. Hoy aquí hay una tienda de autoservic­io.
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El Autocinema Coyote surgió en 2011 y tiene dos sedes: Polanco e Insurgente­s.

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