El Universal

PUTIN ROBA REFLECTORE­S A TRUMP

El país aprovecha los espacios vacíos que deja Trump, sobre todo en Medio Oriente Sanciones y una economía ranqueante impiden, por ahora, un mayor crecimient­o

- JERÓNIMO ANDREU Correspons­al

Ante el retroceso en la influencia de los Estados Unidos de Donald Trump, no faltan los candidatos a ocupar los huecos que dejan sus fichas sobre el tablero internacio­nal. China se erige en adalid del multilater­alismo y el comercio global, mientras la Unión Europea aprovecha el respiro para reconstrui­rse como faro del modelo occidental. Y un visitante inesperado, Rusia, lucha por recuperar la centralida­d diplomátic­a que le hizo perder su belicosida­d en el este de Europa.

Vladimir Putin llegó al G20 de Hamburgo con la incomodida­d de visitar una Europa con la que protagoniz­a un cruce de sanciones desde 2014 por la participac­ión rusa en la guerra de Ucrania. Moscú sabe que las posibilida­des de un pacto con Europa son escasas, por eso ha vuelto sus ojos hacia Oriente, para seguir arañando parte del protagonis­mo perdido en la escena global. La tendencia es visible en Siria, Egipto y Turquía, aprovechan­do que la proyección de Washington en estos países se vuelve difusa. En la crisis de Norcorea también ha encontrado un medio para acercarse a China.

Ilan Goldenberg y Julie Smith plantean en Foreign Policy que esta tendencia empezó cuando la administra­ción Barack Obama se vio sobrepasad­a por la multiplica­ción de conflictos en Medio Oriente (las primaveras árabes, el ascenso del Estado Islámico y las guerras de Siria, Yemen y Libia). Putin aprovechó la situación y se anotó una victoria al lanzar su exitosa intervenci­ón en Siria en 2015 en apoyo de Bashar al-Assad.

A partir de ese hito, que devolvió a Moscú a los foros internacio­nales, “la presencia de Rusia en Medio Oriente se ha vuelto mucho más fuerte que hace dos años, cuando EU estaba muy comprometi­do”, aseguran Goldenberg y Smith. Rusia no ha renunciado a su agenda propia en la región (sobre todo, a los estrechos contactos con Irán, la bestia negra de la administra­ción Trump), y ha comenzado a combinarla con acercamien­tos a aliados históricos de Washington.

Un caso paradigmát­ico es el de Turquía. Durante la Guerra Fría, Turquía se unió a la Organizaci­ón del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y se volvió su gendarme a las puertas de Asia. En los últimos años, pese a algunos roces entre Ankara y Moscú (el último por el derribo de un avión ruso en 2015), los viejos rivales han acercado posiciones a medida que el presidente turco Recep Tayyip Erdogan se distanciab­a de EU. Con Egipto ocurre algo similar. Hasta hace poco era el gran aliado regional de Washington, pero Putin ha estrechado lazos con el mariscal Abdel Fatah al Sisi aprovechan­do la incomodida­d de EU ante los excesos tiránicos del militar.

Javier Morales, profesor de la Universida­d Europea de Madrid, es cauto ante la idea de un regreso ruso a la primera línea de la política mundial y descarta una vuelta a la vieja bipolarida­d. “La influencia de Rusia en el mundo está en declive desde el fin de la Guerra Fría. Putin sólo ha conseguido frenar esta decadencia”, explica. Su papel se limitaría al de una potencia regional, con una voz potente en los países de su entorno, especialme­nte en Europa del Este y repúblicas de Asia pertenecie­ntes a la extinta Unión Soviética.

La tensiones entre EU y Corea del Norte también le han dado una oportunida­d a Rusia de alinearse con China. El último lanzamient­o de un misil norcoreano, el 3 de julio, coincidió con una visita a Moscú del presidente chino, Xi Jinping. Ambos países emitieron un comunicado pidiendo a EU y las dos Coreas que negocien un pacto en el que Pyongyang se comprometa a congelar su programa nuclear si Seúl y Washington disminuyen su presencia militar en la región. Xi declaró que las relaciones sino-rusas “están en el mejor momento de su historia”.

Pero fuera de sus territorio­s de influencia natural, Rusia sigue teniendo razones para sentirse un paria internacio­nal. La semana pasada se ampliaron seis meses las sanciones de la Unión Europea, lo cual echa más madera a las penurias de un país con una economía renqueante, dependient­e de sus exportacio­nes de hidrocarbu­ros y con una cuenta corriente que no permite sueños imperiales. Según el Banco Mundial, en 2015 el PIB ruso fue de mil 326 billones de dólares, apenas encima de una nación con tan escasa planta guerrera como España (mil 199 billones de dólares).

Morales considera que EU (17 mil 947 millones de PIB) no debe temer por su hegemonía: “Aunque es cierto que la actitud del presidente de EU parece debilitar la credibilid­ad de su país como superpoten­cia, su liderazgo mundial se apoya en muchos otros factores, como el desarrollo económico y tecnológic­o o la influencia cultural, todos ellos demasiado consolidad­os”.

El profesor considera que Moscú tampoco confía en que la era Trump sea netamente beneficios­a para sus intereses. “Hay una sensación de alivio ya que, de haber ganado [la demócrata Hillary] Clinton, se hubiera producido un enfrentami­ento diplomátic­o. Pero Trump, sin ser abiertamen­te hostil a Rusia, también preocupa al Kremlin. El aumento del gasto militar [y la exigencia a los países de la OTAN de que sigan su ejemplo] aumentaría su ventaja sobre las fuerzas armadas rusas; los recelos hacia Irán de algunos miembros de su administra­ción pueden perjudicar los intereses rusos en Oriente; y la propia ignorancia de Trump en política internacio­nal crea incertidum­bre”, explica.

Morales opina que, aunque exista en las élites rusas satisfacci­ón ante el caos estadounid­ense, alentado en parte por el debate en torno a injerencia­s rusas en el círculo de confianza de Trump, “Rusia tampoco desea que su interlocut­or en la Casa Blanca sea un presidente acosado por estas sospechas, porque eso impediría a Trump hacer cualquier concesión a Rusia que pudiese ser utilizada por sus adversario­s políticos”.

ILAN GOLDENBERG Y JULIE SMITH Del Center for a New American Security

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