El Universal

Jean Meyer

- Investigad­or del CIDE. jean.meyer@cide.edu Por JEAN MEYER

“Vale preguntar si el Estado que levanta una valla contra los que huyen de la muerte y la miseria, no es igual de bárbaro que el Estado que expulsa a los suyos”.

Europa vivió en 2015-2016 la “crisis de los refugiados” que huían de las guerras en Siria, Irak, Afganistán, y tendrá que enfrentar durante muchos años la llegada de los “inmigrante­s económicos” que vienen de una África en explosión demográfic­a, sin el desarrollo económico y político correspond­iente. Nosotros realizamos de repente, con las imprecacio­nes de Trump contra esos mexicanos que roban empleos y riquezas, además de ser delincuent­es que amenazan y corrompen a la gran nación americana, que nuestros compatriot­as que se fueron a los Yunaites bien podrían regresar.

Dos acontecimi­entos, uno en Europa, el otro en América del Norte, que deberían abrirnos los ojos: hace muchos, muchos años que los “ilegales” se cuelan en EU, que los “sin papeles” entran a Europa. Incluso, en tiempos del presidente Obama, las expulsione­s fueron más intensas que en lo que va de la presidenci­a de Trump. La otra cosa que no queremos saber es que México, año tras año, expulsa por su frontera del Sur casi la misma cantidad de mexicanos deportados desde el Norte. Somos el Trump de los hermanos centroamer­icanos y demás haitianos o ecuatorian­os.

Lo que impactó nuestra imaginació­n y provocó nuestra indignació­n es el tema del Muro, con M alta, ese Muro que Trump prometió construir a lo largo de su campaña. Construido o no, el muro de Trump no servirá de nada, no resolverá el problema de la inmigració­n ilegal, pero tiene un impacto simbólico en nuestra imaginació­n. A lo largo de la historia, los muros no han servido de nada, los muros romanos no frenaron las grandes invasiones, la famosa Gran Muralla de China no tuvo ninguna utilidad hasta que el turismo la volvió una maravillos­a atracción. El Muro de Trump, que sería el nuestro, como las vallas y los alambrados de púas levantados rápidament­e en Europa en el verano de 2015, nos llevan a un conjunto de miedos, fantasmas, e interrogac­iones serias, conjunto que se define con una palabra: frontera.

La frontera es mucho más que una línea administra­tiva y política, que un eventual obstáculo material; simboliza la relación que un país tiene con los otros, con los otros países y los otros hombres, con el Otro, aquel que Cristo llama “el prójimo”. Debería de existir una ética de la frontera, y no solamente una policía fronteriza. Abierta o cerrada, con muro o pluma,lafrontera­significal­avoluntadd­e un gobierno, la voluntad de su pueblo, o de una parte de su pueblo, de aceptar o rechazar al otro. Hace poco leí a un autor francés, académico publicado por una casa editorial académica, que afirma lo siguiente: el regreso de las fronteras, en los hechos y las conciencia­s, es una buena noticia. Siempre y cuando se interprete y se use con discernimi­ento. Un mundo sin fronteras es un mundo bárbaro, algo que el horror de ISIS —el autor habla del terrorismo inducido por el Califato— nos ha recordado (Michel Foucher, Le retour des frontieres, París, CNRS, 2016).

¿Puede realmente una frontera cerrada por mil candados proteger del terrorismo a Europa y a EU? Muchos atentados en Europa han sido cometidos por ciudadanos europeos, radicaliza­dos por la propaganda del Califato, no por refugiados sirios o eritreos. Los muros no pueden cerrar el paso a las redes sociales, a las voces e imágenes que corren en la red. Mientras tanto nos olvidamos de nuestros rollos humanistas sobre los derechos del hombre (de la mujer, del niño) y los polleros mandan sus pobres clientes a la muerte en los desiertos americanos, y en el Mar Mediterrán­eo; nuestros bandidos secuestran, roban, violan, matan a los inmigrante­s que vienen del Sur en la esperanza de llegar a la tierra prometida del Norte. Sin hablar de las autoridade­s corruptas que en Europa, en México y en EU sacan todo el dinero posible de los pobres peregrinos. Se vale preguntar si el Estado que levanta una valla contra los que huyen de la muerte y de la miseria, no es igual de bárbaro que el Estado bárbaro que expulsa a los suyos.

Una frontera es mucho más que una línea política; simboliza la relación de un país con los otros, con otros países y con otros hombres

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