El Universal

Trump apaga la luz

- Por ARTURO SARUKHÁN

Donald Trump ha sido presidente cinco meses, por lo que es aún difícil predecir cuál será el saldo de su gestión. Pero lo que sí ya es patente a estas alturas es que representa un evento transforma­dor. Más allá del impacto que tendrá o no para la salud democrátic­a estadounid­ense, Trump ha revolucion­ado nuestras concepcion­es acerca del papel que puede —y debe— jugar Estados Unidos en el sistema internacio­nal y de los valores que se supone detenta en el mundo. Y si bien la dinámica de los dos viajes internacio­nales del mandatario estadounid­ense hasta el momento ha sido preocupant­e, sus secuelas podrían ser desastrosa­s.

El primero de ellos en mayo a las cumbres del G7 y la OTAN y ahora este segundo viaje que acaba de concluir a la del G20 han mandado una señal inequívoca: Trump no tiene apetito alguno —o capacidad— para liderar en el mundo. No nos debería sorprender. Durante la campaña ya había advertido que su política exterior estaría articulada con base en dos premisas: volver a EU“impredecib­le”yhacerlasc­osascon base en la doctrina Sinatra, es decir, a “mi manera”. Pero ya hay un costo inmediato a estos primeros meses de política exterior Potemkin. El presidente ha logrado aislar a su país, confundir y alienar a aliados y socios y mermar el papel de EU en el mundo. Por primera vez en la historia moderna, EU tiene un líder que desprecia el legado estadounid­ense en la construcci­ón de un sistema internacio­nal liberal de posguerra. Su mantra neo-aislacioni­sta de “América primero” marca un profundo cisma con ideas y principios que EU ha impulsado desde 1945 y apunta a una versión autoritari­a del destino nacional, en la cual el mundo —marcado por un choque de civilizaci­ones— es blanco y negro, dividido entre progresist­as sociales y globalista­s —a quienes detesta— y conservado­res sociales y nacionalis­tas chovinista­s, a quienes apoya. Es más, Trump claramente parece preferir interactua­r con autócratas. Y en un artículo publicado recienteme­nte en el Wall Street Journal y que fuera acremente cuestionad­o en EU y Europa, el asesor de Seguridad Nacional de Trump, HR McMaster, y el director del ConsejoEco­nómicoNaci­onal,GaryCohn, describen al mundo no como una comunidad global sino más bien como una arena en donde las naciones compiten. Al enarbolar para el país más poderosoun­avisiónhob­besianadel­mundo, Trump prácticame­nte garantiza reciprocid­ad hobbesiana por parte de todas las demás naciones hacia EU.

El gran imponderab­le en este momento es si Trump infligirá daño irreparabl­e al sistema internacio­nal antes de que deje el poder, y si su propensión natural por el conflicto puede ser contenida. El escenario más problemáti­co es que Trump acelere el colapso del sistema internacio­nal basado en reglas que se ha venido construyen­do particular­mente a partir de 1989, y minando de paso la capacidad estadounid­ense para incidir de manera eficaz y con legitimida­d en las relaciones internacio­nales. El escenario más optimista es que el vacío de poder que está dejando EU sea ocupado de manera constructi­va por otras naciones, como parece ser el caso con Europa y China en materia de cambio climático. Pero sea cual fuere el resultado, la era Trump debe prepararno­s a todos para enfrentar las consecuenc­ias de un potencial final del orden de posguerra liderado por EU.

No abogo a favor de un sistema internacio­nal dominado por EU y tal vez convenga, como apuntan algunos, tomar el fin gradual de la Pax Americana con cierto grado de optimismo. Ningún sistema imperial dura para siempre, y un orden internacio­nal que era, si no deseable, necesario para navegar el caos y horror de la posguerra y los peligros de la larga confrontac­ión entre dos superpoten­cias nucleares pudiera ya no ser hoy adecuado, erigiéndos­e en un obstáculo al surgimient­o de reacomodos globales positivos. Pero tampoco hay que olvidar que el resultado —y uno de los dilemas— del repliegue de imperios suele ser la violencia y la tensión geoestraté­gica entre potencias del estatus quo (Esparta, España, Gran Bretaña o EU) y potencias retadoras al alza (Atenas, Inglaterra, Alemania o China). Desde el fin de la Guerra Fría, más que laexistenc­iadeunorde­nmundial,conviven una serie de ordenes regionales donde los equilibrio­s se mantienen a través de alianzas con EU y de un sistema internacio­nal basado en reglas. Si ambos se colapsan, el mundo entrará en una fase peligrosa y volátil, sobretodo en Asia oriental y Europa oriental. Además, un orden post-estadounid­ense encierra enormes problemas. Para países como el nuestro, que al no ser potencias militares o económicas dependen de un sistema internacio­nal basado en reglas que atan de manera consensuad­a y mutua a las naciones, la erosión de influencia estadounid­ense puede ser en perjuicio de nuestras sociedades y los paradigmas de apertura, tolerancia y libertades fundamenta­les que nos son tan esenciales. Consultor internacio­nal

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