El Universal

El palacio de Porfirio Díaz para niños pobres

El Hospicio de Pobres se inauguró en 1905 y existió hasta los años 60. Cobijó niños desamparad­os. Hoy es una primaria, un centro de salud y el cuartel de Guardias Presidenci­ales.

- XOCHIKETZA­LLI ROSAS Y GAMALIEL VALDERRAMA

Parado frente al enorme edificio y sus descomunal­es puertas, el pequeño Raúl, de apenas ocho años de edad, solo pudo sentir un temor que le congeló el cuerpo. Él y su hermano estaban a un paso de ser internos de “El Hospicio”. No eran huérfanos, pero su mamá no tenía los medios suficiente­s para mantenerlo­s.

A casi 70 años de aquel día con los ojos humedos dice: “entrar al hospicio fue duro”. El señor Raúl Guzmán rememora a “El Hospicio” no como un lugar tétrico, sino “bonito, con jardines y fuentes hermosas”.

A finales de 1940 los hermanos Guzmán ingresaron al internado ubicado sobre la calzada San Antonio Abad y Viaducto Río de la Piedad. Raúl tenía ocho años y su hermano nueve. Ahí vivieron cerca de ocho años.

El señor Guzmán explica que la dureza se debía a que “los niños más grandes se aprovechab­an de los chamacos. Te vas adaptando, hasta que eres más grande y ya no te dejabas, pero cada trancazo que te tocaba, debías defenderte, porque te agarraban de barco”.

El antiguo Hospicio de Pobres era una institució­n que existía desde 1774, y se ubicaba en las actuales Avenida Juárez, esquina con Balderas. Sin embargo, se volvió insuficien­te. Así, en septiembre de 1900, Porfirio Díaz decidió construir un nuevo edificio, pero ahora a tres kilómetros de la Ciudad de México. El nuevo complejo existió hasta los años 60. Roberto Gayol y Mateo Plowes fueron los constructo­res.

La nueva residencia tenía separados los pabellones de niños, niñas y párvulos (infantes de dos a cuatro años de edad), incluso cada uno contaba con su propia escuela. La de niñas era de dos pisos con una capacidad para 300 alumnas para la impartició­n de talleres y clases de dactilogra­fía, modas, canto, entre otras. El comedor de niños tenía capacidad para 400 asilados —el de niñas para 600—; en las cocinas se preparaban alimentos para 1,200 personas. El edificio estilo francés —que ocupó una superficie de 4 hectáreas y media y costó un millón 300 mil pesos— fue inaugurado por Porfirio Díaz el 17 de septiembre de 1905. La infancia de los desamparad­os. El día de la inauguraci­ón, los invitados fueron conducidos en trenes que salieron de la Plaza de la Constituci­ón. Concluida la ceremonia, Díaz y su séquito recorriero­n el lugar por dos horas.

“Se inaugura con el nombre de Hospicio para niños Expósitos; ese nombre porque eran niños abandonado­s, de quienes incluso no sabe de dónde proceden, y por eso les ponían el apellido Expósito; por ejemplo, Juan Expósito, porque eran infantes que ingresaban sin nombre, sin antecedent­es”, explica el cronista local Héctor Mancilla.

Cuando creció la demanda de escuelas, el hospicio abrió sus puertas a otros niños, no sólo huérfanos, y los llevaban de medios internos, de internos o que requerían estancias temporales.

En 1930 este sitio cambia de nombre a Casa del Niño y después a Internado Nacional Infantil #71. Ya no se alojaban niñas, solamente varones.

Don Raúl conserva una fotografía donde aparecen su hermano, un compañero y él, al reverso de la imagen se lee “Recuerdo del Internado 5° Año”, de la postal –que le vendieron en un peso– menciona cómo era la vestimenta: “pantalón de peto, camisa, calzones, botas y nada más”. Al instante cuenta que los cepillos de dientes los guardaban en la bolsa delantera del pantalón, ubicada en el pecho, “como no había donde ponerlos, siempre los llevábamos con nosotros. Tenías que ponerte abusado, porque si lo perdías ya no tenías con qué lavarte los dientes, más que con los dedos”.

Los fines de semana los internos de “El Hospicio” tenía permiso de salir, aunque a veces eran se les castigaba confiscado sus pantalones, recuerda el señor Guzmán, “para que no te quedaras sin salir, nos brincábamo­s la barda en puro calzoncill­o, y como éramos varios no teníamos pena”.

Don Raúl cuenta que en el teatro Lírico pudieron ver gratis “a Tin Tan, Pedro Infante, Jorge Negrete y a los Churrumbel­es de España”. La entrada gratuita la conseguían mostrando sus calzones, pues éstos tenían la marca del Internado Nacional, el encargado de la puerta les tenía considerac­ión. Las escapadas nunca fueron descubiert­as, afirma el señor Guzmán.

Lo que quedó. El hospicio funcionó por varias décadas, después se convirtió en la Escuela Amiga de la Obrera, y luego en la Escuela de Participac­ión Social N°6. El edificio se convirtió en 1964 en el cuartel militar de Guardias Presidenci­ales, y se demolió la mayor parte del conjunto. En lo que fueran los jardines frontales se construyó el Centro de Salud José María Rodríguez.

Don Raúl salió cuando cumplió los 16 años y había concluido la primaria. Después de un tiempo se enteró que su antigua casa ya no existía, sintió nostalgia y tristeza por el viejo palacio que le dio cobijo durante su niñez.

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Don Raúl Guzmán muestra la foto que le tomaron cuando estuvo en el Hospicio.

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