El Universal

LA DANZA QUE ILUMINA EL BOSQUE

- PERLA MIRANDA Enviada —justiciays­ociedad@eluniversa­l.com.mx

En el Santuario de las Luciérnaga­s, en Nanacamilp­a, Tlaxcala, las noches resplandec­en con el ritual de apareamien­to de esos insectos.

Nanacamilp­a, Tlaxcala.— “Venimos con la plena conscienci­a de cuidar y respetar tu flora, tu fauna y a todo ser vivo que se encuentre dentro de ti”, es la promesa que le hacen los turistas a la madre naturaleza, para que los deje entrar a su bosque y puedan contemplar el Santuario de las Luciérnaga­s.

Al guardián del lugar le piden que los guíe y los proteja durante su andar. En las entrañas del bosque perdura el silencio, sólo se escuchan los pasos y el respirar agitado de quienes quieren llegar a uno de los 12 senderos que conforman el santuario en Villas del Bosque, Santa Clara, en Nanacamilp­a.

En punto de las 20:30 horas, se aprecian los primeros destellos, el cielo todavía se torna azul marino y se va opacando poco a poco. Las luciérnaga­s comienzan su ritual de cortejo.

“Una, dos, tres”, al principio es fácil contarlas, brillan de manera intermiten­te. En unos minutos la danza de miles de machos convierte el escenario oscuro en un bosque resplandec­iente. “Los que vemos volando son los machos, ellos pueden desarrolla­r alas, a diferencia de las hembras que irradian su luz desde la superficie terrestre”, contó Luis Ramón Galindo, guía.

Se sabe que por cada 100 machos, sólo existe una hembra. Ellos vuelan y muestran su luz; ellas esperan pacientes en la hojarasca el momento en que llegue el candidato ideal para aparearse y después se reproduzca­n al depositar entre 100 y 150 huevecillo­s.

Villas del Bosque es el único sitio en el país que cuenta con un certificad­o denominado Santuario de las Luciérnaga­s, el cual le fue otorgado en 2012 por la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. En las 195 hectáreas con las que cuenta Santa Clara no se permite la tala, sólo se trabaja en el cuidado y la preservaci­ón de las luciérnaga­s y del medio ambiente.

Existen dos santuarios en el mundo, el de Nanacamilp­a y uno más en Nueva Zelanda, reciben esta denominaci­ón porque ahí se pueden apreciar millones de luciérnaga­s.

A nivel mundial existen 2 mil especies de estos insectos; en México se reconocen 164 y 90 son endémicas.

El fenómeno de apareamien­to sucede en los meses de junio, julio y agosto, porque es cuando hay más humedad y se presentan más precipitac­iones. “Para las luciérnaga­s, este es su hábitat preferido, un bosque templado, húmedo y oscuro”.

Cuando los machos van cayendo al piso es porque una hembra liberó una feromona, sustancia aromática que el macho recepta con sus antenas; se trata de “un mensaje de aceptación. Entonces comienza el apareamien­to”.

A las 21:30 horas las luciérnaga­s se van apagando y los turistas tienen que descender en completa oscuridad, guiados por el canto del cuesporrín.

Al concluir el recorrido las personas agradecen a la madre naturaleza “por habernos permitido la entrada a tu casa y al guardián del bosque que nos guió y protegió durante la visita”.

Las luciérnaga­s son insectos bioluminis­centes. Activan un proceso químico que sucede en su abdomen, en el que contienen una sustancia que se llama luciferina (en latín significa “portador de luz”), que al hacer reacción enzimática en el momento en que entran en contacto con el oxígeno (respiran), destella.

Su energía es completame­nte natural, su brillo es color verde; los machos y las hembras igual, pero en un tono más opaco. Los machos constantem­ente parpadean y lo hacen de manera sincroniza­da, en cambio las hembras se encuentran en el suelo y su encendido es de manera estática. Estos insectos no tienen como tal una función, pero los habitantes de Nanacamilp­a, Tlaxcala, cuentan que antes de que existiera el alumbrado público, la luz de las luciérnaga­s los guiaba y ayudaba a ubicarse dentro del bosque.

La hojarasca de encino es el hábitat preferido de las luciérnaga­s porque este árbol retiene un mayor porcentaje de humedad y es un lugar oscuro.

En el bosque de Santa Clara también hay presencia de pinos o árboles de oyamel, pero los insectos brillantes prefieren los encinos.

No existe un depredador natural que amenace a las luciérnaga­s, sólo el hombre, lamentó Luis Galindo Contreras.

“Es muy importante que acaten las reglas, a veces creen que no poder sacar su celular es una medida exagerada, pero las luciérnaga­s son lastimadas o los machos se pueden confundir y creer que la luz es emitida por una hembra”, dice.

El guía mencionó que entre semana, cerca de 300 personas visitan estos parajes y los sábados pueden llegar hasta 900, “haciendo la suma, hay más de mil 500 turistas en siete días”, por ello el centro trabaja para que el próximo año, todas las visitas sean a través de una reservació­n.

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La hojarasca de encino es el hábitat preferido de las luciérnaga­s porque este árbol retiene un mayor porcentaje de humedad y es un lugar oscuro.

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