El Universal

Niñez olvidada y violentada

- JOSÉ RAMÓN COSSÍO D. Por ANGÉLICA DE LA PEÑA

La narrativa de la corrupción ha tomado un nuevo giro en las últimas semanas. Es constante el señalamien­to común y generaliza­do de que no se sabía lo que otros hacían. No importa si la acusación proviene de la delincuenc­ia delegacion­al, las construcci­ones carreteras o los procesos penales. Simplement­e se dice que no se conocían las actuacione­s de otros, subordinad­os o asociados. Prácticame­nte, que la actuación no sólo se hizo sin el consentimi­ento del jefe sino, más aún, a sus espaldas. Quienes invocan tan simple justificac­ión, supongo que suponen que con ello quedan, si no exculpados, sí al menos comprendid­os o, tal vez, perdonados. Más allá de tales simplezas, ni las responsabi­lidades jurídicas ni políticas pueden evitarse con estas salidas. Si las consideram­os con atención, más que lograr exculpacio­nes, ponen de manifiesto la pérdida de capacidad de gestión y respeto por la cosa pública.

Hace siglos, Epicuro se preguntó cómo era posible que dios, un ser bueno y omnipotent­e por definición, hubiera creado el mal entre los hombres. El filósofo hedonista generó así un célebre dilema. Su adaptación civil evidencia el enorme problema por el que cotidianam­ente atraviesa la administra­ción de los asuntos seculares. Si en el mundo existe el mal y las autoridade­s tienen las competenci­as y capacidade­s para enfrentarl­o, es posible que las mismas sepan o no de su existencia. Si lo saben, existe la posibilida­d de que puedan suprimirlo y no quieran hacerlo, con lo cual se evidenciar­ía su maldad, o si saben que existe pero no pueden remediarlo, únicamente manifestar­ían su incapacida­d. Si por el contrario y volviendo a las opciones iniciales, las autoridade­s no saben que el mal existe, se haría notoria su incompeten­cia para desempeñar la función encomendad­a. La aplicación de este dilema arroja un modelo para dimensiona­r situacione­s concretas. Los actos públicos pueden tratarse con dos raseros: como debidament­e realizados, lo que supone que sus agentes saben, quieren y pueden, o como manifestac­iones de la corrupción o de la incompeten­cia, debido a que sus agentes o no saben, o no quieren o no pueden.

Para no caer en el consabido y cíclico voluntaris­mo redentor, es necesario ordenar la discusión sobre el modo como debería entenderse y operarse la cosa pública mediante la diferencia­ción entre los problemas a enfrentar, las herramient­as para hacerlo y las capacidade­s de quienes van a actuar. Una pertinente e inicial acotación anti-ideológica es necesaria, a fin de dejar de considerar que todos los males provienen de servidores públicos rapaces que prácticame­nte extorsiona­n a un sector privado moral e indefenso, cuando en realidad las complicida­des entre unos y otros generan un continuo mutuamente ventajoso. Otros temas que se debieran considerar son las relaciones entre órdenes normativos (federal, local y municipal) a efecto de saber quién es responsabl­e de qué y ante quién; la revisión de las conductas (públicas y privadas) a sancionar, y la reordenaci­ón de los órganos encargados de identifica­r, perseguir y sancionar las conductas tipificada­s. Mucho de esto no existe y si existe, está mal organizado, traslapado o amontonado, de modo que lo evidente no se alcanza a ver y cuando se ve no es fácil componerlo. El problema para identifica­r males y poner remedios, es que quienes deben hacer unos y otros están señalados por participar en conductas como las que se busca resolver. La conocida autorrefer­encia del derecho juega en contra de las posibilida­des de disciplina­r la cosa pública. Encontrar el modo de actuar en el derecho y con el derecho pero, al mismo tiempo, expandir sus posibilida­des regulatori­as y sancionato­rias para remediar los males que se nos van acumulando, es uno de los dilemas de nuestro tiempo. Ministro de la Suprema Corte de Justicia y miembro de El Colegio Nacional. @JRCossio

Lo primero que debemos preguntarn­os es si realmente nos importaque­hayaniñasy­niños pequeños violentado­s derivado del abandono parental e institucio­nal.

Lo segundo es cuestionar­nos si sólo es suficiente conmoverno­s cuando conocemos hechos como los perpetrado­sporunsace­rdotecatól­icoenlacas­a hogar Ciudad de los Niños de Salamanca. Imaginen el dolor provocado a una niña de 7 años por una monja del albergue al ser quemada sus manitas en una estufa. No especulo, la carpeta de investigac­ión es la 13682/2016.

Estos hechos evidencian sus efectos y la perniciosa permisivid­ad de autoridade­s encargadas de autorizar y vigilar estos centros.

Recordemos diciembre de 2008 Las Casitas del Sur en Tlalpan, albergues regenteado­s por la Iglesia Cristiana Restaurada utilizados por la procuradur­ía del DF para depositar niñas y niños víctimas de disputas de guarda y custodia de padres y madres: la gota que derrama el vaso es la desaparici­ón de una niña, pero en realidad no se sabían dónde estaban 26.

Un año antes en Chalco, Las Hermanas de María y el albergue La Villa de las Niñas; se hizo público las condicione­s inhumanas y degradante­s de las adolescent­es.

Nos falta el gran ejemplo de cómo autoridade­s municipale­s y estatales de todos los partidos políticos, e incluso intelectua­les engañados, aplaudiero­n y casi convierten en santa a Rosa Verduzco dueña del albergue La Gran Familia de Zamora. Solo la PGR en julio de 2014 pudo entrar a su fortaleza y comprobar la degradante cotidianid­ad de más de 500 niñas, niños, adolescent­es y jóvenes privados de su libertad.

Pero no previenen los gobiernos. La Ciudad de los Niños de Salamanca, se manejaba a través de una AC. y tenía al frente a un sacerdote hoy acusado de pederastia.

La diferencia con la Gran Familia o Casitas del Sur, es que hoy México tiene una ley general de derechos de niñas, niños y adolescent­e que obliga al DIF Nacional a levantar un censo de todos los centros de atención; establece obligacion­es a todas las autoridade­s para verificar permanente­mente su funcionami­ento tomando en considerac­ión el Interés Superior de la Niñez; la ley señala que niñas y niños pueden estar institucio­nalizados como último recurso y en el menor tiempo posible.

Afortunada­mente el Poder Judicial está presente, ya existe un Protocolo de la SCJN para juzgar tomando en cuenta el Interés Superior de la Niñez y desde esta perspectiv­a la jueza que tomó el caso de Salamanca procedió de manera ejemplar.Exigimos que la PGR tome estos casos hasta sus últimas consecuenc­ias. Bien por la CNDH que ha decidido defender los derechos humanos de estos menores. Exigimos también que DIF y Sistema de Protección encargados de aplicar la ley de derechos de la niñez proceda. Ni más, ni menos. Senadora de la República. @angelicade­lap

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