Cuando había barcos de vapor en la Ciudad
En la segunda mitad del siglo XIX, una de las mayores atracciones turísticas de la Ciudad era pasear en barcos de vapor por donde hoy es La Viga, Iztacalco y Santa Anita
En la actualidad es casi imposible concebir a la Ciudad de México como lo fue alguna vez: brazos de agua que definían las rutas comerciales, urbanas, de labores y de esparcimiento de los habitantes. Situándonos en ese contexto, el que hubiese barcos de vapor navegando por los canales aledaños al Centro Histórico resulta lógico, y más con Porfirio Díaz, quien quiso establecer una estética europea en nuestro país. Los pequeños barcos en el Canal de La Viga se asemejaban a los de los ríos en Francia; aunque estos botes ya existían desde años atrás.
Signo de progreso. Los canales eran activos en su uso comercial y, poco a poco, inventores, empresarios o gobernantes fueron ideando formas para que se convirtieran en espacios de recreo y de descanso.
De acuerdo con el libro México pintoresco, artístico y monumental, alrededor de 1840 arrancaron los primeros proyectos para navegar al interior de lo que hoy es la urbe. El personaje más conocido y pionero en los proyectos de navegación al interior de la ciudad, fue Mariano Ayllón, quien montó una pequeña compañía cuyos navíos flotarían sobre Chalco, Texcoco, el Canal de La Viga y diversas zonas al sur y poniente de la ciudad.
Ayllón, ya con la concesión gubernamental otorgada para su empresa, mandó a construir un muelle en La Viga. Los trabajos fueron costosos, pues era necesario modificar las estructuras de ciertos cruces, limpiar el canal de La Viga y procurar la apertura de otros brazos de agua entre la ciudad y el Estado de México. El 21 de julio de 1850 partió del muelle de La Viga a Chalco el barco Esperanza.
Para 1855 el servicio ya estaba regularizado y empezaba a existir “competencia” para Ayllón, ya que hubo otros empresarios que empezaron a brindar el servicio, posicionando los paseos como un atractivo turístico.
Araceli Peralta, autora de un artículo del Canal de La Viga para el Instituto de Investigaciones Históricas de la UNAM, explica que para que el tránsito de los barcos fuera posible, se tuvieron que modificar y elevar algunos puentes que servían a los habitantes de los pueblos aledaños para cruzar el canal.
Los barcos no eran lo único que navegaba por el Canal de La Viga, también trajineras no tan diferentes a las que conocemos en la actualidad. La existencia de éstas no facilitó la situación para el nuevo sistema de presas y limpieza, el efecto que producían los trajineros con sus remos al orillarse jalaba tierra y por ende, generaba azolve y ponía en crisis la navegación de ambas embarcaciones. Además, las temporadas de escasa lluvia provocaban la disminución de los niveles de agua y tanto los barcos como las trajineras corrían el riesgo de quedar atrapadas en el lodazal o duplicar los tiempos de llegada a su destino.
Sin embargo, los “vapores” y las trajineras hacían una combinación de coloridos contrastes, ya que estaban los “paquetes” para familias de clase popular y aquellos para la clase alta.
Salvador Novo cuenta en Los paseos de la Ciudad de México que una de las fechas más populares para disfrutar del Paseo y Canal de La Viga era el tradicional Viernes de Dolores, previo a Semana Santa. El muelle de La Viga lucía repleto para abordar las trajineras o los pequeños barcos (adornados con decenas de flores) con destino a Santa Anita, Iztacalco o Mexicaltzingo.
Los dos tipos de comportamiento en las embarcaciones del paseo eran: donde iba la clase alta era tranquilo y ordenado; si había 10 lugares sólo había 10 personas. Sobrio en comparación con las trajineras en las que navegaba la clase popular, que lucían atiborradas de gente, algunos con mercancía, en las que "salía" algún cantante, bailarín o parlanchín que animara el ambiente.
Iztacalco era un atractivo turístico porque en pleno centro del pueblo había famosas pulquerías, antojitos y la postal que regalaban los cuerpos de agua alrededor de la Iglesia era hermoso para los que llegaran a la capital.
La desaparición de los barcos. La industria del transporte giraba alrededor de la máquina de vapor, entonces se empezaron a generar proyectos dedicados a la comunicación de poblados mediante los pequeños botes. Se invirtió considerablemente en la adquisición de barcos y para 1890 el presidente Díaz inauguró una nueva y flamante línea de vapores entre Chalco y México. Poco tiempo después llegó el ferrocarril y las empresas de barcos se fueron a la quiebra: era más funcional, rápido y barato hacer viajes en la locomotora que ir dos horas en el pequeño navío. Al mismo tiempo, la condición cada vez más degradante del Canal de La Viga terminó por darle fin a la era de los barcos de vapor al interior de la capital. El Canal de La Viga funcionó como ruta comercial y turística con las trajineras hasta 1940, cuando se desecó paulatinamente el Gran Canal.