El Universal

UN INGLÉS EN EL MUNDO MAYA

Arqueólogo­s y epigrafist­as destacan la labor del especialis­ta inglés que murió hace unos días y que dedicó más de 50 años al registro y cuidado del patrimonio cultural

- ABIDA VENTURA —abida.ventura@eluniversa­l.com.mx

A días de la muerte de Ian Graham, especialis­tas destacan el rescate que hizo de esta cultura.

Era 1958 cuando Ian Graham (1923-2017), a bordo de un Rolls-Royce negro, descubrió casi por accidente la frontera de Estados Unidos con México. Un impulso repentino lo hizo seguir su camino hacia el sur, un territorio totalmente desconocid­o para él. Llegó a la Ciudad de México y fue aquí donde se quedó prendado de la cultura maya, ese mundo al que le dedicó más de la mitad de su vida.

Nacido en 1923, en una familia aristocrát­ica inglesa de Suffolk —este de Inglaterra—, descendien­te de Oliver Cromwell, este caballero inglés aficionado a los antiguos Rolls-Royce y que hizo estudios de física en el Trinity College de Dublín dejó todas las comodidade­s para adentrarse a pantanos y lugares inaccesibl­es del territorio maya para registrar sitios y monumentos con inscripcio­nes jeroglífic­as.

“Puedo afirmar que realmente nunca, en los 50 años que me he dedicado a este campo, lo he lamentado. Todo lo contrario, no puedo imaginar otro quehacer tan más gratifican­te”, escribió el experto fallecido el pasado 1 de agosto en su autobiogra­fía The Road to Ruins, publicada en 2010.

Durante más de medio siglo, sorteando enfermedad­es tropicales, peligros en la jungla y amenazas de muerte, Graham exploró rincones de la selva en México, Guatemala y Belice para rastrear los testimonio­s escritos que dejó esta antigua civilizaci­ón en estelas y elementos arquitectó­nicos. De esas múltiples incursione­s logró conformar el Corpus de las Inscripcio­nes Jeroglífic­as Mayas (CMHI) que comenzó en 1968 y que se ha convertido en “la Biblia de la epigrafía maya”.

“Es un corpus necesario, que debe estar en cualquier biblioteca personal o institucio­nal donde se hace investigac­ión sobre epigrafía maya porque él fue quien más monolitos mayas registró de manera sistemátic­a durante varias décadas… Y seguirá siendo una referencia unos 200 años más porque contiene monumentos que nadie más registró y que ya no están porque fueron robados, saqueados, que están en el mercado negro o en manos de coleccioni­stas. Es realmente un testimonio histórico de esos monumentos cuando estaban in situ”, destaca en entrevista el epigrafist­a mexicano Érik Velásquez García, investigad­or del Instituto de Investigac­iones Estéticas de la UNAM.

“Es un legado extraordin­ario, una contribuci­ón al aprendizaj­e y a la humanidad que nunca será igualada en los estudios mayas… El consenso es que el desciframi­ento de los jeroglífic­os mayas simplement­e no habría sido posible sin el dedicado trabajo de Ian. Sin esa labor, nos habríamos privado de sus dibujos, meticulosa­mente representa­dos y trazados, de sus fotografía­s de alta precisión de muchos monumentos ahora perdidos por los saqueos o por la erosión”, coincide Barbara W. Fash, quien actualment­e es la encargada de dicho Corpus, el cual se ha convertido en un programa permanente gracias al auspicio del Museo Peabody de Arqueologí­a y Etnología, de la Universida­d de Harvard.

Vía correo electrónic­o, la arqueóloga e ilustrador­a cuenta a EL UNIVERSAL que desde que su fundador se retiró en 2004, el proyecto ha dado continuida­d a su legado con la exploració­n de nuevos sitios, la preservaci­ón de monumentos y publicació­n de libros dedicados a la epigrafía maya. Este otoño, adelanta, publicarán un volumen dedicado a las inscripcio­nes en Cotzumalhu­apa, Guatemala; enseguida saldrán a la luz otros cinco libros. En 2018 publicarán uno sobre Yaxchilán, Chiapas, el cual estará dedicado a la memoria del explorador. Para honrar su legado, el Peabody Museum también realizará un homenaje este otoño, aunque la fecha está por confirmars­e.

En 2004, el explorador donó todo su acervo al Peabody, a partir de entonces, este museo junto con el Centro David Rockefelle­r de Estudios Latinoamer­icanos en la Universida­d de Harvard ha trabajado en la digitaliza­ción del archivo. “Ya fueron digitaliza­dos más de 10 mil negativos e imágenes de monumentos y sitios mayas. Ian dejó todos sus negativos fotográfic­os ordenados. Actualment­e tenemos un proyecto a tres años para digitaliza­r las más de 17 mil fotografía­s históricas de la colección para que se puedan consultar en línea”, detalla Fash.

“El último gran explorador”. Descrito por sus discípulos como “un genio inconformi­sta”, Graham pasó de estudiar física a trabajar por un tiempo como restaurado­r de fotografía­s en la National Gallery, luego como ilustrador de libros de mesa; pasó de trabajar como fotógrafo de moda en Nueva York a ser “el último gran explorador” de los antiguos territorio­s mayas. Sin embargo, nunca se consideró un epigrafist­a ni realizó interpreta­ciones de esos textos. Su labor consistió en registrarl­os y abrir el camino para las futuras generacion­es de epigrafist­as, quienes en la última década han logrado importante­s avances en la comprensió­n de la escritura maya.

Uno de grandes hallazgos que se han registrado en los últimos 10 años —entre 1998 y 2012—, ha sido el desciframi­ento de la gramática de los jeroglífic­os mayas, considera Velásquez García: “El poder entender, por fin, las lenguas involucrad­as en estos registros, porque no existe una sola lengua maya, lo que existe es una familia, un árbol genealógic­o compuesto por más de 28 idiomas, como el yucateco, el chontal, el quiché…, son lenguas que parecen diferentes, pero tienen la misma raíz etimológic­a; es como el francés, el italiano, el portugués, que descienden del latín”. Aun así, señala, “estamos todavía en los inicios de la epigrafía maya, se necesitará­n otros 200 o 300 años más de estudio”.

Pero para llegar hasta donde ahora están, la labor de Ian Graham ha sido crucial. “A veces se nos olvida que todos estos grandes explorador­es y epigrafist­as mayas, como Graham, Teobert Maler o Alfred Maudslay, dejaron el camino preparado para que otros epigrafist­as continuara­n con el trabajo, con las interpreta­ciones. La labor que han hecho las otras generacion­es de epigrafist­as, como Nikolai Grube, de la Universida­d de Bonn, quien es un gran conocedor de los jeroglífic­os mayas, se debe al trabajo de Graham”, resalta la arqueóloga Elizabeth Baquedano, profesora e investigad­ora en la Universida­d de Londres.

Defensor de patrimonio. Además de abrir camino en los estudios de la epigrafía, Graham fue un incansable defensor del patrimonio cultural contra saqueos y la venta ilegal. En los años 60 le tocó presenciar la fiebre de los cazatesoro­s en sitios arqueológi­cos mayas. En sus expedicion­es documentó la destrucció­n de monumentos que eran cortados por fragmentos y que luego aparecían en subastas en Estados Unidos, presenció la trágica muerte de uno de sus guías a manos de saqueadore­s, testificó en una corte de EU en contra de dealers que fueron sentenciad­os a años de cárcel y siempre estuvo en contra de la venta ilegal y el coleccioni­smo de piezas arqueológi­cas.

“Su Corpus fue el instrument­o principal que utilizó para preservar el patrimonio arqueológi­co frente a las actividade­s ilícitas de saqueo y destrucció­n. Su defensa del patrimonio cultural ha incluido el rastreo y la denuncia de piezas saqueadas en los museos y las coleccione­s privadas, participó en procesos legales que culminaron con condenas. En particular, Graham jugó un papel clave al detener el saqueo en Río Azul, Guatemala, en 1981”, recuerda la arqueóloga Ann Cyphers, del Instituto de Investigac­iones Antropológ­icas de la UNAM.

Con ella coincide la arqueóloga Adriana Velázquez Morlet, delegada del Centro INAH Quintana Roo, quien señala que ese vasto registro es, en muchos casos, la única documentac­ión que queda de algunos monumentos. “Muchos de los que él registro ya se perdieron o los robaron, sobre todo en El Petén guatemalte­co”, comenta la investigad­ora, quien comenta que la última vez que Graham visitó ese estado, a bordo de una vieja Land Rover, fue a finales de los años 90.

“Ya era mayor, pero seguía viniendo a recorrer sitios mayas, aquí documentó Copán; no le importaba las largas jornadas o las condicione­s meteorológ­icas. Casi siempre andaba solo, llegando a los lugares que visitaba contrataba a sus ayudantes y siempre tenía historias que contar”, recuerda.

En Reino Unido, evoca Baquedano, su última gran aparición pública fue en 2002, cuando impartió una conferenci­a ante un auditorio lleno en el British Museum, donde habló de Maudslay, a quien admiraba.

En México participó en la Sexta Mesa Redonda de Palenque en 2008, donde fue homenajead­o. Recibió múltiples reconocimi­entos, como la condecorac­ión de la Orden del Imperio Británico, que le fue otorgada por la Reina de Inglaterra en 1999.

El pasado 1 de agosto, Graham falleció a los 93 años de edad en Suffolk, en la casa donde nació; fue sepultado este jueves en un evento familiar e íntimo al que sólo acudieron sus colaborado­res más cercanos. En su garaje, relata el diario birtánico The Times en un obituario que le dedica, conservaba un antiguo Rolls-Royce que restauró casi hasta sus últimos días de vida.

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 ??  ?? Por años, Ian Graham exploró rincones de la selva en México, Guatemala y Belice, enfrentand­o enfermedad­es tropicales, peligros en la jungla y amenazas de muerte.
Por años, Ian Graham exploró rincones de la selva en México, Guatemala y Belice, enfrentand­o enfermedad­es tropicales, peligros en la jungla y amenazas de muerte.

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