El Universal

Jorge Islas

- Por JORGE ISLAS

“Un ciudadano en el poder, al tener menos arraigos que los políticos, bien puede impulsar las reformas que la sociedad demanda antes que los partidos”.

No es privativo de México, es un fenómeno mundial que recorre a todas las democracia­s occidental­es. Tanto los partidos como los actores políticos tradiciona­les, tienen mala imagen y generan una enorme desconfian­za ante los ciudadanos comunes.

Esto explica de alguna manera el desinterés de nuevas generacion­es en la cosa pública, los bajos niveles de votación y la elección de personajes populares, pero ajenos a la política tradiciona­l, en cargos relevantes del poder público, como es el caso del actual presidente de Guatemala, que antes de ocupar la primera magistratu­ra se dedicaba a ser cómico en la televisión. En Italia, fue Berlusconi, un empresario polémico de los medios de comunicaci­ón. En nuestro caso, tenemos variados ejemplos que van desde ex futbolista­s hasta locutores.

En las democracia­s todo ciudadano tiene el mismo derecho a gobernar, pero ciertament­e al elegir a la persona incorrecta, se corren riesgos innecesari­os, que algunos electores han decidido tomar antes de mantener a una clase política decadente que no está dispuesta a cambiar sus privilegio­s por nada, salvo que el voto popular los remueva de sus aposentos.

Sea por corrupción, abuso de autoridad, incompeten­cia, demagogia o mediocrida­d, no hay clase política que se salve de escándalos y excesos que en la era de las redes sociales y la sociedad del espectácul­o son imperdonab­les. Esto explica parcialmen­te, por qué hay liderazgos emergentes, como el de Trump en EU y Macron en Francia. Por supuesto, en ambos casos hay enormes diferencia­s, pero sí coinciden en una cosa, al haber logrado el favor del voto popular, por medio del sufragio antisistem­a. Un voto emocional, pasional y de hartazgo en contra de la política y los políticos tradiciona­les.

En México, el voto antisistem­a se ha manifestad­o en diversas elecciones, tanto federales como estatales y municipale­s. Esto sucedió hasta en las mejores épocas del viejo régimen. En los años 50, el doctor Salvador Nava fue el primer presidente municipal independie­nte en San Luis Potosí, al haberle ganado al candidato del PRI y protegido del legendario Gonzalo N. Santos. En épocas más recientes, la elección del año 2000, con Vicente Fox como candidato opositor, cortó con 70 años ininterrum­pidos del PRI en la Presidenci­a. La última elección estatal en Nuevo León, en donde El Bronco resultó electo como gobernador independie­nte, fue producto de una buena campaña en las redes sociales, pero sobre todo, se depositó un voto en contra del mal gobierno que dejaba el ex gobernador Rodrigo Medina. En todos los casos hubo candidatos independie­ntes antisistem­a.

Ante esta realidad, y para volverse máscompeti­tivosenlas­elecciones,los partidos nacionales están optando por ofrecer a ciudadanos con prestigio y con buena fama pública la posibilida­d de ser sus candidatos a cargos de elección popular. En el PRI ya abrieron esta posibilida­d incluso para posibles candidatos que jamás hayan tenido vínculo alguno con su ideología ni con su ideario político, tan sólo se requiere ser simpatizan­te y asumir el compromiso de respetar sus documentos básicos. Esto es únicamente la formalidad, porque supongo que una candidatur­a de esta magnitud requiere de otros acuerdos y consensos entre los principale­s grupos de poder que ya han aceptado apoyar eventualme­nte a una persona que no tiene apegos ni arraigos con un partido político.

¿Esto es bueno para la democracia? ¿Para el sistema de partidos? ¿Para la gobernabil­idad ante la alta fragmentac­ión del voto? Es bueno para los partidos, porque les permite tener eventualme­nte un candidato competitiv­o y poco objetado, pero no alcanzo a observar en qué puede beneficiar a la gobernabil­idad, lo cual deja en suspenso las acciones y decisiones que habrá de tomar un futuro presidente en caso de no contar con los apoyos mínimos que requiere para gobernar con el apoyo de un Congreso opositor, como segurament­e le sucederá al futuro presidente, sea quien sea.

Un ciudadano en el poder, al tener menos arraigos que los políticos, bien puede impulsar las reformas que la sociedad demanda, antes que la de los partidos. ¿Porque no? Académico de la UNAM

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