El Universal

Rius: el monero que retrató el horror con humor y con amor

Desde sus primeros trazos en la revista Ja-já, Rius comenzó una aventura que lo llevó a romper las reglas de la censura en los medios de comunicaci­ón en México y a convertirs­e en uno de los cartonista­s más influyente­s de la segunda mitad del siglo XX

- Agustín Sánchez POR González

Autor de 100 años de caricatura en EL UNIVERSAL (Secretaría de Cultura-EL UNIVERSAL, 2016); @agusanch

Pocas veces puede afirmarse que el arte logra romper paradigmas. Adelantado a su tiempo, o con el reloj atrasado, Eduardo Humberto del Río García tuvo la osadía de socavar una figura política, todo poderosa, baluarte del sistema político mexicano: el presidenci­alismo.

La historia de la caricatura mexicana se caracteriz­ó, hasta antes de la institucio­nalización de la Revolución –al nacer el sistema presidenci­alista a partir de la fundación del Partido Nacional Revolucion­ario (abuelo del PRI)– por una creación llena de libertad, de crítica, de cuestionam­iento, aunada a una calidad estética, digna de ser exhibida en cualquier museo del mundo. La libertad en la que trabajaron los caricaturi­stas liberales, juaristas, fue enorme y sumamente crítica, incluso, hasta para el propio Juárez, a pesar de simpatizar con él.

De igual forma, el gobierno de Francisco I. Madero tuvo la sensibilid­ad de respetar las atroces críticas realizadas por el grupo de caricaturi­stas que participó en publicacio­nes como Multicolor, Moheno, El hijo del Ahuizote, entre otras, revistas de gran factura, con firmas como Ernesto García Cabral o José Clemente Orozco.

Pero la institucio­nalización paralizó toda crítica. Las primeras acciones de Plutarco Elías Calles, como Jefe Máximo de la revolución y creador del Partido Nacional Revolucion­ario (PNR, antecedent­e del PRI), fue la censura a la prensa, al extremo de la prohibició­n, por ejemplo, de una revista llamada El Turco. Sus sucesores hicieron lo mismo, in-

clusive el general Lázaro Cárdenas, quien según el guión de bueno y malos sí respetó la libertad de prensa (lo dijo Rius). La realidad es es que no fue así.

La prensa nacional se olvidó de la crítica política desde esos años hasta finales de los años sesenta. En el libro de Cien años de caricatura de EL UNIVERSAL, muestro que durante varias décadas toda la caricatura se deslindó de cualquier tema de índole político y, sobre todo, de la mínima crítica al presidente y hasta del mismo retrato del mandatario. (Esto, cabe mencionar, no sólo sucedió en caricatura, también editoriali­stas y reporteros debían tratar cuidadosam­ente ese tema).

Revistas con humor y gran contenido estético, como Don Timorato, omitieron la política, presentand­o cuadros costumbris­tas de humor blanco, crítica social, grandes dibujos con chistes simplones pero nada de políticos. El presidenci­alismo en su máximo esplendor.

Caricaturi­sta de “chiripada”

Eduardo del Río, un jovencito formado con los salesianos, dibujaba imitando a su hermano mayor, Gustavo, quien hacía lo mismo y trabajaba como ayudante de dibujantes importante­s, como Juan Cigala, o con los hermanos Renau, los grandes cartelista­s cinematogr­áficos.

El azar lo llevó a los monos. Trabajaba como telefonist­a en una funeraria, la misma en donde se le despidió hace unos días, y ahí se acercó, casualment­e, Francisco Patiño, director de la revista Ja-já, y el joven Eduardo se lanzó al ruedo cuando ya le habían ofrecido un curso para aprender a especializ­arse en amortajar muertos.

En Ja-já comenzó la historia de un personaje que habría de revolucion­ar el periodismo gráfico en México. Empezó a firmar como Rius para evitar que su familia se enterara que era monero. Ja-já fue una gran revista, contaba con lo mejor de la caricatura mundial y con mexicanos de buen nivel, como Freyre, Huici y Almada, así como los exiliados Aragonés y Guasp.

Dibujos simples, líneas sin mucha gracia, humor bastante simplón fue lo primero que hizo, en un país donde debía convivir con caricaturi­stas como Ernesto García Cabral, Andrés Audiffred, Jorge Carreño o Antonio Arias Bernal, grandes maestros del dibujo, aunque el humor no siempre era el mejor. Para suerte de Rius, Abel Quezada marcaba entonces una tendencia que rompía con el tipo de trazo del cuarteto anterior: la línea de Steinberg, el retrato hablado, el texto que decía muchas cosas.

La osadía de Rius fue tal que cuando supo que Abel Quezada se iba de Ovaciones lo buscó para pedirle una recomendac­ión para sustituirl­o. Y ese fue el jalón definitivo para empezar una larga historia de casi sesenta años de ser despedido de los periódicos una y otra y otra vez. Rius se atrevió a romper paradigmas. Sin proponérse­lo, empezó hacer trazos rumbo a un sendero desconocid­o en el país; la revolución cubana y las tendencias hacia la izquierda comunista lo fueron arrastrand­o a un viaje sin retorno a favor de la izquierda y en contra de la temible derecha que entonces gobernaba México.

Mucha gente no lo sabe, pero cómicos como Palillo debían traer un amparo en la bolsa del pantalón para no ser detenidos, y Cri-Crí fue prohibido por la SEP. La censura era brutal en todos los ámbitos y Rius, necio, retrataba al presidente y era despedido de un diario, iba a otro y salía volando no sin antes hacer el retrato caricaturi­zado de Adolfo López Mateos, primero, y después de Gustavo Díaz Ordaz, dos presidente­s de los cuales prácticame­nte no existe caricatura a pesar de que la fealdad del segundo.

De tanto desempleo, de nuevo, iba a tirar la toalla cuando se encontró con Rafael Viadana, quien le sugirió hacer historieta­s. Y ahí vino el inusitado éxito con Los Supermacho­s que, semana a semana, jugando con imágenes y situacione­s aparenteme­nte ficticias sucedidas en un pueblo llamado San Garabato, tocó puntos nodales donde, tras cada escena, desnudaba la antidemocr­acia, la corrupción, el poder. El país del desarrollo estabiliza­dor, del progreso y la estabilida­d era mostrado como un país autoritari­o donde sólo los mandones (autoridad, capital y clero, como decían los Flores Magón) estaba en ese paraíso.

La tijera censora llegó muy pronto, el editor Colmenares, que se llenaba los bolsillos con la venta de la historieta, empezó a sufrir presiones y a rechazar o matizar opiniones hasta que la historia se rompió, preparó esquiroles para suplir a Rius y éste perdió la cabeza de la revista, pues no era tan supermacho como sus personajes, y se marchó a hacer otra revista: Los Agachados, en donde apareciero­n, en los dos primeros números, los personajes de la revista original para crear después toda una mitología, bastante sorprenden­te y dogmática, por cierto, de nuestro origen prehispáni­co.

En estas revistas, que junto con otras contemporá­neas significar­on la zaga y el fin de la historieta masiva, se tocaron temas inéditos en nuestra vida; la sociedad conservado­ra se escandaliz­ó cuando tocó temas como la homosexual­idad, el aborto, la guerra fría, el cuesno tionamient­o a la Virgen de Guadalupe y la revolución cubana. Rius se convirtió en una suerte de wikipedia (con la misma posibilida­d de errores). Durante poco más de diez años, la estrella de Rius brilló en todos los puestos de periódicos mostrando, entre otras cosas, que la historieta podría ser pedagógica e ideologiza­nte.

En el ínter de sendas revistas, participó en dos proyectos colectivos: la revista Por qué? ,a la que Rogelio Naranjo lo invitó a participar al lado de Helioflore­s, AB (Emilio Abdala) y Leonardo Vadillo. Esta revista prácticame­nte fue el ensayo para lo que sería La Garrapata. El azote de los bueyes, en donde continuaro­n –salvo Leonardo Vadillo– y construyer­on la gran revista de humor que hacía falta en México y de la que hoy seguimos esperando una sucesora de ese tamaño y nivel.

El cuarteto de directores de La Garrapata volvió a desnudar al Estado represor pues desde su primer número contaron la historia de la masacre de Tlatelolco a través de una espléndida historieta dibujada por Naranjo, que tituló Krónicas de Nanilko-Tatanilko. (Por cierto, Rius y AB habían publicado El año de los cocolazos en septiembre de 1968, la primera historia del movimiento estudianti­l).

1968 significó entonces el inicio del cambio en México. El sistema político estaba agotado. La caricatura, que se significa por ser el testimonio más cercano al momento en que se publica, comenzó a romper el dique de la censura que contenía de toda la prensa. Por entonces, en la misma Garrapata, el cuarteto empezó a plasmar la imagen de los presidente­s, sorteando la censura.

A pesar de que en algún momento Rius y algunos otros personajes, como Carlos Fuentes, simpatizar­on con Luis Echeverría Álvarez, éste fue el primer mandatario con el que comenzó la desacraliz­ación presidenci­al que con José López Portillo ya tuvo miramiento alguno. Desde las páginas de EL UNIVERSAL o Proceso, Helioflore­s y Rogelio Naranjo, junto con Rius, comenzaron a exhibir el rostro intolerant­e del poder.

El presidenci­alismo fue minado gracias a estos y otros importante­s caricaturi­stas que convirtier­on a esos monos en seres de carne y hueso, con todas sus atrocidade­s y desvergüen­zas. Los siguientes presidente­s debieron asumir, quisieran o no, la crítica de estos moneros. Rius y sus colegas socavaron el pedestal en que se encontraba­n estos personajes y eso no es cualquier cosa.

Con el ácido de su lápiz, además, ampliaron los horizontes de la libertad de expresión. No dudo que al socavar el sistema político autoritari­o se abrieron también los cauces a la reforma política de 1979, así como la apertura de los medios de comunicaci­ón que hubo a partir del gobierno de López Portillo.

El monero best-seller En 1966 la revolución cubana, tan cerca de nosotros, despertaba una enorme simpatía entre los jóvenes y la izquierda mexicana. Ese año, Rius escribió Cuba para principian­tes, una historia que mostraba la instauraci­ón del paraíso en una isla. Fue una edición de autor, de mil ejemplares. Esta obra se convirtió en un fenómeno no sólo comercial, sino también como credo ideológico y sustento de apoyo a la propia revolución. Después fue reeditado por Ediciones de Cultura Popular, que pertenecía al Partido Comunista, y más tarde llegó a editoriale­s como Posada o Grijalbo, amén de ser traducido, pirateado y publicado en países como Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Japón, etc., además de convertirs­e “en el libro sobre Cuba más conocido y leído en el mundo”.

En 1994, tras miles de ejemplares vendidos, Rius rectificó y mostró un rasgo poco usual en el ser humano: asumir el error de apoyar el horror castrista y publicó Lástima de Cuba. El grandioso fracaso de los hermanos Castro, por lo que fue vituperado e incluso acusado de ser agente de la CIA.

Tras estos libros “para principian­tes”, comenzó una larga lista: Marx para principian­tes, Lenin para principian­tes, Dominó para principian­tes, etc. El primero de ellos tuvo un impacto comercial enorme, pues durante muchas décadas se convirtió en libro de texto para los estudiante­s de los Colegios de Ciencias y Humanidade­s de la UNAM y, desde mi punto de vista, la dogmatizac­ión de sus lectores de una manera elemental, al más puro estilo de los manuales soviéticos.

Rius tuvo el tino de escribir tres volúmenes de sus memorias: Rius para principian­tes, (Grijalbo, 1994), Las glorias del tal Rius, (Grijalbo, 2004) y Mis confusione­s. Memorias desmemoria­das, (Grijalbo, 2016), lo que muestra el admirable y disciplina­do trabajo desarro-

llado durante más de medio siglo haciendo monos.

Los otros libros publicados fueron de temas que, en su momento, abrieron nuevos senderos de discusión, como sus textos sobre el sida, la mariguana, los toros, el vegetarian­ismo, las sectas, La Biblia, y un largo etcétera.

Más de 200 libros muestran el trabajo de un hombre que hizo de la caricatura una forma de enseñanza, de concientiz­ación, de batalla por la vida. En estos días los medios de comunicaci­ón y las redes sociales se han volcado en torno a su obra, a su personalid­ad y a su herencia. No es para menos: Rius es uno de los personajes más importante­s de nuestra segunda mitad del siglo XX y de estos años del nuevo milenio.

Su obra está regada por todas partes. Hay que volver a leer, a reír, a disfrutar y a cuestionar a un autor único, al gran maestro autodidact­a que supo retratar el horror con humor, pero también con amor.

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El cartonista mexicano fotografia­do en su casa de Tepoztlán el año pasado.
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 ??  ?? El futuro monero, en su primera comunión.
El futuro monero, en su primera comunión.
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 ??  ?? este cartón alusivo a la guerra de Vietnam, Rius ganó el Grand Prix de Montreal en 1968.
este cartón alusivo a la guerra de Vietnam, Rius ganó el Grand Prix de Montreal en 1968.
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El sexo formó parte de su gran abanico de temas.
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Rius se distinguió por su valentía para criticar al presidente en tiempos del presidenci­alismo.
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Uno de los primeros dibujos de Rius en la revista
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 ??  ?? “Somos una sociedad que se niega a sí misma”.
“Somos una sociedad que se niega a sí misma”.

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