Cuando caminaban los reos por las calles
Durante la Decena Trágica, en 1913, varios prisioneros fueron trasladados a pie de la Cárcel de Belem a los los tribunales que se encontraban en la actual calle de Donceles
En la actualidad, cuando vemos a través de la televisión o de otros medios de comunicación el traslado de prisioneros —incluidos los de máxima seguridad como recientemente Javier Duarte o “El Chapo” Guzmán— y se puede observar el impactante cerco de seguridad empleado para tal tarea, resulta casi inimaginable que en alguna época este tipo de traslado de prisioneros se realizara por las calles del centro de la Ciudad de México con los reos caminando en fila. Uno de los traslados de este tipo, a pie, más representativo fue el que ocurrió en los días de la Decena Trágica, en 1913, cuando varios prisioneros de la Cárcel de Belem —que había sido dañada por los combates de la Revolución— fueron llevados a los juzgados de la calle de Donceles, en el Ex Convento de la Enseñanza.
Cárcel de Nacional de Belem. En el artículo “Cárceles en México. Historia negra de 5 siglos”, Abida Ventura informó que fue hasta inicios del siglo XIX que empezó la reglamentación sobre cómo deberían de operar las cárceles en el país, que para ese entonces ya estaban divididas y clasificadas.
La Cárcel de Belem se distinguió porque fue el primer sitio donde se estandarizó que habría trabajo dentro de las prisiones para que pudiera generarse un flujo de capital, las autoridades también buscaban fomentar la música, los valores y la educación, para que tras su salida, los reos se pudieran integrar a la sociedad. Sin embargo, las condiciones no eran las óptimas, había sobrepoblación y las separaciones no funcionaban del todo bien.
En aquellos tiempos ni los límites ni los habitantes de la ciudad tenían nada que ver con los que tenemos en la actualidad, por lo que no era extraño que los juzgados estuvieran en un punto y las cárceles en otro. Por eso en fechas de audiencias solían trasladar a los prisioneros a pie al Palacio de Justicia —que en ese entonces estaba en el Ex Convento de la Enseñanza— en una fila custodiada por policías para evitar fugas. El sitio había sido adecuado para que las viejas celdas de recogimiento fueran oficinas administrativas y los otros espacios se dividían en notarías, juzgados y las salas de audiencia, donde se reunían los jueces y demás profesionales de las leyes con el jurado conformado por civiles.
Una de las características de la Cárcel de Belem fue la constante noticia de fuga y de amotinamiento. La sobrepoblación y el hecho de que se trasladara a pie a los reos facilitaba que “se las ingeniaran” para evadir a los policías y salir huyendo, siendo una de las más comunes la de Jesús Arriaga “Chucho el roto”.
Las repetitivas fugas y también debido a lo peligroso que resultaba hacer que los prisioneros caminaran por la ciudad, el gobierno decidió construir un edificio anexo a la Cárcel de Belem para que ahí mismo se impartieran sentencias y los internos no pudieran salir. Así, el 6 de mayo de 1900, Porfirio Díaz inauguró el Palacio de Justicia del Ramo Penal, obra del ingeniero Ignacio L. De la Barra.
La construcción del nuevo inmueble respondía a todas las demandas de impartición de justicia de la época, integrando todas las salas y juzgados en un mismo complejo. Era un edificio de tres niveles y un patio, al interior tenía salones de jurados, juzgados correccionales, Ministerio Público y juzgados del orden criminal.
En la Decena Trágica, el edificio sufrió graves daños y muchos de los prisioneros resultaron heridos, otros se fugaron y otros fueron traslados a los juzgados de la calle Donceles.
Décadas después el complejo integrado por los tribunales y la cárcel de Belem fue demolido, el Palacio de Lecumberri ya estaba construido y los prisioneros fueron trasladados hacia allá. Estos últimos no estaban muy satisfechos con la aparición del “Palacio Negro” porque tenían medidas de seguridad más avanzadas, resultando casi imposible fugarse del sitio.
Al mismo tiempo que se desarrollaba el sistema penitenciario, el país avanzaba en cuanto a la industria y la tecnología. La llegada del automotor hizo que los mecanismos de transporte policiaco se transformaran, motivo por el cual se empezaron a utilizar camiones o camionetas para el traslado de prisioneros. La ciudad volvió a expandirse y una vez más las cárceles que estaban en el centro fueron demolidas y trasladadas a la periferia, aunque el crecimiento de la población no ha dejado que estén lejos de la vida diaria.
Hoy, la historia de los traslados es abismalmente diferente. Todos están perfectamente organizados y los camiones que sirven para tales fines tienen protecciones antibalas, sólo se pueden abrir por personal autorizado, los internos viajan esposados, además las camionetas suelen ir acompañadas por patrullas o motocicletas de la policía, según sea la peligrosidad del reo. Y si algo ha perdurado es el espectáculo que se genera en los traslados.