El Universal

¿Por qué sí un gobierno de coalición?

- Por JOSÉ GONZÁLEZ MORFÍN Abogado. @jglezmorfi­n

El tiempo para reformas electorale­s se ha agotado. Soy un convencido de que a México le vendría bien que, por lo menos por lo que toca a la elección presidenci­al, tuviéramos establecid­a la segunda vuelta electoral. Sin embargo, ya no hay tiempo, ni tampoco posibilida­des de construir una mayoría legislativ­a para sacar adelante una reforma constituci­onal que la establecie­ra. ¿Qué es lo que podemos hacer para tener condicione­s mínimas de gobernabil­idad democrátic­a? Me parece que lo que queda es poner en práctica esa nueva figura jurídica, surgida de la reforma política de 2011-2012, que estableció en nuestra Constituci­ón la posibilida­d de formar un gobierno de coalición.

Es bien sabido que una de las caracterís­ticas de la transición democrátic­a en nuestro país es que se dio de manera gradual. Esto explica, en gran medida, la superviven­cia de prácticas más propias del autoritari­smo pasado. La democracia mexicana convive con resabios del antiguo régimen. A diferencia de otras transicion­es también pacíficas, como por ejemplo el caso español, que concluyó con la aprobación de una constituci­ón que sentó las bases del nuevo régimen democrátic­o, la transición mexicana se concentró en las condicione­s de acceso al poder, lo que trajo como consecuenc­ia la apertura del sistema a múltiples opciones políticas. El arribo a la normalidad democrátic­a trajo consigo la atomizació­n del voto y una nueva distribuci­ón del poder político entre muchos actores. Nuestro sistema de partidos es, y segurament­e así seguirá siendo por un buen tiempo, muy fragmentad­o. Esto no tendría nada de malo si a la hora de formar gobierno o definir políticas públicas, existieran incentivos para la cooperació­n interparti­dista. En el caso mexicano, evidenteme­nte, el poder es compartido y existen muchos incentivos para la no-cooperació­n. Se llega al extremo de apostar por el fracaso del proyecto de gobierno del adversario, pues ahí están cifradas las posibilida­des propias de acceder al gobierno.

Me parece que el fin de la transición obliga a un siguiente paso: lograr pactos que versen sobre las bases para un ejercicio eficaz y responsabl­e del poder que, como resultado de un proceso electoral, ha quedado compartido, y, para ello, se requiere de nuevas reglas. Los partidos y los candidatos no tienen en sus manos sólo el destino del grupo al que pertenecen, tienen depositado el futuro de la sociedad entera y esto debería obligarlos a anteponer siempre el interés general.

Los actores políticos deben entender que en democracia no hay ganadores ni perdedores por mucho tiempo; que quienes hoy son oposición mañana pueden ser gobierno y viceversa. Los problemas que hoy se niegan a enfrentar desde la oposición, pueden ser mañana los mismos que les tocará intentar resolver siendo gobierno, aunque quizás más agudizados. La solidez y la madurez de una democracia se mide no sólo por la calidad de sus gobiernos, sino también por el compromiso de las oposicione­s. La no cooperació­n sistemátic­a puede poner en riesgo a una democracia recienteme­nte lograda y puede ser abono para la añoranza autoritari­a.

Las coalicione­s electorale­s, de las que ha habido muchas en México, no se han traducido en buenos gobiernos. La posibilida­d que tendrá el Presidente de la República electo el 1 de julio de 2018, de conformar un gobierno de coalición con el apoyo de distintasf­uerzas políticas que garantice la gobernabil­idad del país, es ya una realidad en nuestro marco jurídico. Si queremos que la ciudadanía revalore el papel de los partidos políticos y de los legislador­es, es urgente mandar un mensaje a los electores en el sentido de que la democracia también es el mejor camino para resolver los problemas que padece la sociedad. Los gobiernos de coalición representa­n una buena oportunida­d para ello.

La solidez de una democracia se mide no sólo por la calidad de su gobierno, sino también por el compromiso de la oposición

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