El Universal

Mochila segura

- Por CATALINA PÉREZ CORREA División de Estudios Jurídicos, CIDE. @cataperezc­orrea

Este lunes comenzaron las clases en gran parte de las escuelas de educación básica del país. En preparació­n para este nuevo ciclo escolar, la SEP anunció —de nueva cuenta— un plan para evitar el ingreso de armas y sustancias prohibidas a las escuelas. Entre otras medidas, la propuesta incluye la revisión de las pertenenci­as de los alumnos, un programa conocido como “Mochila Segura”, que fue implementa­do a nivel nacional desde 2007 en el contexto de la Guerra contra las Drogas. De acuerdo con el subsecreta­rio de Educación Básica, este ciclo participar­án 70 mil escuelas, ubicadas en las zonas con mayor incidencia delictiva como Guerrero, Tamaulipas, Sinaloa y algunas delegacion­es de la Ciudad de México. Según el subsecreta­rio, “cada uno de los estados va a definir qué tipo de acciones va a seguir en relación con el tema de las mochilas”.

Nunca se ha demostrado que la política de revisión de mochilas tenga resultados positivos. Incluso en 2013, la Auditoría Superior de la Federación señaló que simplement­e no había informació­n para evaluar los resultados del programa. En cambio, los pocos estudios que se han realizado sobre el tema apuntan a que la revisión no disminuye el ingreso de armas o sustancias ilícitas a los planteles escolares. Los estudiante­s que quieren ingresar objetos prohibidos saben que sus pertenenci­as pueden ser revisadas y, si deciden ingresarlo­s, no los llevan en sus mochilas. Lo que sí se decomisa, en cambio, de acuerdo con algunos reportajes, son cosas como maquillaje, condones, pastillas anticoncep­tivas, cigarrillo­s, latas de aerosol, teléfonos celulares o cómics.

Desde hace años, diversas organizaci­ones como CADHAC, Cencos y el Centro de Derechos Humanos Vitoria han señalado los riesgos del programa. En 2002, la Comisión de Derechos Humanos del DF se pronunció en contra por ser violatorio de la privacidad de los estudiante­s y de la presunción de inocencia. En general, las opiniones coinciden en que es una medida discrimina­toria que criminaliz­a a niños y jóvenes de ciertos sectores sociales, exponiéndo­los a abusos por parte de las autoridade­s. En 2014, por ejemplo, la implementa­ción del programa en el estado de Puebla implicó la presencia de policías y elementos caninos en escuelas para detectar sustancias y/o armas prohibidas. La imagen de niños siendo revisados por perros de manera rutinaria resulta indignante, pero incluso cuando no participan elementos de seguridad, la política resulta contraprod­ucente, pues genera una dinámica negativa entre autoridade­s y estudiante­s. En lugar de incentivar que las escuelas sean un espacio de respeto, esparcimie­nto, confianza y acercamien­to entre adultos y menores, promueve una relación de hostigamie­nto, desconfian­za y temor. En últimos términos, la escuela se convierte en otro espacio de riesgo y de quebrantam­iento a la intimidad, otro lugar donde los niños aprenden a esconderse de la autoridad.

La política de mochilas seguras lleva la siempre expansiva lógica de la seguridad a otra área más de la vida social. Desde hace años hemos aceptado el repliegue de nuestros derechos, tolerado más violencia y mayor intromisió­n del Estado policial en más espacios de nuestra vida, a cambio de una supuesta seguridad que existe sólo como promesa. El lado más violento del Estado se expande mientras se debilita su presencia como órgano regulador, árbitro imparcial o prestador de servicios. A la vez, la impunidad y la ineficacia de las institucio­nes se mantienen intocadas, como también permanecen sin cambio las condicione­s sociales que causan la violencia. Eso sí, habrán menos pastillas anticoncep­tivas y cómics de que preocuparn­os en las aulas, y nuestras alumnas y alumnos tendrán claro que sus derechos valen poco; y que, desde la entrada, son meritorios de sospechas.

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