Una nueva agricultura
Es tiempo de imaginar una agricultura ideal. En esta agricultura, el monocultivo y la producción insostenible son reemplazados por prácticas que cuidan el suelo y mantienen su cobertura de forma permanente, rotando una gran diversidad de cultivos para no agotar los nutrientes de la tierra. En esta agricultura, los beneficios de la tierra alcanzan a todos aquellos que la trabajan con sus manos, y no caen en los puños de sólo un pequeño grupo de grandes empresas.
Lo que he descrito son los principios básicos que inspiran la agricultura de conservación, y que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, FAO, promueve no sólo como un ejercicio de la imaginación, sino como una nueva forma de hacer las cosas. Y esta manera de operar no es tan sólo una opción, sino que se ha vuelto una necesidad urgente.
Pero aún estamos a tiempo de generar un cambio. Tenemos el conocimiento necesario para adoptar una forma de producción que maneja los recursos naturales de forma integrada, y que no sólo produce, sino que también conserva y mejora.
Pero ese cambio lo debemos hacer hoy, no cuando la población mundial alcance los 9 mil millones de habitantes y el cambio climático se convierta en una catástrofe global, ya que generar un cambio en la manera en que producimos los alimentos no sólo afectará a los agricultores. Al contrario, tiene el potencial de revolucionar la forma en que el ser humano se relaciona con el medioambiente, resarcir el daño hecho a los recursos naturales y considerar los efectos de nuestro modelo productivo a lo largo de la cadena alimenticia completa, desde la siembra de las semillas hasta que llega la comida a nuestras mesas.
Esta nueva forma de mirar la agricultura requiere inspirar con el ejemplo y en América Latina y el Caribe existen las condiciones necesarias para desarrollar esta nueva agricultura. La región posee una biodiversidad y riqueza que le ha permitido contribuir el 25% del crecimiento de la producción mundial de alimentos en los últimos treinta años. En el mismo periodo, es la región que ha hecho los mayores progresos en la reducción del hambre.
Si la región cambia su manera de producir y adopta las prácticas de la agricultura de conservación, los efectos se pueden sentir a lo largo del planeta. Pero hacerlo no es fácil. Requiere sistemas de innovación adaptados a las condiciones locales y requiere también mucha asistencia técnica y científica, y sistemas públicos de apoyo para los pequeños agricultores.
Los incentivos económicos siempre buscarán mantener el statu quo. Por ello, depende de nuestra generación luchar contra la inercia y generar la agricultura que el mundo actual necesita, una agricultura que no sólo nutra a las personas, sino también al planeta.