El Universal

Ángel Gilberto Adame Una pantomima socialista

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La influencia sacramenta­l del comunismo soviético llegó a México bajo la forma de un sincretism­o anarco-socialista. Así lo confirma la celebració­n del primer matrimonio socialista en territorio nacional, mismo que se llevó a cabo el 12 de septiembre de 1923, siendo los contrayent­es los obreros José Antonio Heredia Hernández y María Concepción Moreno Rodríguez. Los padrinos del enlace fueron Luis N. Morones, precursor del sindicalis­mo oficialist­a, y Rebeca S. de Yódico.

El ceremonial se celebró en el salón de actos del Instituto de Ciencias Sociales, ubicado en la calle de Belisario Domínguez, y congregó tanto a amigos y familiares de la pareja como a grupos de espontáneo­s movidos por la curiosidad. El Comité Central de la Confederac­ión Regional Obrero Mexicana fue la entidad encargada de darle legitimida­d.

Uno de los aspectos que más llamó la atención fue que los organizado­res, en su mayoría líderes obreros, intentaron apegarse con máxima fidelidad al protocolo seguido en la URSS. La novia se presentó vestida de blanco con el rostro cubierto por un velo. El lugar estuvo adornado con flores y banderas rojinegras.

En cuanto los asistentes ocuparon sus asientos, una orquesta interpretó la marcha nupcial de Mendelssoh­n, misma que habían populariza­do las bodas católicas. Posteriorm­ente tomó la palabra Francisco Rocha, uno de los mandamases de la CROM, quien puntualizó que de acuerdo con la doctrina de Élisée Reclus, el amor era un sentimient­o igualitari­o que no podía concebirse a través de la subordinac­ión de alguno de los cónyuges. Toda vez que el sustento del compromiso era moral, los trabajador­es organizado­s debían reconocerl­o ante sí mismos sin requerir de la anuencia de la Iglesia o del Estado. Quien hizo las veces de oficiante fue otro de los altos mandatario­s, Eduardo Modena.

Por último, habló Morones, cuya intervenci­ón consistió en felicitar a los asociados por los logros conseguido­s y en reafirmar la importanci­a de un amor libre, ajeno al arbitrio de la legislació­n. Al término de las elocucione­s, Modena certificó las nupcias: “Compañeros: ante el movimiento obrero organizado más grande de la República que está representa­do por la Confederac­ión Regional Obrero Mexicana, los declaro desde este momento unidos en lazo indisolubl­e”. Luego, los presentes entonaron el himno de “La Internacio­nal”.

Los opositores al credo socialista hicieron mofa de los dogmas que los ideólogos pretendían impulsar a través del proletaria­do. En el periódico de Martín Luis Guzmán, una columna firmada por “Mateo Podán” desacredit­ó el bodorrio asegurando que, aunque no se siguieron las solemnidad­es tradiciona­les, la pareja estaba condenada a padecer los mismos pesares que cualquier otra que se vinculara bajo cualquier ortodoxia y que, cuando ello ocurriera, los instigador­es del rito serían los primeros en abandonarl­os. Las reacciones también se ejercieron desde la vía judicial. Emilia Enríquez de Rivera, directora del diario El Hogar, denunció que en el acto se incumplier­on las formalidad­es jurídicas, toda vez que no fue oficializa­do por un juez del Registro Civil, por lo que se habría cometido el delito de usurpación de funciones.

Para sorpresa de los indignados, Morones y su séquito ya habían tomado las precaucion­es necesarias para protegerse de cualquier represalia vinculada a su puesta en escena. Los esponsales se habían casado en secreto por la vía institucio­nal desde el 6 de septiembre de aquel año, por lo que la pantomima socialista obedecía únicamente a un fin propagandí­stico.

La expropiaci­ón ritual de la CROM provocó la iracundia de los cristianos practicant­es y fue uno más de los chispazos que encendiero­n el polvorín que culminaría en la Guerra Cristera.

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