Trump: Afganistán, Arizona y el peso de la Oficina Oval
Por un lado, está Trump —su personalidad, sus convicciones y la agenda que le llevó a la victoria— y por el otro lado están los factores estructurales que no son simples de mover. Ambas circunstancias coexisten. Esta semana las vivimos en dos momentos distintos: El Trump que presentó su estrategia para Afganistán y el Trump del discurso de Arizona. En el primer caso, el presidente tuvo que ponerlo así: “Mi instinto original era salirnos (de Afganistán), e históricamente me gusta seguir mis instintos… Pero toda mi vida he escuchado que las decisiones son muy diferentes cuando te sientas detrás del escritorio en la Oficina Oval”. En esa frase, Trump reconoce que una cosa es prometer y otra distinta es enfrentarse a realidades como una guerra. La cuestión es que, sólo un día después en Arizona, observamos esa otra faceta de Trump que tenazmente retorna al sitio donde se siente cómodo, para intentar recordarle a su base que su agenda no será olvidada, sin importar contra qué realidades tenga que chocar.
La de Afganistán es una larga guerra que fue originalmente planeada para eliminar aAlQaed ay al gobierno talibán que lo apoyaba. Washington consiguió arrebatar a los talibanes el control del territorio, y pudo reducir la operación de Al Qaeda en ese país. No obstante, el costo económico y político fue enorme. EU llegó a tener ahí 100 mil soldados estacionados, y 2 mil 300 han perdido la vida. Esto generó una fuerte oposición interna. Por otra parte, las amenazas de Al Qaeda como red no se terminaron; se dispersaron. Así que, aunque al inicio de su gestión Obama escaló esa intervención, para 2014 decide cortar en 90% el número de tropas.
De su lado, el Pentágono estimó que el repliegue era demasiado apresurado. Pero Obama no escuchó los consejos y hoy en Afganistán quedan solo 8 mil soldados estadounidenses. Y sí bien el “instinto” de Trump indicaba que había que sacarlos a todos, pensarlo parece más sencillo que hacerlo. Tras la intervención internacional, Afganistán es uno de los sitios más inestables del planeta. El país es continuamente situado en los últimos lugares en los índices globales de terrorismo y de paz. Es uno de los tres que más expulsan refugiados hacia Occidente. Bajo esas condiciones, el crimen organizado florece, los talibanes han reconquistado la mitad del territorio, e ISIS tiene ahí una de sus mayores filiales. Así que “no”, dijeron voces como la del secretario de defensa Mattis o la del consejero de seguridad nacional McMaster, “ningún vámonos”. Por el contrario, se necesita aumentar el número de efectivos para al menos contener el conflicto, y asegurar que el país “no se convierta en una nueva base para organizaciones terroristas”. Ahora bien, aunque la probabilidad de éxito de esa estrategia es muy limitada, Trump decidió escuchar las recomendaciones y correr el riesgo, ante su base, que implicaba sacrificar uno de los principios de la política exterior del “America First”.
Había que compensar ese movimiento, y rápido. Entonces, (re)apareció Arizona. Con Arizona, regresamos al territorio conocido: Las declaraciones ofensivas contra opositores, los denuestos contra los medios y los golpeteos a su punching bag predilecto, México. Ahora habrá que esperar para saber si en alguno de esos temas, ocurre algo como lo que terminó sucediendo en la cuestión de Afganistán: que el presidente finalmente se percate de que tomar decisiones cuando se está ante el escritorio de la Oficina Oval es menos simple que gritar consignas y conseguir aplausos en eventos de campaña, sobre todo cuando la campaña ya terminó… hace tiempo.
Tomar decisiones cuando se está en la Oficina Oval es menos simple que gritar consignas y conseguir aplausos en campaña