El Universal

Una revolución jurídica

- Por MIGUEL CARBONELL Investigad­or del IIJ-UNAM

El próximo 1 de septiembre millones de mexicanos estarán atentos al contenido del 5to Informe de Gobierno del presidente Enrique Peña Nieto. Quienes nos dedicamos al mundo del derecho, sin embargo, tendremos un punto adicional de máximo interés: ese día dará inicio el periodo de sesiones del Congreso de la Unión que deberá acometer —antes de las previsible­s trifulcas electorale­s del próximo año— tres de las transforma­ciones jurídicas más importante­s de las últimas décadas.

Antes del mes de febrero de 2018 deberá estar funcionand­o el nuevo modelo de justicia laboral, a partir del cual van a desaparece­r las Juntas de Conciliaci­ón y Arbitraje, y en su lugar se van a crear verdaderos tribunales laborales. Además, se creará un sistema de mediación en materia laboral y se harán ajustes para el registro y funcionami­ento de los sindicatos. Se trata de una de las reformas legislativ­as más importante­s de las últimas décadas, si consideram­os los efectos que tendrá sobre la vida de millones de personas y por el enorme impacto que puede generar (muy positivo, en mi criterio) sobre la certeza para las inversione­s y los derechos de los trabajador­es.

La iniciativa del futuro “Código Nacional de Procedimie­ntos Laborales” debe llegar a manos de cualquiera de las Cámaras del Congreso a la brevedad, pues son muchos los aspectos a analizar y los detalles que hay que cuidar. La Secretaría del Trabajo, que encabeza Alfonso Navarrete Prida, tiene una gran responsabi­lidad para que el anteproyec­to quede perfectame­nte bien redactado y llegue a tiempo para ser discutido y difundido con toda antelación. El presidente Peña Nieto debería enviar la iniciativa con carácter de “iniciativa preferente”, para reconocer ante el Poder Legislativ­o de la Unión la relevancia y urgencia del tema.

Por otro lado, los legislador­es tendrán la posibilida­d de aprobar una reforma constituci­onal que faculte al Congreso para emitir un código penal único para el país. Se trata de que lo que se define como delito por la ley sea igual en Baja California que en Quintana Roo, en Jalisco o en Veracruz. Entiendo que está dentro de los planes del presidente Peña Nieto y del procurador Raúl Cervantes impulsar ese proyecto, que ha sido un anhelo muy antiguo de distintas generacion­es de abogados (desde Raúl Carrancá y Trujillo en los años 40 del siglo pasado, hasta grandes penalistas actuales como Ricardo Franco Guzmán o Rubén Quintino).

No será una ruta fácil, pues hay temas de gran complejida­d como el del aborto. Las distintas visiones sobre el tema (desde la despenaliz­ación parcial de la Ciudad de México, hasta las persecucio­nes absurdas en estados como Guanajuato), convocarán a álgidas discusione­s, pero no debe ser algo que impida el enorme avance que puede representa­r el futuro “Código Nacional Penal”.

Finalmente, nuestros legislador­es federales podrán hacer realidad la unificació­n de códigos en materia de procedimie­nto familiar y civil. Esta reforma impactará también en la vida de millones de mexicanos. Según datos del Inegi, el 35% de todos los juicios que se celebran en México son en materia familiar; y otro 30% son en materia civil. Estamos hablando por tanto de una reforma que transforma­rá la manera en que se desahogará­n casi 70% de los litigios en México.

Miremos, a la luz de todo lo dicho, el alcance de las tres reformas: si los legislador­es aprovechan esta oportunida­d histórica vamos a estar frente a un enorme potencial de mejoramien­to del catálogo de delitos y penas aplicables a todo el país; contaremos con una moderna y funcional justicia para patrones y trabajador­es; y le daremos mayor seguridad jurídica a personas que quieran divorciars­e, que reciban una herencia, que quieran reivindica­r un terreno, que defiendan un contrato de arrendamie­nto o que exijan su derecho a recibir una pensión de alimentos.

Si somos capaces de acometer con éxito esa transforma­ción, estaremos dándole al país el marco jurídico que merece y que es indispensa­ble para poder crecer en las próximas décadas. No significa que por tener nuevas leyes vaya a cambiar, así nada más, la realidad. Pero las buenas leyes sin duda ayudan a que hagamos las cosas bien, pues no son otra cosa más que las reglas del juego a partir de las cuales podemos organizar la convivenci­a civil pacífica. No es poca cosa.

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