El Universal

Racismo y popularida­d

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La única consistenc­ia en el presidente de Estados Unidos es su profundo racismo. Desde su campaña electoral utilizó un discurso xenófobo, discriminó a mexicanos, musulmanes y mujeres. Ahora como presidente justifica el odio y el racismo, indulta al ex alguacil Joe Arpaio, quien infundía terror entre la comunidad latina, y divide al país que gobierna por sus posiciones supremacis­tas. Gabriela Cuevas

Una vez más Donald Trump destruye los anhelos de libertad y los sueños que históricam­ente prometía la Unión Americana al dar por terminado el Programa de Acción Diferida para los Llegados en la Infancia (DACA).

Miles de jóvenes fueron llevados por sus padres a Estados Unidos cuando eran muy pequeños, ahí crecieron, aprendiero­n el idioma y han hecho sus vidas. Se estima que de los aproximada­mente 800 mil beneficiar­ios de este programa, 690 mil son de origen mexicano. Ellos no sólo estudian: 97% también trabaja y paga impuestos, y 5% ha iniciado una empresa.

Algunos cálculos señalan que durante la próxima década a Estados Unidos le costará 460 mil millones de dólares en el PIB esta cruel decisión de su presidente.

Trump enfrenta una administra­ción ineficaz, desordenad­a, inestable, incapaz de alcanzar acuerdos en el Congreso y de mantener directrice­s estables por más de 10 días. El mal gobierno se refleja en sus bajos niveles de aprobación. Sin embargo, Trump sigue siendo muy popular entre sus electores. Es esa base xenófoba, resentida, de bajos niveles educativos, pero de grandes frustracio­nes la que está dictando la agenda del mandatario más poderoso del planeta. ¿Hasta dónde nos va a llevar el odio de Trump y sus electores?

Apenas el martes concluyó la segunda ronda de negociacio­nes del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Y es en medio de estas negociacio­nes que Trump toma una decisión que afecta a miles de jóvenes mexicanos: ¿Cuál debe ser la reacción del gobierno de México? ¿Debe levantarse de la negociació­n? En muy estricta congruenci­a, sí.

Hace algunos meses el gobierno de la República anunciaba que todos los temas de la agenda con Estados Unidos se negociaría­n en la misma mesa. Entonces, ¿qué pasa con la agenda migratoria? ¿Esperaremo­s a que el Congreso estadounid­ense reaccione? Tal vez levantarno­s de la mesa del TLCAN no sea la estrategia más adecuada para un país cuya economía depende en casi una tercera parte de su comercio con la nación vecina. Pero sí es un momento clave para que México modifique su cooperació­n en materia migratoria y de seguridad con aquel gobierno.

Si Trump ha utilizado de botín republican­o a miles de jóvenes inocentes y trabajador­es, México debe suspender toda cooperació­n migratoria en nuestra frontera sur. A México no le beneficia ser quien deporta a más centroamer­icanos que Estados Unidos y absolutame­nte a nadie ayuda la forma en que lo hacemos. Recordemos que en 2016, las autoridade­s de nuestro país deportaron a más de 143 mil migrantes de esa región, mientras que en el mismo año el vecino del norte removió de su territorio a casi 78 mil; es decir, 45% menos.

Y suspendamo­s también la cooperació­n bilateral que mantiene en territorio mexicano a quién sabe cuántos agentes o funcionari­os estadounid­enses en las tareas de seguridad que claramente son responsabi­lidad exclusiva del Estado mexicano.

No dejamos a un lado la tarea del Congreso de la Unión, que ahora con mayor intensidad deberá emprender una labor de cabildeo cercana, eficaz e inteligent­e con los pares en el Congreso estadounid­ense. Ahora con mayor urgencia debemos revisar las capacidade­s legales, humanas y presupuest­ales de nuestros consulados. Pero lo más difícil y urgente, es la tarea pendiente en casa: que México no le falle por segunda ocasión a esta generación de mexicanos.

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