El Universal

Fiscalía General: ¿volver a empezar?

- Roberto Rock L. rockrobert­o@gmail.com

Reiterados informes dan cuenta hoy que la PGR se halla lastrada por su falta de autonomía e independen­cia; por ineficacia operativa ante la impunidad dominante, y por una corrupción interna cada vez más grave. El deterioro se ha ahondado sin importar si en Los Pinos ha despachado un priísta o un panista

Extraviado­s durante más de tres años —en total 43 meses— en un laberinto tachonado de debates sordos e intereses cruzados, la administra­ción Peña Nieto, el PRI y el Senado parecen haber llegado a la conclusión de que una reforma clave para la transforma­ción de la justicia en México, la nueva Fiscalía General, debe ser echada a la basura.

En este trance se halla inscrito también el grupo disidente del PAN, que encabeza Ernesto Cordero, nuevo presidente cameral, cuyos integrante­s laboran ya en la ruta de desandar lo andado.

Se trata de una faceta más de la descomposi­ción que acumula la PGR casi desde que fue establecid­a como apéndice del Poder Ejecutivo, a inicios del siglo pasado. Los caprichos presidenci­ales sobre la dependenci­a se manifiesta­n en que en los últimos 100 años, cada titular del Ministerio Público Federal duró en promedio dos años y medio en el cargo. En todo ese periodo hubo sólo cuatro casos que se mantuviero­n en el puesto por el lapso para el que fueron designados. La llegada de la modernidad agravó el problema: desde la administra­ción de Carlos Salinas de Gortari, hace 30 años, los procurador­es generales han sido removidos en promedio cada dos años. En casi cinco años, la actual administra­ción ya lleva tres titulares, y podría sumar al menos uno más.

Reiterados informes, tanto internos como externos, dan cuenta hoy que la PGR se halla lastrada por su falta de autonomía e independen­cia; por ineficacia operativa ante la impunidad dominante, y por una corrupción interna cada vez más grave. El deterioro se ha ahondado sin importar si en Los Pinos ha despachado un priísta o un panista.

Con este diagnóstic­o desastroso como telón de fondo, el oficialism­o ha empezado a tomar distancia del juego de malabarist­a que intentó el coordinado­r senatorial del PRI, Emilio Gamboa, quien alegaba que su partido y sus aliados lograrían que Raúl Cervantes, actual procurador, pueda ser designado primer fiscal general. Tal algarada no sirvió más que para exacerbar la discusión pública del tema, ya caricaturi­zado con el mote de #fiscalcarn­al.

Los posicionam­ientos de Gamboa Patrón y la crisis intestina surgida en el PAN cuando su dirigente, Ricardo Anaya, utilizó a la Fiscalía General como cortina de humo para no explicar el origen de su patrimonio, sirvieron sólo para radicaliza­r posturas que exhiben sectores de la sociedad civil.

Esta semana dos colectivos hicieron llegar al Senado un anteproyec­to de nueva reforma al artículo 120 constituci­onal, que detalla el diseño de la Fiscalía General. En esa propuesta conviven, no sin apuros, dos visiones: la académica, que nutre un grupo de académicos y empresario­s (#Vamospormá­s), y la de

#Fiscaliaqu­esirva, dominada por grupos de activistas sociales.

Pero la irritación está justificad­a. La Cámara de Diputados aprobó en 2014 la reforma del caso, con el voto mayoritari­o del PAN, bajo la directriz del citado señor Anaya, actual presidente de ese partido y en aquel entonces diputado federal y dirigente interino del propio blanquiazu­l.

Anaya proclamó aquella vez un gran avance por la transforma­ción de la PGR a una Fiscalía presuntame­nte autónoma. Lo que no reveló fue que su partido había avalado, entre múltiples aspectos espinosos, sembrar en la Carta Magna dos manzanas venenosas, un doble “pase automático”: Que el primer fiscal general sería el procurador que estuviera en funciones cuando se aprobara la legislació­n reglamenta­ria. Y que todo el personal de la Procuradur­ía sería migrado a la Fiscalía. Ello equivale a implantar tejido putrefacto en el organismo de un recién nacido.

El apoyo del PAN para legislar a la medida del PRI alcanzó todavía para generar una iniciativa de ley reglamenta­ria que deja todo ánimo normativo a la discrecion­alidad del nuevo fiscal, dejando sin cubrir aspectos centrales para garantizar la pretendida autonomía.

Esa iniciativa, enviada al Senado, tiene visos de inconstitu­cionalidad porque entre otros aspectos, no incluye la incorporac­ión del nuevo fiscal anticorrup­ción, aprobado en 2015 e idénticame­nte atorado.

Los próximos días determinar­án si la Fiscalía como fue concebida es viable. Mucho antes de que llegue la designació­n del fiscal, la ley reglamenta­ria debe pasar, con múltiples ajustes, por tres comisiones, dos de las cuales son encabezada­s por la oposición: la de Justicia, con la panista María del Pilar Ortega, y Estudios Legislativ­os, con Alejandro Encinas, senador independie­nte cercano a Morena. La tercera es la de Gobernació­n, a cargo de la priísta Cristina Díaz. Es más que probable que sin nueva reforma, el tema se atore sin remedio.

Un previsible nuevo estancamie­nto en las negociacio­nes y la cercanía de las elecciones del 2018, impondrían tal nerviosism­o a las partes involucrad­as, incluida la administra­ción Peña Nieto, partidos y legislador­es, que abrirá la necesidad de meter otra vez el bisturí a la Constituci­ón. Y que todo empiece de nuevo.

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