El Universal

David Martín del Campo: ¿Frida, S.A.?

- César Güemes @cesargueme­s

Ha escrito casi todos los libros y ganado casi todos los premios. Narrador y periodista, David Martín del Campo toma para esta columna una entrevista que suma luz literaria en torno a Frida Kahlo justo ahora que –como se ha registrado en estas páginas a través de Sonia Sierra– la “denominaci­ón de origen” del nombre de la pintora pasa por una serie de diferendos.

Martín del Campo dio a conocer apenas hace unos meses su obra quizá más ambiciosa, La niña Frida, bajo el sello de Tusquets, casa editorial a la cual pertenece la también periodista Myriam Vidriales, a quien es de caballeros agradecer su delicada operación para esta entrega.

–Es magnífico que en una novela de largo aliento hayas navegado por la novela negra. En México no hay un desprecio por el género, sino un desperdici­o.

–Con el tiempo, acercándom­e a autores de nuestra lengua –Taibo II, Padura, pero sobre todo Vázquez Montalbán–, comprendí que el género ofrecía un instrument­o excepciona­l de incursión en las almas sumergidas en la culpa. Todos cargamos un pecado secreto, un crimen inconfeso.

–Esta obra te llevó años de investigac­ión, de lecturas, de miradas. Pero después tuviste que realizar la alquimia entre los datos históricos y las variantes que ofrece la novela. Aun para ti, con tu trayectori­a, debe ser un ejercicio agotador.

–Agotador, sí. Quizá todo nació cuando vi alguna tarde al viejo Carlos Pellicer en el camión Lomas-Bellas Artes en el que se transporta­ba a las sesiones del Senado. Meses después supe de su muerte, ocasionada realmente por el robo que hicieron en su casa de dos cuadros originales de José María Velasco que le alegraban el día. El robo se convierte en la clave dramática de la novela porque a Pellicer le han hurtado también un cuadro escandalos­o denominado La niña

Frida. Es el escenario de la novela que arranca con el suicidio del niño Antonio Negrín dándose aquel tiro en el salón de clases y que, por cierto, fue real.

–Max Retana, tu personaje, tiene miles de coincidenc­ias en un buscador cibernétic­o civil. Entonces, ¿hubo un Retana en tu existencia, un maestro, un compañero de estudios?

–Dos de mis compañeros de clase llegaron a trabajar a la PJ. A veces contaban casos aislados, nada del otro mundo, pero en mi infancia teníamos un vecino que, se decía, era “investigad­or privado”. Cargaba pistola, sombrero, montaba en un viejo Ford azul. A veces, cuando jugábamos en la calle, nos saludaba misterioso. Luego, un día, ya no estuvo. Alguien aseguró que lo habían matado. Ése sería el Retana de mi novela. Gente que trata de resolver los misterios que hay en una relación de adúlteros y que de cuando en cuando rastrea a gente que le estorba al gobierno, como en la novela ocurre con Retana siguiéndol­e los pasos a Julio Scherer, Gastón García Cantú, Vicente Leñero... Es el año de 1976, no lo olvidemos.

–Hay muchos más artistas trágicos que podrían ser susceptibl­es de verse como “Frida S.A.”, y sin embargo nadie los codicia tanto. Así que debe haber un elemento extra que incluso te sedujo a ti.

–La adoración de Frida Kahlo se explica con otros personajes míticos, heroínas en rebeldía. Lo de Frida fue un verdadero martirio: la poliomieli­tis, el accidente del camión, los sucesivos abortos, la columna vertebral quebrada, y el tormento permanente que significó segurament­e vivir al lado de Diego Rivera.

–David, ¿tendrías un cuadro de Frida en tu casa y vivirías en paz viéndola cada día?

–Lo tengo. Y otro de Van Gogh. Qué preguntas.

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