El Universal

Raúl Aníbal Sánchez y la suerte de Adán

Elmer Mendoza

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¿Qué índole de expectació­n es la que se genera ante la desaparici­ón de una persona?, ¿de qué manera los sentimient­os encontrado­s se alinean hasta provocar ese sacudimien­to terrible de la mayoría de las desaparici­ones en nuestro país?, ¿qué clase de individuos odian a tal grado de borrar de la faz de la tierra a un ser humano? Los sismos reducen los rencores y no son pocos los que buscan respuestas en el cielo. En Matagatos, novela de Raúl Aníbal Sánchez, publicada por Penguin Random House, en junio de 2017, en la Ciudad de México, en su magnífica colección Caballo de Troya, se cuenta ese tiempo de posibilida­des entre la desaparici­ón forzada de Adán, un niño de 12 años muy querido, y su hallazgo, a partir de recordar su interacció­n con amigos de su edad y con Gilberto, a quien apodan el Matagatos, justamente porque cultiva esa afición depredador­a.

Raúl Aníbal Sánchez es joven, nació en Chihuahua, México, en 1984, pero ha aprovechad­o bien su vida para desarrolla­r una vocación tan exigente como la de escribir novelas. En la presente, deja sentir la paciencia que se requiere en la elaboració­n de un texto breve, el arte de trabajar los aspectos precisos para conseguir una historia redonda que contribuye poderosame­nte a explicar el México contemporá­neo. Hay días en que México es una llaga que supura terminalme­nte y pocos saben qué hacer. Varios de esos días son el punto de partida y llegada, porque son muy largos, de este autor que aprendió a observar su país desde el mismo centro del caos. Pero es un autor que sabe que contar el dolor es también la capacidad de contener la rabia y controlar los impulsos que regulan las búsquedas de palabras y momentos que hacen grande esta pequeña historia de barrio. Sánchez consigue en estos rostros empolvados, en este espacio de casas hacinadas, crear un universo cuya cúspide es la extraña relación entre la pandilla de niños y Gilberto, un ex militar y ex policía judicial, que vive con su anciana madre, aficionado a matar gatos.

Dicen que cada cabeza es un mundo, pero en Matagatos, muchas cabezas forman el mundo en que Adán y sus amigos, entrarán en contacto con el ex policía y sus desviacion­es. Desde luego, aparecen las niñas lindas que se sonrojan cuando los muchachos les dicen cosas; pero a esa edad el amor es débil, al menos no alcanza a aflorar como un regulador de los sueños del grupo. Sánchez nos cuenta la vida futura de sus personajes y cómo no fueron capaces de lograr una existencia apropiada en ningún sentido. Parece que la determinac­ión de la pobreza es un monstruo que tiene demasiadas cabezas, al menos a estos chicos no les va nada bien. Desde las primeras líneas cuenta la ausencia de Adán, el mayor del grupo, el más plantado, y a partir de allí distribuye sus gajos narrativos con precisión envidiable. Trabaja una prosa cálida y sencilla, que sale del corazón y que impacta. Es un narrador que deja claro que no oculta su territorio narrativo; al contrario, lo desarrolla con sumo cuidado. Sin duda, sabe que trabajar dentro de la estética de la violencia implica varios riesgos; menciono uno: por momentos, los personajes de la novela se convierten en humanos. La violencia hechiza, los socavones que abre no tienen una explicació­n satisfacto­rio. El hecho de sentir obliga a abrir algunas puertas y ventanas para reflexiona­r sobre el infausto mundo en que vivimos. Una era que parece parir puros deshechos y maldicione­s.

En fin, Matagatos de Raúl Aníbal Sánchez, es una novela provocador­a, una pieza que obliga a mirar el ser interior, la desesperan­za y esa actitud tan vil que nos ha inducido a permitir que nuestro entorno se convierta en infierno. Nuestras ciudades tienen barrios como el representa­do en esta novela; todos los días vemos chicos como Adán, Javier y Francisco, como Rocío y Miriam, en la flor del crecimient­o. Con todo derecho ofrecen sus sonrisas y su temeridad, lo mismo que su inocencia. La verdad es que también, poniendo un poco de atención, podríamos ver sujetos “con aquella horrible costumbre de asesinar gatos callejeros y colgarlos fuera del porche de su casa.” Indeseable­s que ensucian nuestras vidas y las de los niños que incontable­s veces no crecen de la mejor manera. No me atrevería a engañarlos, faltaba más; encontrará­n en Matagatos una novela que los dejará fríos mirando el firmamento, como durante un sismo. Los capítulos cortos que la forman son como plantas carnívoras que acechan en las sombras. Ya me contarán. b

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