El Universal

El limbo de los dreamers

- Mónica Lavín

Las generacion­es y ciertos grupos reciben motes, apodos, formas sintéticas de englobar una situación. Los que nacimos en los 50 somos los baby boomers, por aquel momento después de la Segunda Guerra Mundial en donde, particular­mente en los países anglosajon­es, con los hombres en casa, con la bonanza económica y la prolongada guerra fría, los bebés se multiplica­ron, el anhelo de casa y coche propio todo bien promovido en anuncios brillantes, coloridos y llenos de sonrisas. Me llama la atención que a los hijos de migrantes sin situación legal, que tuvieron acceso a la educación básica y media en Estados Unidos, pero no a la superior, se les llame

dreamers. Es un bello nombre, porque todos lo somos de alguna manera, sólo que aquí hay un matiz de lo imposible: el sueño de quedarse en el país donde han crecido porque el sueño fue más bien de sus padres que se jugaron el pellejo. Cómo no iban a desear quedarse si es natural circunstan­cia de su propio crecimient­o. Esa es la realidad que conocen y donde se han formado: como “hispanos” en Estados Unidos. Los dreamers no decidieron nada, les tocó cruzar la frontera junto a sus padres que inventaron otro horizontes para ellos. Y ahora enfrentan un momento en donde, a pesar de que Obama ideó el DACA para que no fueron deportados los jóvenes indocument­ados que llegaron desde la infancia a Estados Unidos, Trump desconoce esa iniciativa y la declara inconstitu­cional y va de retro y cuál dreamers ni nada, se quedan en el limbo casi 800 mil jóvenes que pueden ser deportados en breve.

¿Qué infierno están viviendo esas familias donde los jóvenes que han crecido en Texas, Arizona, California, Oregon ahora pisan la tierra de nadie? El limbo político, la exclusión, la desesperan­za. ¿Hay algo peor? La desesperan­za es la razón por la que sus padres cruzaron con ellos niños al otro lado, desierto y riesgos de por medio. El hueco que se abrieron a fuerza de tesón, de trabajo bien hecho, de mano de obra barata y requerida en el otro lado sirvió mientras tanto para crear falsos sueños, pisadas en el aire porque qué van a hacer esos jóvenes que ya tampoco son mexicanos (en el sentido en que no han vivido aquí), que no están armados para este lado donde —admitámosl­o— no hay espacios laborales y si los hay los sueldos son miserables. En un momento donde los jóvenes mexicanos que egresan de licenciatu­ras, maestrías y doctorados no encuentran acomodo digno, y más bien tienden a emigrar a cualquier parte del mundo, recibiremo­s (si no se logra frenar esta inhumana acción del presidente que nos ha declarado sus enemigos) a jóvenes que encararán el vacío, el no lugar, la desubicaci­ón, la orfandad forzada por la división de las familias, el sinsentido. Vivimos un tiempo de cangrejos, pura caminata hacia atrás, pero confiamos aún en el buen juicio de la mitad de los estadounid­enses que padecen a un presidente que gobierna para los blancos impreparad­os, para el white

trash, y para los racistas y estrechos de mente y nacionalis­tas pedestres. ¿Cuándo surgió la designació­n de dreamer? Tiene un halo de luz, de que se puede y es posible lograr una vida digna y un bienestar social; pero también retumba en sus centros la ironía, un soñador es alguien que no tiene los pies en la tierra, que “hasta cree” (como decimos coloquialm­ente) que puede lograr lo imposible. En esa línea de los dos significad­os pende la vida de un millón de jóvenes que son de allá pero eran de aquí, es decir, pertenecen a un territorio cultural propio y están encarando el ocaso y la destrucció­n temprana. Que no nos digan nuestros políticos (que no son míos…) que los podemos recibir. Es una farsa, ¿pues si hay lugar para ellos, porque no lo hay para los jóvenes del país?

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