El Universal

Por los caminos del mezcal

A bordo de una combi, saborea el destilado de maguey y el mejor plato de pozole que se sirve en Ixtapan de la Sal

- VIRIDIANA RAMÍREZ viridiana.ramirez@eluniversa­l.com.mx

Vas a viajar a la velocidad del paisaje y para eso, debes abordar una coqueta combi de los años setenta. A marcha lenta, el vehículo se interna por las brechas del Pueblo Mágico de Ixtapan de la Sal, en el Estado de México. Su misión: llevarte a probar, traguito a traguito, los jugos destilados del maguey espadín.

La primera parada es la exhacienda cañera de Los Arriata. Los restos de su antiguo casco son testigos de aquellos años de esplendor en que producían azúcar y aguardient­e.

La combi ahora se dirige al pueblito mezcalero de Pilcaya, en el estado de Guerrero. El paisaje se comienza a tapizar de campos de maguey, los mismos que después verás cociéndose en un horno de piedra volcánica.

En el pueblo, visita la iglesia con sus retablos bañados en hoja de oro. Los guías cuentan que es uno de los primeros templos que se construyer­on en México después de la Conquista.

Ahora, hay que comenzar a subir por las veredas que llevan hacia el mirador de Las Barrancas. A lo lejos se ve un puente colgante y humo saliendo de una chocita. El refugio, con paredes de carrizo y techo de palma, te está espera a ti y al grupo con tortillas hechas a mano, frijolitos y el primer trago de mezcal.

La bebida se sirve en jarritos de barro hechos en un pueblo alfarero de Ixtapan de la Sal. Cada viajero lleva su diminuto vaso colgando del cuello. El primer trago raspa toda garganta, pero esa sanción cambia cuando se combina con sal de jumil y naranja.

La siguiente parada es el Rancho El Refugio, de los pocos que aún elaboran mezcal de forma artesanal. El recorrido se hace en cuatro partes: primero, en el horno, para ver cómo se cuecen las piñas del maguey; luego, el área de picado, donde las piñas soltarán todo su jugo; la siguiente etapa es la fermentaci­ón; por último, la destilació­n y, ahora sí, vas a probar el mezcal que más se te antoje.

También hay una degustació­n de quesos regionales y de sales mezcladas con chapulines, gusanos de maguey o frutos.

El viaje se cierra en el Rancho Buenos Aires, para una comida al aire libre, con uno de los platillos mexicanos más tradiciona­les, el pozole. Se prepara al estilo Guerrero, es decir, con taquitos dorados, aguacate, queso y chiles rellenos. No te hagas de la boca chiquita y prueba el “coyote”, una bebida preparada con destilado de caña, chile, cebolla y sal. Quién te lleva: Rutas con Encanto. Precio: desde mil pesos por persona. www.thewelcome­rs.com

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Degustació­n de mezcal guerrerens­e.
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