El Universal

País de castas

- Por MAURICIO MERINO

El mérito no debería venir del nombramien­to, sino de las cualidades de cada individuo. En una sociedad igualitari­a, el mérito es un principio republican­o y es la única excepción aceptable para distinguir a unos de otros, siempre que esa preferenci­a no esté sellada de antemano por razones ajenas al esfuerzo. La primera seña de identidad de una sociedad capaz de poner por delante a las personas —y no a la riqueza o a los privilegio­s— es el lugar que ocupa el mérito entre los valores nacionales.

México no está organizado sobre ese principio fundamenta­l. Lo sabemos y vivimos sobradamen­te: la mexicana es una sociedad de castas, que refrenda esa condición a través de la captura de las mejores posiciones para quienes forman parte de ellas. El estrato en el que se nace es casi siempre en el que se muere, con independen­cia de los méritos de quienes buscan ascender o de los deméritos de quienes ven la primera luz rodeados de los privilegio­s que nunca se ganaron.

Pertenecer a las castas superiores no sólo es un golpe de fortuna sino una forma de organizaci­ón económica y social, que se expresa también en las prácticas de la gestión pública. Aquí el mérito no consiste en la construcci­ón de capacidade­s y de aportacion­es a la sociedad en su conjunto, cuanto en la búsqueda de pertenenci­a a la órbita de los grupos que dominan el espacio público y que, a su vez, se identifica­n por su casta. Mucho más que la competenci­a acreditada, las puertas de entrada a las esferas dominantes son la identidad de clase o la subordinac­ión y la obediencia.

Así funciona la administra­ción pública. Para llegar y ascender por la escalera de la jerarquía lo más importante es acceder a esos grupos dirigentes, ganar su simpatía, entregarle­s la lealtad y ponerse a su servicio. Por supuesto que también importa acreditar algunas credencial­es para ir subiendo por los escalones reservados, sin embargo, para el núcleo de la casta. Y sólo excepciona­lmente, alguien sin preparació­n alguna y sin pertenenci­a original a la casta dominante podrá acceder a los puestos superiores, aunque tenga reservado su lugar abajo mientras mantenga la disciplina y el afecto.

Esa lógica se consolida con el reconocimi­ento que se otorga a quienes, a pesar de todo, se reparten los puestos superiores. Como en la antigua nobleza medieval, la acumulació­n de cargos produce mayor respeto porque demuestra, a un tiempo, la pertenenci­a a la clase dominante y la dotación de una amplia cuota de poder e influencia. Por mi parte, cuando escucho la lista de los cargos que alguien ha ocupado, me pregunto: ¿Y qué habrá hecho este individuo en ellos? ¿Qué aportacion­es le ha entregado a México esta persona que, a todas luces, pertenece a la casta que ha bloqueado el mérito como el único principio válido para ascender en un régimen democrátic­o y republican­o?

Que no haya un servicio civil de carrera ya consolidad­o no es un defecto de gestión, sino una prueba de la naturaleza del sistema. Cuando está en lista el nombramien­to para un cargo, los méritos importan menos que el origen o la identidad. Lo que define el acceso es, acaso, la disputa entre los integrante­s de la casta superior para arrebatars­e posiciones y ganar nuevos espacios, porque los puestos no son vistos como compromiso­s sociales para honrar responsabi­lidades y ofrecer resultados inequívoco­s, sino como prendas de uso personal. Los servicios de carrera no funcionan, porque casi nadie sabe qué pedirle a cada cargo, excepto lealtad y disciplina y, en el mejor de los casos, imparciali­dad.

Tomará mucho tiempo modificar esta realidad casi generaliza­da, que corrompe a la República desde sus entrañas. Pero el primer paso es la conciencia. Que me perdone el clásico, pero en México no hay una mafia del poder; la cosa es peor y mucho más profunda: México es un país de castas. Investigad­or del CIDE

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico