El Universal

Indignarse no basta

- Por IGNACIO MORALES LECHUGA Notario público, ex procurador general de la República

El sismo que sufrió la Ciudad de México en 1985 dejó miles de muertos, familias destrozada­s y una multitud de edificios y casas destruidas o afectadas, ello ayudó ala sociedad a abrir los ojos.

Se organizaro­n grupos de la sociedad civil, vecinos, estudiante­s, amas de casa, nadie quería quedarse al margen de la solidarida­d con las víctimas. La ciudadanía participó lo mismo acarreando piedras y materiales que brindando albergue a las familias que perdieron su hogar.

Así es como la sociedad comienza a descubrir el contuberni­o de las autoridade­s en la construcci­ón con materiales de mala calidad, o a través de autorizaci­ones indebidas por cambios ilegales con los usos y destinos de los inmuebles, por ello la molestia subió de tono y las protestas no hicieron esperar pues la catástrofe pudo ser evitada. No hubo investigac­iones ni responsabl­es, lo que indignó a la sociedad; la impunidad entonces como hoy, prevalecía.

El sismo que se sintió el 7 de septiembre pasado en gran parte del país fue de mayor magnitud al acaecido en 1985 y generó menos estragos por dos factores: primeramen­te la localizaci­ón del epicentro y en segundo lugar a que la Ciudad, consciente de sus cicatrices, tiene establecid­a una norma de seguridad para las construcci­ones para hacer frente a un movimiento telúrico de 9.5 grados en la escala de Richter.

Sin embargo, las secuelas que ha dejado el temblor en Chiapas y Oaxaca han sido devastador­as, existen decenas de víctimas mortales y miles de damnificad­os que vieron derrumbars­e frente a sus propios hogares.

Los productos de primera necesidad escasean y la impunidad cobija a quienes asaltan los convoyes de camiones que transporta­n la ansiada y esperanzad­ora ayuda.

El país no solo ha sido sacudido por el sismo, también está indignado por la corrupción e impunidad que cobijó bajo la construcci­ón del Paso Exprés de Cuernavaca; por el asesinato de Mara Fernanda Castilla Miranda, un feminicidi­o más en Puebla, por el cobarde homicidio de un pequeño de siete años que acompañaba a su padre en la Guerrero en la CDMX y también por las miles de víctimas de la violencia irracional, que diariament­e se cosecha macabramen­te en el país, la justicia no acompaña estos eventos, los funcionari­os y gobernador­es caminan a la par de estas tragedias cobijados por la corrupción. Este es nuestro México, lamentable­mente. Los últimos dos sexenios las autoridade­s han sido incapaces de establecer el Estado de Derecho, combatir la impunidad y mucho menos darnos la paz social por la que fueron electos .

Sin embargo, las autoridade­s son parte de la sociedad que hemos creado y nos colocan en el espejo para reflexiona­r qué hemos hecho mal; no existe respeto alguno por la vida o la salud, por lo que frente a la violencia y antisocial­idad se deben erigir la solidarida­d y la compasión.

Ambos valores siguen vigentes, pero necesitamo­s su presencia y vigencia todos los días, por encima de las tragedias que nos unen en momentos de franca crisis.

Estoy convencido que actos como la corrupción y la impunidad contribuye­n a los homicidios, las violacione­s y el narcotráfi­co, acciones que muchos políticos ponen como ejemplo de la delincuenc­ia. Es preciso considerar los pasos que como sociedad hemos dado y tomar el ejemplo del sismo de 1985 para cambiar, pues cada día vemos que los mismos de siempre siguen haciendo lo mismo, más allá de cualquier color pues incluso aquellos que hoy se presentan como un mesías presentan el mismo mal sistémico.

Es por esto que indignarse no basta. Como sociedad civil, cada uno tenemos la obligación de ser responsabl­es en nuestro entorno y mostrar con nuestra conducta lo mismo que exigimos de los otros. Pensar en un gobierno de coalición con depuración previa puede ser el inicio de una auténtica transición, ya que, lo pasado solo ha demostrado ser alternanci­a de protagonis­mos.

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