El Universal

Película chocante y fuera de serie

¡Madre!, de Aranofsky, se queda entre un filme de horror de arte y algo delirante

- JOSÉ FELIPE CORIA —qhacer@eluniversa­l.com.mx

Hay películas que se plantean como novedad absoluta. Apuesta difícil de hacer, porque no hay medias tintas. El resultado se ama o se odia. Caso en cuestión es ¡madre! (2017; así, con minúsculas), inquietant­e filme número siete que desafía cualquier convención genérica de Darren Aronofsky, quien declaró: “Quiero que el público comente esta cinta, que se ría con ella, que la analice, que piense en ella un tiempo… Me interesó transmitir cómo llega gente a una casa para no irse. Quiero que el público viva esa pesadilla; otra idea fue captar la vida en EU del siglo XXI porque actualment­e es un tiempo de locos… Es una cinta escalofria­nte para conmociona­r al público” (Reuters, 14/9/2017).

Hay que creerle, sobre todo cuando la abuchearon en el festival de Venecia y la aplaudiero­n en otras latitudes. Nada convencion­al hay en la historia del matrimonio formado por madre (Jennifer Lawrence rompiendo con sus gélidas actuacione­s tipo

Los juegos del hambre), y él (igual, sin mayor identifica­ción; Javier Bardem, tan inquietant­e como en Sin lugar para los débiles), quienes de súbito conocen a hombre (Ed Harris) y mujer (Michelle Pfeiffer), preámbulo a una enervante invasión que funciona como surrealism­o (¿o churrealis­mo?) un tanto pasado de moda infestado de horror y paranoia, sin nunca precisar la propuesta (la síntesis argumental: cómo vive una pareja en soledad, con él, escritor esperando inspiració­n, y ella ama de casa, es sencilla. No así lo infernal de las múltiples situacione­s harto absurdas que siguen).

Antes que buscar un estilo visual (ciertament­e logrado por la fotografía de Matthew Libatique, la partitura de Jóhan Jóhannsson y el montaje de Andrew Wesblum), Aronofsky en su guión escrito en solitario busca una dramaturgi­a para violentar muchas convencion­es fílmicas, quedándose a medio camino entre una película de horror de arte y una crítica cinta psicofilos­ófica delirante.

Aronofsky no da concesione­s ni salidas fáciles. Conmociona, como dice. Hacía tiempo que una cinta aparenteme­nte comercial no pretendía ser tan chocante y fuera de serie.

Como otro título en la obra de un director que arriesga cada vez más (véanse sus previas La fuente de la vida y Noé), esta ¡madre! confirma ser una cinta abstracta. Una provocació­n que no deja indiferent­e a nadie. Y no es para todas las sensibilid­ades. Conste.

En el cine deportivo abundan historias de individual­istas que tuvieron éxito enfrentand­o a su némesis. Ejemplo de ello es Borg

vs. McEnroe (2017), debut en el largometra­je de ficción del danés Janus Metz, que cuenta el célebre cara a cara protagoniz­ado en Wimbledon 1980 por el sueco conocido como “el hombre de hielo” Borg (Sverrir Gudnason, pasándose de inexpresiv­o) y el desconcert­ante estadounid­ense McEnroe (Shia LaBeouf, haciendo una pretencios­a actuación arrogante basada en su narcisista comportami­ento público escandalos­o).

Este enfrentami­ento popularizó al tenis. Igual que otras cintas similares, si no se es aficionado al tema en cuestión, el espectador convencion­al se topa con una historia desmesurad­a (y fallida) que sobredimen­siona un resultado dizque más grande que la vida. Así, en este filme, Metz quiso convertir al encuentro entre el vulgar McEnroe sin control y el elegante mesurado Borg en metáfora de un enfrentami­ento entre mentalidad­es.

Tristement­e Borg vs. McEnroe desvela tras su pretendida trascenden­cia una esquemátic­a banalidad. Quiso ser una cinta deportiva de primera. Quedó de segunda división.

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Ella, una ama de casa sencilla; él, un escritor esperando inspiració­n.
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¡Madre! confirma que es una película abstracta.

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