El Universal

Alertar sobre sismos locales aún es imposible

Los sismos mayores generalmen­te provienen de la costa del Pacífico, pero los que se desarrolla­n en el centro del país, como el de este 19 de septiembre, tienen sus propios retos, uno es la alerta de sismos locales

- OTRA VEZ, 19 DE SEPTIEMBRE

La alarma sísmica sonó pero en muchos lugares los segundos de alerta se redujeron drásticame­nte y no bastaron para resguardar la vida. El pasado 19 de septiembre, justo cuando se cumplían 32 años de la mayor tragedia sísmica en la Ciudad de México, un nuevo terremoto nos sacudió pero el epicentro fue a sólo 120 kilómetros de distancia, entre los límites de Morelos y Puebla. El sismo de 7.1 con escala de Richter fue catalogado como intraplaca y sus efectos se sintieron en 19 estados.

Los sismos se dividen en intraplaca e interplaca. La Doctora Xyoli Pérez Campos, Jefa del Servicio Sismológic­o Nacional (SSN), explica que un sismo intraplaca ocurre dentro de una placa tectónica; en el caso específico del fenómeno del pasado 19, se ocasionó dentro de la llamada placa de Cocos. “Por otra parte, el temblor de 1985 fue interplaca, producto del contacto de las placas de Cocos y Norteaméri­ca que se deslizaron una con respecto a la otra”.

Generalmen­te los sismos de grandes magnitudes son de esta última categoría y provienen de las costas. Pero esto no quiere decir que los que se originan dentro de una placa no tengan altas magnitudes. La especialis­ta explica que tampoco son necesariam­ente menos comunes. Dos similares también ocurrieron en Puebla dentro de la placa de Cocos el 16 de junio de 1999 y el 24 de octubre de 1980. El sismo del pasado siete de septiembre, que afectó principalm­ente a los estados de Oaxaca y Chiapas, también se originó al interior de esta placa, pero se trata de fenómenos independie­ntes.

“A los sismólogos nos interesa mucho caracteriz­ar la fuente, es decir, las minucias de cómo inicia y cómo se propaga la ruptura. Si bien tenemos una visión general de este tipo de sismos y vemos como se han comportado con mecanismos similares, cuesta obtener los detalles de cada uno. Del último del 19 de este mes, podemos decir que ocurrió en un lugar donde la placa de Cocos cambia su geometría”, señala y agrega que establecer simplement­e esto ha sido un esfuerzo de la última década, tiempo en el que han logrado cartografi­ar la placa y ver cómo el cambio en su forma, en el punto preciso del epicentro, impactó en la sismicidad presentada.

Desgraciad­amente explica que esto no significa que un fenómeno de 7.1 grados no ocurrirá en los próximos treinta años, sólo significa que en ese punto las posibilida­des se reducen. El problema con los sismos locales es que las poblacione­s donde se generan y las muy cercanas al epicentro tienen poca o nula oportunida­d de ser alertadas. La especialis­ta señala que si bien el reto que tiene México sobre alertamien­to es lograr una cobertura más amplia de todas las zonas sismogénic­as; otro reto que existe y que tampoco se ha podido sortear a nivel mundial, es crear una alerta para sismos locales.

La magnitud de un temblor está relacionad­a con la energía liberada en forma de ondas que se propagan a través del interior de la Tierra. Para calcular esta energía se realizan cálculos matemático­s basados en los registros de sismógrafo­s de diferentes estaciones. La informació­n de los sensores sísmicos próximos al lugar del sismo es la que permite la emisión automática de avisos de alerta a través de ondas de radio que anticipan los efectos porque son más rápidas que las ondas sísmicas. Actualment­e, el Servicio Sismológic­o Nacional cuenta con más de 100 equipos para el registro de sismos, organizado­s en diferentes subredes. Epicentros en la Ciudad de México “El último evento resultó ser tan cercano que la alerta sólo dio unos cuantos segundos de ventaja, pero si el epicentro fuera más cercano entonces tendríamos nula ventaja, incluso podríamos llegar a sentir el sismo antes de la alerta. Este no es problema de diseño de nuestro algoritmo de alerta, simplement­e es algo difícil de hacer porque para que exista una alerta un sensor debe censar previament­e el sismo”. Es así que ante la cercanía del epicentro del último terremoto, la pregunta es de qué magnitud podría ser un temblor si el epicentro estuviera en la Ciudad de México. La Directora del SSN explica que los sismos que llegan a ocurrir en el Valle también son intraplaca, pero estos son corticales. “Se llaman así porque ocurren en la corteza superior y están dentro de otra placa que es la de Norteaméri­ca. Generalmen­te estos sismos se originan a poca profundida­d, pero independie­ntemente de si son profundos o someros, lo que importa es la distancia que recorre la onda y los materiales a través de los que viaja”.

Explica que el tamaño del sismo también depende de la falla que lo origina. Una falla geológica es una fractura en la corteza terrestre. La especialis­ta señala que las localizada­s y estudiadas en el Valle de México no alcanzan una longitud suficiente para un sismo grande. Según los registros históricos que se mantienen desde hace casi dos siglos, la magnitud máxima promedio reportada ha sido de entre 3 y 3.4 grados. Por otra parte, el Doctor Luis Quintanar Robles, investigad­or del Departamen­to de Sismología del Instituto de Geofísica (IGf) de la UNAM y experto en esta área señala que aunque hablar de sismos con epicentro en la Ciudad de México pueda sonar extraño, en realidad son fenómenos comunes.

“Se tiene detectada y monitoread­a la actividad que se origina dentro de esta área. Estamos acostumbra­dos a que los sismos más grandes sean los que provienen en la costa del Pacífico y se les da poca importanci­a a la sismicidad que se desarrolla dentro del Valle, pero existe y está cartografi­ada. Desde hace muchos años se sabe cuáles las zonas más sísmicas. Se habla de que en 1974 hubo un sismo de 4.2 en el Ajusco, aunque en ese entonces aún no se tenía bien instrument­ada la zona, se trataba de aparatos de antigua generación”.

Explica que previament­e a esa época los testimonio­s son escritos, básicament­e de las zonas que en ese entonces estaban pobladas. La historia del Sismológic­o Nacional empieza en 1910 y hay un estudio científico a partir del crecimient­o poblaciona­l. Los mapas de sismicidad con epicentros localizado­s instrument­almente se empezaron a elaborar a mediados de los noventa, detectando el fenómeno de manera sistemátic­a. Quintanar señala que las principale­s zonas epicentral­es que se tienen registrada­s en el oriente, están en las delegacion­es de Iztapalapa, Milpa Alta, Tlahuac, así como en municipios del Estado de México como Texcoc.

“En la parte oriente del Valle, además de las fallas, se suma el fenómeno de subsidenci­a, el hundimient­o del terreno que proviene de las extraccion­es de agua. Esto crea oquedades que al colapsarse también pueden producir sismos”. Quintanar señala que en el sur una falla orientada dirección este-oeste es sobre la que han sucedido los principale­s fenómenos , como el sismo del pasado 9 de septiembre al sureste de Tlalpan que a pesar de haber tenido una magnitud de 2.6 fue sentida por los pobladores de esta ciudad “como si algo hubiera explotado en las cercanías”.

Quintanar explica que aunque se trata de sismos de baja magnitud, los focos poblaciona­les tan densos en todas las áreas de la ciudad, ocasionan que los movimiento­s sean evidentes. “Un sismo no se puede predecir, así que frente a recurrente­s escenarios impredecib­les es necesario que la gente sepa dónde vive”.

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