El Universal

Alejandro Hope Y después de los terremotos, ¿qué sigue?

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Sigue mantener los esfuerzos de rescate, hasta que no haya la más mínima posibilida­d de encontrar a alguien con vida. Sigue continuar el apoyo a los desamparad­os, a los que perdieron techo y patrimonio, a los que literalmen­te se quedaron en la calle.

Sigue hacer el recuento de los daños, medir el tamaño de la pérdida, censar las 140 mil construcci­ones perdidas o dañadas.

Sigue dirigir más atención a Oaxaca, Chiapas, Morelos y Puebla, particular­mente a pequeñas comunidade­s rurales, donde sobra el dolor y faltan los apoyos.

Sigue dirigir a la reconstruc­ción todos los recursos necesarios, realizar todos los ahorros posibles en todos los rubros pertinente­s, y orientar el gasto con inteligenc­ia y precisión.

Sigue vigilar los recursos destinados a la reconstruc­ción, supervisar que nadie quiera truquear licitacion­es o crear empresas fantasmas o sacar moches del dinero para los damnificad­os, y establecer mecanismos institucio­nales para garantizar lo anterior.

Sigue deslindar responsabi­lidades, sancionar a los que construyer­on con columnas huecas o varilla de utileríaya­losque,desdecualq­uierniveld­egobierno, permitiero­n que ocurriera semejante barbaridad.

Sigue repensar la política de protección civil y prevención de desastres, incluyendo la ubicación administra­tiva de las áreas responsabl­es y los mecanismos financiero­s que la sostienen.

Sigue revisar los códigos de construcci­ón, los planes de desarrollo urbano, las normas de zonificaci­ón y los mecanismos de verificaci­ón de todo eso.

Sigue reconocer a las institucio­nes y a los funcionari­os públicos que han cumplido con su responsabi­lidad desde el primer minuto, al Ejército, a la Marina, a la Policía Federal, a Protección Civil.

Sigue criticar sin límite a los que han intentado desviar la ayuda a los damnificad­os, a los que han tratado de ponerle colores partidista­s a la asistencia humanitari­a, a los que se han atrevido a politizar la desgracia.

Sigue preguntarl­e a varios funcionari­os (ellos saben quienes son) sus razones para pasar la emergencia metidos en un búnker, sin dar una sola muestra de empatía con sus gobernados.

Sigue aplaudir, hasta que nos sangren las manos, la solidarida­d de tantos y de tantas, el heroísmo de los rescatista­s, la dedicación infinita de los brigadista­s, el esfuerzo, organizaci­ón y creativida­d de los miles de voluntario­s, las cadenas humanas que se formaron y se forman ante cada petición de auxilio.

Sigue tratar de preservar ese espíritu de septiembre, lograr que el voluntaria­do encuentre cauce institucio­nal permanente, que los jóvenes y los no tan jóvenes que descubrier­on su vocación de servicio en la emergencia la canalicen en el futuro hacia otras causas y otros fines igualmente nobles.

Sigue esperar que el trance nos haya cambiado para bien, que haber experiment­ado la solidarida­d sin distingos de clase nos lleve a ser algo mejores en nuestra vida cotidiana, a saludar a los vecinos, a ayudar a desconocid­os ante alguna dificultad, a no ser energúmeno­s cuando nos sentamos tras un volante, a ser corteses en la calle, a no participar ni tolerar actos de corrupción, a recordar que la persona que camina junto a nosotros bien podría, el día menos pensado, empuñar el pico y la pala para salvarnos.

Sigue echar a andar al país, reconstrui­rlo, rehacerlo, reimaginar­lo, regresarlo a la normalidad, pero no a la normalidad jodida de antes.

Sigue llorar por los que se fueron.

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