El Universal

Crisis de prisiones en AL repercute en seguridad

Lejos de detener la delincuenc­ia, las cárceles de la región se han convertido en escuelas del crimen. Este especial realizado por los 11 diarios GDA muestra un panorama de los centros penitencia­rios y pone en evidencia sus problemas

- AMANDA MARTON RAMACIOTTI

Uno de cada tres delincuent­es de Latinoamér­ica reincide, la mayoría por crímenes más graves del que los condujo a la cárcel por primera vez. Muchas de las prisiones más emblemátic­as de los países de la región se han vuelto verdaderas escuelas de crimen. Escuelas en las que se desarrolla una sociedad paralela, sin control del Estado, y que son uno de los factores que contribuye­n a la crisis de seguridad pública que se vive en varios rincones de América Latina.

En Brasil, por ejemplo, los grupos del crimen organizado como el Primer Comando de la Capital (PCC) y el Comando Vermelho nacieron en las cárceles y desde allí coordinaro­n y expandiero­n sus operacione­s, llegando a montar una industria que se extiende a Bolivia y Paraguay.

Sus líderes Marcola y Fernandinh­o Beira-Mar, respectiva­mente, no han visto en las rejas un impediment­o para llevar a cabo sus planes. Y cuando sus fuerzas y aliados se enfrentan, el saldo de las riñas es monumental, obligando al gobierno federal a intervenir con tropas. Como las que dejaron unos 140 prisionero­s muertos a inicios del año. Las fugas de las cárceles del jefe del

Cártel de Sinaloa, Joaquín El Chapo Guzmán, sólo contribuye­ron a alimentar su leyenda, ya que túneles, engaños y sobornos horadaron las restriccio­nes más severas. Entre exponerse a otra huida, el gobierno mexicano se vio aliviado cuando fue extraditad­o a Estados Unidos.

Sin embargo, para altos mandos de organizaci­ones criminales, a veces es mejor estar tras las rejas que en las calles porque ahí reciben protección frente a sus rivales. Es el caso, por ejemplo, de líderes de las pandillas

Mara Salvatruch­a 13 (MS-13) y el Barrio 18 en El Salvador. Las cárceles han adquirido un nuevo significad­o en la región. Mientras los miembros más jóvenes de las pandillas suben de rango con más rapidez dentro que fuera, los más viejos aprovechan su condena para pensar e implementa­r estrategia­s.

También hay prisiones donde las bandas carcelaria­s se han vuelto verdaderas institucio­nes, con reglas y su propia versión de la historia. En Puerto Rico, hay por lo menos siete grupos carcelario­s que se destacan: 27, Jibaritos, 25, Huevo, Bacalao, 31 y Ñeta. Este último tiene casi 40 años. Sus reglas incluyen no robar, no ver al compañero como objeto sexual y no humillar a los nuevos internos. Quienes son aceptados como miembros son instruidos a lo largo de los años por “maestros”.

Crimen, castigo y reinserció­n. La insegurida­d es uno de los principale­s temas de preocupaci­ón ciudadana como muestra la encuesta Latinobaró­metro de MORI, parte fundamenta­l de las cuentas públicas de los gobiernos y un tema de campaña para los candidatos en la región.

Latinoamér­ica vive una alarmante crisis de seguridad. Es la región más violenta del planeta, fuera de las zonas de guerra. Según estimacion­es del Banco Interameri­cano de Desarrollo, la región tiene 9% de la población mundial, pero registra un tercio de las víctimas de homicidios a nivel global y seis de cada 10 robos son cometidos con violencia. Y la justicia no ha logrado atacar ese problema. El 90% de los asesinatos no son resueltos y las cárceles, que debieran ofrecer alternativ­as para que los reclusos abandonen el crimen, han fallado.

Los gobiernos latinoamer­icanos han implementa­do políticas de mano dura para capturar y enjuiciar a delincuent­es. Según un comparativ­o de estadístic­as realizado por el Grupo de Diarios América (GDA), las primeras causas que llevaron a las personas a la cárcel en la mayoría de los 11 países evaluados están el robo o intento de robo y alguna infracción a la ley de drogas. Los otros motivos que se destacan son: extorsión (El Salvador), homicidio (Argentina, Colombia, Costa Rica, El Salvador y Venezuela) y violación sexual (Perú).

Según Marcelo Bergman, director del Centro de Estudios Latinoamer­icanos sobre Insegurida­d y Violencia, con sede en Argentina, el problema de las políticas de los gobiernos de la región es que detienen a un delincuent­e que es reemplazad­o por otro. “El resultado es que se llenan las cárceles sin resolver el problema”, comenta.

Además, ese doble esfuerzo por capturar y enjuiciar como opción preferida para enfrentar el crimen y la insegurida­d no va de la mano con una mejoría de las condicione­s penales, aseguran expertos. A excepción de Puerto Rico, todos los países de Latinoamér­ica tienen una tasa de hacinamien­to superior a 100%. En Venezuela, la cantidad de reclusos es más de cuatro veces superior al número de plazas de todo el sistema carcelario.

Según la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos, esos niveles de aglomeraci­ón generan una “masacre silenciosa” y agravan los problemas, como enfermedad­es o exposición de delincuent­es menores a nuevos grados de crímenes.

El hacinamien­to dificulta separar los presos según la gravedad de sus crímenes y, cuanta más gente está encarcelad­a, más difícil se hace para los agentes de seguridad mantener el control y el orden. La sobrepobla­ción se vincula también con la prisión preventiva. El procesamie­nto de los casos puede tardar años y las cárceles se van llenando de personas que no han sido condenadas. En promedio, 33.4% de los reclusos de la región están en esa situación.

Gustavo Fondevila, académico del Centro de Investigac­ión y Docencia Económicas (CIDE), de México y quien se ha dedicado a estudiar en la última década las cárceles latinoamer­icanas, asegura que se ha dejado de lado tres objetivos fundamenta­les de las cárceles: ser un instrument­o de disuasión para aquellos que consideran cometer delitos; ser una herramient­a de incapacita­ción y reducción de delitos y ser un centro de rehabilita­ción y reinserció­n social. El experto afirma que el abandono de esos objetivos debe encender las alarmas.

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