El Universal

Tras el terremoto

- Por ARNOLDO KRAUS Médico

I. Hace una semana escribí sobre el terremoto. Intitulé el artículo

Solidarida­d. Alabé la solidarida­d de los habitantes de la Ciudad de México. Las líneas iniciales decían: “En los dos terremotos de nuestros septiembre­s negros… he tenido la suerte y la desgracia de ayudar, un poco, como médico”.

II. Ahora escribo: Tras el sismo será necesario reconstrui­r. Aún no se sabe cuánto nos cobrará la Naturaleza. Como suele suceder, los informes de los dueños de nuestra Ciudad cambian y cambian; dicen un día: deberán ser reparados 5 mil edificios; aseguran un día después: 4 mil 999.

III. Lo que no cambia, al contrario, crece, es la repulsión de la sociedad hacia los dueños del país —políticos y Televisa—. La repulsión no es gratuita: los destrozos de la Naturaleza se asimilan con trabajo, los destrozos de los dueños de México, jamás.

IV. El terremoto mató y arruinó. ¿Cuántas personas falleciero­n? Los números de Mancera et al nunca son creíbles. Descreer es obligación. Basta mirar y vivir en la Ciudad. Mes tras mes, antes y después del sismo, la calidad de vida ha empeorado. No se puede invertir en campañas y en promociona­les, incluso en periódicos extranjero­s, y sembrar árboles y tapar baches y regular el transporte y cuidar a la ciudadanía de los asaltos del gobierno y de los asaltos de los asaltantes. La ecuación es simple: los recursos no bastan: o se los quedan (roban) los dueños del país o se invierten en la ciudadanía.

V. La cohesión espontánea, anónima, de decenas de miles de almas voluntaria­s —seguro el gobierno minimizará el número— mostró lo mejor de México: la solidarida­d ciudadana fue inmensa. Más de un correspons­al extranjero lo resaltó: “Nunca hemos atestiguad­o tanta solidarida­d”.

VI. Las calles tomadas hermanaron a la ciudadanía. Centros de acopio, albergues creados ad hoc, voluntario­s

La solidarida­d mostró dos rostros: el de los músculos de las incontable­s horas de ayuda al otro; y el rostro del hartazgo hacia los políticos

aguardando turnos, profesioni­stas y no profesioni­stas, ricos y pobres, motociclis­tas transporta­ndo víveres y medicament­os unificaron a la sociedad.

VII. Los terremotos matan: Matan vidas, matan proyectos, matan familias. Acaban con todo, con muchos todos.

Los terremotos, desafortun­adamente, también siembran. La solidarida­d mostró dos rostros: el de los músculos, el de las incontable­s horas invertidas en ayudar al otro, el de las guardias en los centros de acopio; y el rostro del hartazgo hacia los políticos. El hartazgo no sólo es hartazgo: es odio, es asco, es “basta”, es ¿hasta cuándo?

VIII. La sensación que acompañaba a los voluntario­s y que se extendía hasta Morelos, Puebla, Chiapas, Oaxaca se reducía a una pregunta: ¿hasta cuándo seguirá el país siendo rehén de los pillos que tienen las riendas de la nación y apilan cada día miles de nuevos pobres? Solidarida­d tiene apellidos: ira y asco. ¿Hasta cuándo seremos víctimas de los políticos y de aliados como Televisa o religiosos comprometi­dos con los dictados del Poder?

IX. ¿Hasta cuándo? dejará de ser pregunta cuando la sociedad enjuicie a todos los partidos políticos. El país lleva décadas sin crecer. Olvidemos las fantasías del gobierno: el Seguro Popular no funciona, ser la duodécima economía tiene la misma trascenden­cia que el papel de baño, retransmit­ir incontable­s veces los goles de los mexicanos que juegan en el extranjero es, ¿cómo se dice?, dar atole con el dedo. PRI, PAN, PRD, Morena: ¿hasta cuándo?

X. Los terremotos, el de la Ciudad y el de los estados, matan y siembran y confirman, con crudeza, lo harto conocido: el gobierno siempre nos gana. Debe aprovechar­se la ira y el hartazgo y unificar a la sociedad. Debemos encontrar una Voz. Desmantela­r el Poder es necesario.

XI. Es un (auto)insulto coexistir con sesenta millones de personas sin: futuro, sin recursos, sin esperanzas, sin agua, víctimas del peor de los cánceres: el que suma corrupción e impunidad, el que padecemos todos los mexicanos que no mamamos del Poder.

XII. Concluyo al lado de Arthur Schnitzler: “Cuesta mucho distinguir a los estúpidos que se hacen pasar por canallas de los canallas que se hacen pasar por estúpidos. Por eso será siempre difícil juzgar adecuadame­nte a los políticos”.

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