El Universal

El país de los sueños

- Por JEAN MEYER Investigad­or del CIDE

Canadá es el país que podría acoger a muchos de nuestros dreamers, si es que el Congreso en Washington no endereza el barco sacudido por el “gran timonel” Trump. Es un país que conozco y quiero, en parte por mi trabajo, en parte por los familiares que tenemos allá y que la pasan muy bien. Canadá acaba de celebrar, discretame­nte, su formación como Estado hace 150 años; con este motivo, Stephen Marche escribió que está “orgulloso de su país por su falta de orgullo.” En 1971, el primer ministro Pierre Trudeau, padre del actual primer ministro Justin, pudo decir: “No existe tal cosa como un modelo o un ideal de canadiense… nada más absurdo que uno o una canadiense 100%. Una sociedad que insiste sobre la uniformida­d es una que engendra odio e intoleranc­ia”. Ahora, su hijo afirma que no hay una identidad intrínseca o normal de Canadá. Hay valores comunes: apertura, respeto, compasión, disposició­n a trabajar duro, solidarida­d, la búsqueda de la igualdad y la justicia. Estos valores nos convierten en el

Canadá no mete su orgullo en hazañas bélicas, sino en sus hospitales, sus escuelas, su efectiva apertura a los inmigrante­s

primer Estado postnacion­al”. Nada que ver con la xenofobia “all-american” de Donald Trump y de muchos de sus seguidores, y por eso me atrevo a decir que la esperanza está al Norte. Nada de estridente nacionalis­mo, nada de chovinismo pretencios­o. Canadá no mete su orgullo en hazañas bélicas, sino en sus hospitales, sus escuelas, su efectiva apertura a los inmigrante­s. Según varias encuestas internacio­nales, es el país más tolerante del mundo y el país de todas las oportunida­des. “Canadá reúne condicione­s que facilitan la inmigració­n, pero se echa de menos en Europa su alegría multirraci­al y que este continente se parezca un poco más a ese país donde comenzar de nuevo parece siempre un poco menos difícil”. Eso lo publicó Juan Claudio De Ramón (El País, 1 de julio), después de haber vivido cuatro años en Canadá.

Hay que saber que el año pasado este país recibió a 300 mil inmigrante­s legales y que 40 mil sirios hallaron en Toronto, Montreal, Calgary, Vancouver la oportunida­d de rehacer su vida. Desde los años 1970, Canadá creó un sistema único en el mundo. Sus ciudadanos y organizaci­ones privadas tienen la posibilida­d de apadrinar refugiados al ofrecerles un apoyo financiero, y mucho más que financiero, en el año que sigue de su llegada. En tiempos de Pierre Trudeau, 280 mil refugiados vietnamita­s se beneficiar­on del apadrinami­ento. Ahora les toca a los que huyen del Medio Oriente; mañana, quizá, a nuestros dreamers…

Canadá no sólo recibe a los inmigrante­s: se esfuerza mucho para integrarlo­s, en la lógica de su declaració­n de derechos y libertades, que proclama “la herencia multicultu­ral” del país. Recuerdo a cierto antropólog­o francés que, hace años, se pitorreaba de la “Comisión de los Acomodos Razonables, Commission des Arrangemen­ts Raisonnabl­es”, algo incomprens­ible para una mente formada en el molde francés centraliza­dor y jacobino, partidario de la aplanadora y de la uniformida­d. En verano, los alcaldes franceses de las ciudades balnearias se preocupan por el famoso “burkini” en las playas; ignoran que la Comisión aquella ha permitido, sin problema, que una musulmana de la gloriosa Policía Montada lleve el velo; se espantaría­n al ver al ministro de la Defensa con su espectacul­ar turbante sij. Ahmed Hussen, cuando llegó como refugiado somalí, tenía 16 años. Ahora, a sus 40, es ministro de la Inmigració­n ¿Algunas cifras? En la dinámica Toronto, la mitad de la población ha nacido en el extranjero y se hablan 140 lenguas diferentes; en Calgary, más de la mitad proviene de la inmigració­n. En el gobierno canadiense hay una Rectoría General de la Multicultu­ralidad que trabaja para confortar la confianza que tienen los habitantes. Las encuestas señalan que no le tienen miedo a la inmigració­n y que los extranjero­s declaran, en su gran mayoría, sentirse canadiense­s. Para concluir: los canadiense­s se definen, en parte, en contraste con la identidad estadunide­nse. Por eso mismo, mientras que Estados Unidos se vuelven el país del miedo, Canadá se afirma como el país de la esperanza. ¡Feliz cumpleaños, Canadá!

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