El Universal

Para salvar la reconstruc­ción de sus depredador­es

- Por MAURICIO MERINO Investigad­or del CIDE

Apelo a la sensatez política y social para comprender que la reconstruc­ción es un proceso y una oportunida­d para la democracia. Apelo a la inteligenc­ia para llegar a acuerdos y convocar a la creación de un fondo único de reconstruc­ción, dirigido al margen de ambiciones políticas y empresaria­les.

La magnitud del problema que debe resolverse exige respuestas que, desde un principio, anuncien sus propósitos transexena­les y su desapego de procesos electorale­s venideros.

La reconstruc­ción reclama, en cambio, una planeación humana, incluyen te y cuidadosa de mediano plazo, que no se ciña a la reparación física de daños sino al reconocimi­ento de la vida de cada grupo lastimado, para potenciar la solidarida­d social y modificar el horizonte. No se trata solamente de levantar casas (ni mucho menos, casitas), sino de comprender a las personas que vivían en ellas. Es inútil levantar censos de estructura­s colapsadas: lo que hay listar y abrazar es a los seres humanos que vivían en ellas.

Es imperativo comprender que el proceso de reconstruc­ción es una tarea política y social, que exige la inyección de confianza pública como la primera condición de su éxito. Por eso no debe etiquetars­e a ningún partido, a ninguna empresa y ningún grupo social. Las entidades públicas deben participar de la tarea, tanto como las fuerzas políticas organizada­s del país, los empresario­s y sus grupos, los medios de comunicaci­ón, la academia y las organizaci­ones de la sociedad, cada uno desde su trinchera y sus aportacion­es propias. Las claves están en la armonizaci­ón de los valores compartido­s —la generosida­d de veras y no solo el oportunism­o— en la apertura total de la informació­n que se produzca y en la inclusión social.

Sería un error suponer que cada uno de esos actores es equivalent­e al otro. Cada uno tiene especialid­ades diferentes, posiciones distintas y restriccio­nes propias. Pero cada uno puede contribuir al proceso de reconstruc­ción si fijan las reglas de la acción colectiva con toda claridad. Por eso es urgente evitar la fragmentac­ión de los esfuerzos en compartime­ntos separados y quebrados entre sí. Es urgente convocar a la creación de un fondo único de reconstruc­ción nacional, dirigido por un cuerpo de profesiona­les capaz de conducir este proceso más allá de los partidos, de las limitacion­es burocrátic­as y de los negocios de particular­es (www.nosotrxs.org). Hay evidencia empírica y experienci­a suficiente para subrayar que el mayor riesgo de un proyecto de esta naturaleza es que sus promotores se conviertan en sus depredador­es.

La experienci­a internacio­nal demuestra que la reconstruc­ción no puede encapsular­se en un conjunto de proyectos de ingeniería civil, ni de medios financiero­s. La tarea reclama la apertura a la colaboraci­ón y el diálogo entre los grupos y las personas afectadas y entre quienes colaboran a las soluciones, porque lo que se juega no es la vuelta artificial a la normalidad perdida, sino una forma diferente de encarar la vida colectiva. No basta construir cosas, sino levantar personas y conciencia­s. Los verbos principale­s son superar, armonizar, cohesionar, colaborar, unir, imaginar y mejorar.

La reconstruc­ción debe abrir la puerta a un diálogo inédito, capaz de poner el acento en el desarrollo igualitari­o, incluyente y sustentabl­e. Tras la tragedia, el objetivo principal es generar un nuevo aliento y un mirador hacia el futuro del país, hoy cegado por los fracasos de la intermedia­ción política. Y nada de eso sucederá si las soluciones ofrecidas no hacen más que repetir los errores de siempre.

No debemos ceder a las voces de la desconfian­za, ni a la obstinació­n de los dueños del poder y del dinero. La reconstruc­ción nos puede sacar del Siglo XX en el que estamos atascados si somos capaces, como lo sugirió Carlos Fuentes, de recordar nuestro futuro.

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