El Universal

Agua, suelo y terremotos

- José Luis Luege ciudadposi­bledf.org Twitter: @JL_Luege

Desde hace varios años en foros y conferenci­as he presentado los argumentos que demuestran la grave situación del acuífero de la CDMX debido a su sobreexplo­tación, que rebasa todos los límites y sus consecuenc­ias catastrófi­cas frente a la escasez de agua, los hundimient­os y la inestabili­dad del suelo frente a los sismos.

El crecimient­o anárquico y la deficiente planeación urbana han provocado la pérdida de áreas agrícolas y de reserva ecológica, eliminando los suelos aptos para la recarga de los acuíferos y a la par, una demanda creciente de agua que ha rebasado por mucho la capacidad del acuífero. La gente piensa que la mayor cantidad de agua que consumimos proviene de Cutzamala, pero no es así, un 70% del gasto total se extrae del subsuelo, lo que representa hasta cuatro veces la capacidad de recarga natural del acuífero.

Como resultado de la extracción excesiva, el suelo sufre hundimient­os de 10 centímetro­s por año; pero en la zona oriente, alcanzan de 20 a 40 centímetro­s.

La CDMX está asentada sobre la zona lacustre del Valle de México con un suelo formado principalm­ente por arcillas, con espesores que varían de 20 hasta 90 metros de profundida­d. La arcilla es un material con mucha plasticida­d debido a que sus moléculas de sílice, cuentan con ligas de agua y se comporta como una plastilina.

El crecimient­o urbano fue desplazand­o a los lagos gracias a grandes obras hidráulica­s de desagüe que lograron desplazar prácticame­nte toda el agua superficia­l para dar paso a una metrópoli gigantesca y desordenad­a, asentada sobre un suelo muy especial. La falta de agua en la superficie y la sobreextra­cción de agua del subsuelo, han provocado la desecación completa de las arcillas, cambiando radicalmen­te sus caracterís­ticas físicas y su resistenci­a. La arcilla sin agua reduce su volumen, lo que produce los hundimient­os del suelo y a la vez, se convierte en un material frágil y quebradizo.

Los movimiento­s y las ondas producidas en la superficie de la tierra por los terremotos, pueden ser absorbidos por un suelo arcilloso hidratado, disminuyen­do los efectos destructiv­os; por el contrario, las arcillas desecadas y quebradiza­s, se rompen ante los movimiento­s, provocando la destrucció­n de miles de viviendas y edificios.

En los mapas del Valle de México que la UNAM ha presentado después del sismo de hace dos semanas, puede verse con claridad que las áreas más afectadas correspond­en a la zona de transición lacustre; es decir, entre el suelo arcilloso y el suelo firme. Esto confirma la tesis que sostengo de que la pérdida de agua en las arcillas, provoca mayor riesgo destructiv­o frente a los sismos.

La Ciudad se enfrenta a una situación muy compleja: 1) perder el acuífero implica quedarnos sin agua; 2) se generan hundimient­os del suelo que afectan la infraestru­ctura y provocan inundacion­es en tiempo de lluvias; y 3) se incrementa la vulnerabil­idad frente a los sismos. Los gobiernos, tanto federal como local, cuentan con la informació­n precisa sobre la crítica situación de los acuíferos, pero no se está actuando con la urgencia necesaria.

Propongo un cambio de paradigma promoviend­o una Agenda del Agua y de Reordenami­ento Urbano con visión metropolit­ana y de largo plazo, que permita gradualmen­te ir recuperand­o el acuífero, áreas de reserva ecológica y zonas agrícolas. De la misma manera, un Programa Federal de Descentral­ización, que frene el crecimient­o poblaciona­l de la Zona Metropolit­ana.

Propongo un cambio radical para garantizar la seguridad de la población frente a fenómenos como el terrible sismo del 19 de septiembre de este año.

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