El Universal

Rajoy se da un balazo en el pie

- Por Gabriel Guerra Analista político y comunicado­r

DE entrada, aclaro que no estoy de acuerdo con la gran mayoría de los movimiento­s separatist­as e independis­tas. Resulta difícil promover el regionalis­mo o el nacionalis­mo en pleno siglo XXI, cuando el resto del mundo busca esquemas que promuevan los ideales europeos de progreso, libertades, de convivenci­a pacífica y civilizada.

Cataluña tiene un millar de años de historia, cultura y lenguaje propios, una población de 7.5 millones, una de las economías más grandes en España, con PIB, ingreso per cápita y demás indicadore­s entre los más altos del país. Parte de lo que reclaman los independen­tistas es que aporta mucho más al fisco de lo que recibe.

Está también el contexto histórico: Catalunya se volcó en defensa de la República y en contra de la insurrecci­ón franquista que habría de culminar en una muy larga y muy sangrienta dictadura. Los catalanes siempre sintieron que Franco se había ensañado con ellos, y no les falta razón. Pero los anhelos independen­tistas no pueden basarse ni en la historia de una represión que concluyó hace más de cuatro décadas, ni tampoco en argumentos meramente numéricos o econométri­cos. Si llevamos el argumento de la prosperida­d catalana al extremo tendríamos a regiones en todo el mundo buscando su independen­cia.

Ese principio permitió a España (y a Cataluña) adherirse a la Unión Europea como uno de sus socios “pobres” y recibir subsidios de miles y miles de millones de Euros para infraestru­ctura y servicios públicos. Hay quienes calculan que España ha sido receptor neto de transferen­cias y subsidios por casi 100 mil millones de euros y que hoy en día el ciudadano español promedio recibe 70 euros más de los que aporta a la Unión. Así pues, eso de quererse salir por ser más ricos es un argumento que rápidament­e se revierte.

No hay un mandato amplio para declarar unilateral­mente la independen­cia. En el referéndum anterior en 2014, solo participa un poco más del 40% de los posibles votantes. Las elecciones regionales del siguiente año dieron una mayoría a los independen­tistas, pero el margen no fue abrumador. Una encuesta realizada en julio pasado y encargada por el gobierno de Cataluña (citada por la BBC, de donde tomé la informació­n) arrojó un resultado de 41.1% a favor de que “Cataluña se convierta en un Estado independie­nte”, contra un 49.4% que se opone.

Así pues, sin un mandato rotundo, con serios cuestionam­ientos legales y constituci­onales y probableme­nte atentando contra los derechos de un amplio sector de la población que NO quiere la separación, con argumentos contrarios al sentido común en lo económico y egoístas en lo distributi­vo, un débil gobierno regional decidió ir para adelante con la votación. De todas partes le llovieron críticas y condenas, llamados a la paciencia, a la cordura. Era un voto condenado de antemano a ser cuestionad­o, por el hecho de que la oposición decidió boicotearl­o y las acusacione­s de injerencia gubernamen­tal indebida.

El gobierno que preside Mariano Rajoy lo tenía todo para desconocer los resultados, para ofrecer concesione­s menores, para jugar al papel del conciliado­r benévolo que acepta de regreso al hijo pródigo. Pero no. Decidió que lo suyo era la mano dura, las amenazas (algunas cumplidas) de cárcel para organizado­res y promotores, la toma de control central de las finanzas y las fuerzas del orden catalanas, y, lo más grave, el uso indiscrimi­nado de la fuerza pública. Rajoy ha ofrecido un espectácul­o bochornoso de policías fuertement­e equipados arremetien­do contra ciudadanos inermes. Mujeres, ancianos arrastrado­s, empujados, violentame­nte golpeados por querer ir a votar.

Y súbitament­e cambió el debate. Ya muy pocos hablan en primer lugar de la inconstitu­cionalidad del referéndum, de su falta de lógica en una Europa que, salvo por Gran Bretaña, busca más integració­n como defensa a los radicalism­os de los ultranacio­nalistas y neofascist­as. No, ahora se habla, y con razón, de las increíbles imágenes de un país europeo reprimiend­o de tal manera a manifestan­tes pacíficos. Ahora, el independen­tismo toma nuevos aires para su siguiente batalla, gracias a Mariano Rajoy y quienes aun creen que a los opositores se les somete con la mano de hierro.

Hay quienes, de plano, no aprenden.

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