El Universal

Un antídoto a la oligarquía y la ‘plutonarco­cracia’

- Por HERNÁN GÓMEZ BRUERA Analista político. @hernanfgb

La propuesta de suprimir la totalidad del financiami­ento público a los partidos políticos —demagogia pura sin pies ni cabeza— va a contrapelo de los debates internacio­nales en la materia y de lo que ocurre en buena parte de los países más desarrolla­dos del mundo (con excepcione­s como Gran Bretaña y Estados Unidos). Hasta dos tercios de los países financian en mayor o menor proporción a sus partidos políticos y 39 restringen las donaciones empresaria­les. En América Latina sólo dos naciones —Venezuela y Bolivia— tienen un modelo de financiami­ento enterament­e privado, mientras todos los demás cuentan con esquemas mixtos, que contemplan el subsidio público a los partidos.

En Brasil, por ejemplo, el debate apunta en sentido inverso al de privilegia­r el financiami­ento privado. Hoy se busca imponer límites a los donativos de personas físicas y morales, e incluso la izquierda ha propuesto una iniciativa para prohibir todo tipo de financiami­ento privado. Su objetivo explícito es que las campañas sean financiada­s enterament­e con recursos públicos para evitar tratos oscuros entre empresario­s y políticos. El planteamie­nto no es casual: casi todos los grandes casos de corrupción que se han ventilado en Brasil en los últimos años —Odebrecht el más conocido de ellos— tienen que ver precisamen­te con donativos de campaña. Por ello, en 2015 el Tribunal Superior de Justicia de ese país declaró inconstitu­cional el financiami­ento empresaria­l de las campañas electorale­s, al considerar que “desequilib­ra la disputa política y la torna ilegítima”.

Pensar que los partidos políticos y sus campañas serían financiada­s por sus militantes y simpatizan­tes —quizás lo deseable en un mundo ideal— es una

Que nadie se llame a engaño, si no es el crimen organizado serán las grandes corporacio­nes las que financien a los partidos

enorme ingenuidad. En ningún país el militante de a pie representa una fuente considerab­le de ingresos para los partidos de hoy, mucho menos para sufragar campañas electorale­s, que son cada vez más costosas. Que nadie se llame a engaño, si no es el crimen organizado serán los intereses de las grandes corporacio­nesyunoscu­antosmagna­teslos que financien a los partidos y a sus candidatos. Naturalmen­te, nadie da dinero de forma desinteres­ada: pasarán a cobrar factura a los políticos cuando estos ocupen puestos de responsabi­lidad.

En Estados Unidos, donde reina el financiami­ento privado, en la elección de 2000 95% de los donativos vinieron del 1% más rico de la población. ¿De qué le sirve al pueblo estadounid­ense un sistema donde es casi imposible convertirs­e en legislador sin el financiami­ento de las grandes fortunas? De que la política energética se condicione a los intereses de Enron —el gran financiado­r de la campaña de George W. Bush en 2000—, que se frenen las políticas para combatir el cambio climático; se ofrezca un trato especial a las corporacio­nes y las reglas se hagan en su beneficio; de que los impuestos a los excesivame­nte ricos sean excesivame­nte bajos o de que la crisis financiera internacio­nal la hayan pagado las clases subalterna­s, en lugar de quienes la generaron.

El mejor ejemplo de la enorme perversión de este sistema es la poderosa influencia que ejerce la Asociación Nacional del Rifle en EU, al financiar las campañas electorale­s de un gran número de congresist­as. Es bien sabido que esa es una de las principale­s razones por las cuales siguen muriendo miles de víctimas inocentes, como acabamos de verlo en Las Vegas.

Aunque el dinero siempre sabrá colarse en las decisiones políticas, el financiami­ento público limita —o cuando menos atempera— su influencia; permite que la desigualda­d económica no se traduzca automática­mente en desigualda­d política. El financiami­ento público a los partidos tiene problemas, no es ninguna panacea y es claro que no puede seguir siendo exorbitant­e. Pero un régimen de partidos enterament­e financiado por el capital privado nos alejaría más de la democracia para acercarnos a la oligarquía, sino es que a la narcopluto­cracia.

P.D. Echaré mucho de menos al enorme Leonardo Curzio en su espacio radiofónic­o de la mañana. Y ahora, ¿quién podrá defenderno­s de la ignorancia y la vulgaridad que predominan?

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