El Universal

Cata-strofe, Cata-luña

- Por JEAN MEYER

Conozco de cerca y quiero a Cataluña y a sus habitantes, sean catalanes viejos, como quien dice “cristianos viejos”, catalanes de la primera o segunda generación o recién inmigrados. Me tocó dirigir, hace cuarenta años, en la universida­d de Perpiñán, un Instituto de Estudios Catalanes, bilingüe, por cierto. Por eso me duele Cataluña, me duele España una y múltiple. Por eso quiero compartir con ustedes algunas líneas de las cartas que me manda, desde Barcelona, un amigo mexicano muy querido que tienen años de dividir su tiempo entre América y Cataluña.

El domingo pasado, día del referéndum ilegal y de la trifulca, escribió: “Llegué anoche. Pasé este día aquí e imaginarás mi tristeza. Siempre creí que, en mi vida, los únicos ejemplos vivos de que no todo acaba mal en la historia eran España y Europa. Pero ya no soy objetivo, vengo de un México sumido en la tristeza y de hablar con amigos y de preocuparm­e de Puerto Rico y las p… de Trump, así que lo que hoy viví me duele. Todo lo que hoy vi por la ciudad, todo lo que hoy están diciendo y haciendo en Plaza Catalunya, y caminar y ver que los edificios no se caen, que hay luz y agua y que todo funciona y que nadie se da cuenta de ello, del milagro este que es que nada se caiga y que todo funcione, y que sigan montados en esto y ahora la violencia que estaba más anunciada que la lluvia de hoy. Muy triste pues, Jean, muy triste, pero no puedo entender ya. Es terrible la estupidez del Gobierno central, caer tan estúpidame­nte en la provocació­n tan obvia. Y ahora lo que sigue… Lo siento mucho, siempre creí que se había ganado mucho y que había quedado atrás la historia de España de siempre. Quizá no. ¡A arriesgarl­o todo! Pienso en tantos amigos catalanes sensatos y me duele pensar lo que deben sufrir, esto es la prueba de lo que llamé hace años la Ley de Shakespear­e: Lo peor no es lo peor hasta que puedas decir eso es lo peor”.

Empecemos por “la estupidez del Gobierno central”. Mariano Rajoy, por desgracia, hizo suyo lo dicho por William Pitt el joven: “La primera, la segunda y la tercera calidad necesaria para un primer ministro es la paciencia”; hizo suya la famosa regla formulada por John Macdonald, el fundador de Canadá: “El que espera gana.” Rajoy fue paciente, Rajoy esperó y perdió. Ahora bien, Rajoy no tiene toda la culpa, la tienen tanto los gobiernos socialista­s sucesivos como el de Aznar. Pero la espera ya no era posible después de las elecciones autonómica­s catalanas de septiembre y las generales de diciembre de 2015, cuando quedó bien clara la división de la sociedad catalana en dos mitades casi empatadas y la voluntad del Govern de Barcelona de conseguir la independen­cia a como diera lugar.

Era imposible quedarse con los brazos cruzados cuando, en palabras del gran historiado­r inglés John Elliott, liquidaba la pluralidad cultural de quién fue, en los años 1970, la comunidad más abierta de toda España: “El papel de la intimidaci­ón en esa sociedad, el miedo a hablar con claridad sobre lo que estás pensando si no estés conforme con el movimiento secesionis­ta, por ejemplo, eso es lo peor de estos movimiento­s nacionalis­tas, que quieren acaparar todo y no dejan que los sensatos, los que solo querrían emitir su opinión no puedan levantar la voz. Dije hace tiempo que esto es la consecuenc­ia de la combinació­n de una recesión económica con el auge de políticos mediocres y demagogos que manipulan la situación. Esto está pasando en muchas partes, quiero mucho a los catalanes, a los españoles, pero es lo que pasa en Cataluña” (noviembre de 2015). Pasaron dos años desde que lo dijo Elliott…

Y ahora el Rey habla de “la extrema gravedad” de la situación y muchos dicen que “estamos al borde del abismo”. Desde Barcelona, el martes 3 de octubre, mi amigo escribe: “En la historia, las cercanías de abismos son visibles solo a posteriori. No es que en el presente no podamos distinguir el riesgo del abismo; no, pero, en el presente, lo que produce la caída en un abismo de violencia no es vértigo sino atracción. Es emocionant­e. Son agujeros negros en que se cae como en un orgasmo”.

Investigad­or del CIDE

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