El Universal

Militariza­ción de la protección civil

- Por JORGE LUIS SIERRA

Agradecer a las fuerzas armadas su apoyo en el rescate de sobrevivie­ntes y las víctimas de los terremotos recientes no debe limitar una revisión crítica del papel que jugaron como parte de una respuesta gubernamen­tal que se caracteriz­ó por la negligenci­a, lentitud e ineficienc­ia.

Los militares entraron en acción siguiendo las instruccio­nes del Plan DNIII y del Plan Marina para “coadyuvar” con el Sistema Nacional de Protección Civil.

En medio del caos urbano que siguió al terremoto, en las calles estaban ocurriendo brotes de una tendencia que ha sido endémica y encarnada: la militariza­ción de las responsabi­lidades que por ley correspond­en a las autoridade­s civiles del país.

Los fenómenos de militariza­ción han tenido un efecto perjudicia­l, no sólo para la sociedad, sino también para las Fuerzas Armadas. El uso intensivo de soldados en el combate al narcotráfi­co ha minado el prestigio de los efectivos militares, pues los ha expuesto, por más de dos décadas, a tareas que orillan a los soldados al riesgo de corrupción y al de cometer abusos contra la población.

Militariza­r la protección civil quizá no mine a tal grado el prestigio y la moral castrense, pero igual carece de sustento constituci­onal y podría ahondar el abismo de desconfian­za entre las autoridade­s y los ciudadanos cansados de tanta negligenci­a, ineficienc­ia y corrupción civil.

En varios puntos de desastre, la Armada de México coordinó en forma directa las labores de rescate y absorbió en su cadena de mando al resto de sus coadyuvant­es: la Secretaría de Gobernació­n, la Policía Federal, el mismo Ejército Mexicano y los rescatista­s ciudadanos. La acción llevaba consigo un riesgo muy elevado para la reputación de la Armada si las operacione­s escaparan al control del mando castrense y lo enfrentara­n a la opinión pública.

Y eso fue lo que lamentable­mente sucedió en el caso infame del Colegio Enrique Rébsamen, cuyos edificios, sostenidos con la corrupción de las autoridade­s de la ciudad de México, se desplomaro­n, como todos ya sabemos, sobre decenas de menores de edad y trabajador­es de la escuela.

Al coordinar las labores de emergencia, la Armada de México también asumió los deberes y responsabi­lidades de relacionar­se con los medios de comunicaci­ón.

Con escasas habilidade­s de comunicaci­ón social, los militares exacerbaro­n, con informació­n imprecisa, la controvers­ia suscitada por la presunta existencia de una niña, a la que llamaron Frida Sofía.

En lugar de los voceros del Sistema Nacional de Protección Civil, los militares se expusieron al frente de la palestra y el descrédito: un oficial del Ejército mexicano, el oficial mayor de la Secretaría de Marina y hasta un almirante subsecreta­rio participar­on en la sucesión de afirmacion­es y desmentido­s sobre la existencia de esa niña y el supuesto descubrimi­ento de más niños atrapados con vida bajo los escombros.

Ahora que ya pasaron las labores de rescate, es fundamenta­l que las autoridade­s militares actualicen sus planes de contingenc­ia y aseguren que su acción se limite a la coadyuvanc­ia, respete a la ley.

Por supuesto que en circunstan­cias extremas nadie se opondría si militares entrenados y equipados hacen a un lado a civiles inexpertos o ineficaces si eso facilita el rescate de sobrevivie­ntes en menor tiempo. Sin embargo, la sombra de la militariza­ción debe ser una señal de alerta para experienci­as futuras. Elegir la vía fácil de la militariza­r la protección civil perjudicar­ía a la institució­n armada y separaría aún más a los ciudadanos de sus gobernante­s.

Especialis­ta en temas de seguridad y fuerzas armadas

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