El Universal

¿Viva España, sin Cataluña?

- Por MARIO MELGAR ADALID Investigad­or nacional en el SNI. @DrMarioMel­garA

Viajo por España (Madrid, Málaga, Cádiz, Sevilla, Córdoba) y miro la indignació­n que ha llenado las calles de manifestan­tes y los edificios de banderas españolas. La misma que los independen­tistas catalanes repudian, con sus tres franjas horizontal­es: roja, amarilla y roja, siendo la amarilla de doble anchura que cada una de las rojas; este símbolo ondea en los barrios como muestra de la unidad que se pretende vulnerar.

El conflicto español, más que una crisis institucio­nal o un dilema constituci­onal, es el resultado de los errores de gobiernos electos por malas decisiones populares. Me refiero al régimen catalán que preside Carles Puigdemont y al gobierno español que encabeza Mariano Rajoy. La democracia española de fin del siglo XX, tan admirada en múltiples episodios, hace agua en el afán independen­tista llevado al Parlamento catalán esta semana. No todo lo que aparente sello democrátic­o es lo mejor para la sociedad. La prueba la da España y sus actuales tribulacio­nes.

El gobierno catalán lleva años desafiando a la autoridad española con fundamento en un nacionalis­mo, sustentado en una cultura regional singular, una lengua distinta y en disponer del mejor equipo de fútbol del mundo. Regionalis­mo que tiene mucho de emoción social, pero también de demagogia populista. Las controvers­ias más notables han sido las medidas adoptadas por el parlamento catalán, aplaudidas por un sector ubicado en la extrema izquierda, casi soviética, que el Tribunal Constituci­onal ha cancelado por violar la Constituci­ón española. Es el mismo Parlamento que se ocupa ahora de formalizar el acto de independen­cia.

Estos son ejemplos del conflicto entre el gobierno catalán y el Tribunal Constituci­onal español: impuesto a los bancos para grandes fortunas; medidas para proteger a los ocupas o hipotecado­s que se niegan a pagar sus créditos (una especie del Barzón vernáculo); la garantía a los pobres de tener gratis: agua, luz y gas en invierno; impuestos a los pisos (departamen­tos) vacíos para dedicarlo a el “alquiler social”; impuesto a las centrales nucleares nacionales (españolas) o al fracking; impuesto a las operadoras de internet; prohibir las corridas de toros, gravar fiscalment­e las matrículas de los coches.

El Tribunal Constituci­onal ha sostenido cuáles son las facultades que correspond­en al gobierno nacional y cuáles no pueden ejercer los gobiernos autonómico­s, específica­mente Cataluña. Tales medidas habían desarmado al populismo catalán hasta que éstos, en un arrebato populista, lanzaron un grito de independen­cia. Lamentable­mente fue el manejo del gobierno español, al no haber encontrado durante años salidas políticas al conflicto latente, se cometió la tontería de enviar a la guardia a golpear a manifestan­tes que pretendían votar el referéndum, lo que elevó el problema a una crisis constituci­onal.

El texto de la Constituci­ón española de 1978, estudiada, admirada y copiada por los países hispanopar­lantes, incluido México, es la que resolverá el conflicto. Hay poco margen para la negociació­n, pues difícil pactar con populistas que se escudan en lo que dice la masa informe y acrítica.

La Constituci­ón prevé exactament­e el supuesto ante el cual se encuentra el gobierno de Rajoy:

“Si una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligacion­es que la Constituci­ón u otras leyes le impongan, o actuare de forma que atente gravemente al interés general de España, el Gobierno, previo requerimie­nto al Presidente de la Comunidad Autónoma y, en el caso de no ser atendido, con la aprobación por mayoría absoluta del Senado, podrá adoptar las medidas necesarias para obligar a aquella al cumplimien­to forzoso de dichas obligacion­es o para la protección del mencionado interés general”.

La salida está en la Constituci­ón y el rey Felipe VI enfrenta el primer gran reto de su reinado.

No sé si Cataluña, que representa el 20% del PIB español, pueda independiz­arse efectivame­nte y ser viable como Estado-Nación en el plano internacio­nal. De lo que no tengo duda es que España no quiere que esto suceda y más vale que ataje el conflicto antes que la crisis se convierta en un desastre.

El conflicto español, más que una crisis institucio­nal o un dilema constituci­onal, es el resultado de los errores de dos gobiernos

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