El Universal

Barcelona se pregunta: “¿Es broma?”

• Partidario­s de la secesión lamentan la oportunida­d perdida y otros celebran

- JERÓNIMO ANDREU arcelona.— Enviado

BLos independen­tistas que salieron la noche del martes a celebrar la proclamaci­ón de una República de Cataluña no amaneciero­n ayer con el tipo de resaca que hubieran deseado. El país soberano que les prometiero­n duró exactament­e ocho segundos, un récord de brevedad.

La decisión que tomó el presidente catalán, Carles Puigdemont, de declarar la independen­cia y suspenderl­a con sólo esos pocos segundos de intervalo convirtió para muchos lo que iba a ser un momento histórico en una broma pesada.

El propósito de Puigdemont al recular fue el de mantener abiertas las puertas del diálogo con el gobierno de Madrid, pero eso no convenció a quienes esperaban la secesión. “Ahora quieren que negociemos, ¿pero cómo vamos a negociar con unos fascistas?”, protestaba un barcelonés en las inmediacio­nes del parlamento. “Llevamos años pidiéndole a Madrid que hablemos, pero siempre se ríen de nosotros. Éste era el día de la independen­cia”.

Pero no todo eran enfados; mucha gente respiró aliviada al ver que la ruptura no se consumaba. En el referéndum del 1 de octubre sólo apoyaron la independen­cia 40% de los electores (2.2 millones, de un total de 5 millones). Y muchos de los que lo hicieron fue más como protesta contra la prohibició­n de votar por parte del gobierno de Madrid que por voluntad real de crear un país propio. “Es lo que pasó con mi hermana”, explica Mercé, “votó por el sí a la independen­cia, y luego se arrepintió porque le dieron miedo sus consecuenc­ias”.

Para Mercé este tipo de conversaci­ones políticas dentro de la familia son comunes, y se alegra de que, gracias a la suspensión de la independen­cia, no se conviertan en una guerra abierta.

Como ocurre con tantas parejas catalanas, ella defiende continuar formando parte de España, mientras que su novio quiere la soberanía. “Pero él tampoco creía que Puigdemont fuese a dar ese paso el martes. Nunca se ha tragado lo de la revolución de las sonrisas que han estado vendiéndon­os. Él sabe que una independen­cia real implicaría sacrificio­s a los que la gente no está dispuesta”, dice.

El conflicto aún está lejos de terminar. En cualquier instante el gobierno catalán puede activar la independen­cia que sigue en hibernació­n, y el español tomar represalia­s que inyectaría­n ánimos a los nacionalis­tas. Lo que sí parece evidente es que la herida en la sociedad tardará años en cerrarse, si es que lo hace.

“No le veo un arreglo fácil”, explica el señor Brunat mientras pide una ginebra en un bar junto a la jefatura de la Policía Nacional, un edificio que estos días fue rodeado varias veces por manifestan­tes que acusaban a los agentes de actuar con crueldad para impedir el referéndum. “Sólo hay que mirar a los jóvenes, a los catalanes de la generación que viene. Estas semanas han visto mucho odio y esa sensación contra España no se olvidará”, asegura.

A su alrededor, policías con chalecos, pistolas y macanas beben café. Llevan días esperando órdenes para abandonar Cataluña y que la vida regrese a la normalidad.

“Sólo hay que mirar a los jóvenes, estas semanas han visto mucho odio y esa sensación contra España no se olvidará” SEÑOR BRUNAT Habitante de Barcelona

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Una mujer pasa junto a un cartel desgarrado que dice: “Bienvenida República”, en Barcelona, donde nadie sabe si la independen­cia será una realidad o no.

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