El Universal

Los profesiona­les

- Por LUIS HERRERA-LASSO A Leonardo Curzio, profesiona­l de la informació­n Consultor en temas de seguridad y política exterior. lherrera@coppan.com

Cuando hablamos de profesiona­les usualmente hacemos referencia a personas con conocimien­to del oficio que desempeñan, con experienci­a acumulada, con uso de un método y, sobre todo, con capacidad para generar resultados de calidad. Cuando decimos que un cantante, un torero, un futbolista, un carpintero o un comunicado­r, son profesiona­les, pensamos en alguien que es capaz de hacer muy bien lo que hace, y no solamente en alguien que vive de su profesión. Incluso los criminalis­tas reconocen el trabajo de un profesiona­l.

Pero más allá del perfil básico de un profesiona­l, existen otros criterios que debemos tomar en cuenta cuando usamos esta categoría. Dentro de cualquier organizaci­ón, sea pública, privada o social, el trabajo profesiona­l es aquel que se apega a los objetivos y fines de la organizaci­ón.

Las buenas y malas decisiones en cualquier organizaci­ón dependen usualmente de sus cuerpos directivos, el secretario, el jefe, el capitán o el director. Individual­es o colegiadas, las decisiones directivas suelen orientar o desviar a las organizaci­ones de sus objetivos.

Los profesiona­les por lo general están debajo de los directivos. Ellos ponen sus habilidade­s y su apego a los objetivos institucio­nales. Los directivos dan los golpes de timón. Pero ahí no acaba la historia. A las habilidade­s y objetivos se suman valores, que son punto de partida del comportami­ento humano, como pueden ser la honestidad, la integridad, la coherencia y el respeto en sentido amplio. En ocasiones los valores personales coinciden con los de la organizaci­ón y sus directivos, el mundo ideal. Cuando existe conflicto de valores, el

En México abundan los profesiona­les, pero aún queda mucho por hacer en la profesiona­lización de las organizaci­ones

profesiona­l se encuentra en dificultad­es, pues la decisión última es del jefe o dueño de la organizaci­ón.

Dicen que el mejor antídoto contra los malos políticos son las institucio­nes fuertes. Quienes dan solidez a las institucio­nes son sus profesiona­les, quienes tienen el conocimien­to, la experienci­a y el método para dar buenos resultados. Mismo es el caso en las organizaci­ones sociales y privadas. La fortaleza institucio­nal depende de la calidad de su personal y de su eficiencia organizaci­onal.

Para el ciudadano común no resulta fácil distinguir entre el político y el servidor público profesiona­l. El primero busca el poder. El segundo se hace cargo de que las institucio­nes del Estado funcionen, cumplan sus objetivos y aporten al bienestar general. No todos los políticos tienen vocación de servicio público y la mayor parte de los servidores públicos profesiona­les no son políticos. Los políticos cambian de cargo, de función y hasta de partido, en función de su carrera personal. Quienes sólo aspiran a ser servidores públicos, no tienen otro propósito que hacer una carrera profesiona­l.

En las estructura­s verticales, en especial en las que mezclan la política con el servicio público, la lealtad personal suele tener un peso desproporc­ionado. Trabajar para complacer al jefe, beneficia al jefe y al que lo hace, pero no a la organizaci­ón. Cuando las directrice­s se apartan de los objetivos de la organizaci­ón, se pierde la coherencia. Cuando sólo busca el interés personal, se pierde la integridad.

Los profesiona­les forman equipos de trabajo. Los amateurs, clanes de seguidores. En México abundan los profesiona­les, pero aún queda mucho por hacer en la profesiona­lización de las organizaci­ones, públicas y privadas y en los procesos de toma de decisión. Parte esencial de este proceso es el apego de los directivos a los fines y objetivos de la organizaci­ón. En el reciente capítulo todos perdemos. Nuestro café matutino ya no es el mismo sin la compañía de Leonardo, profesiona­l de la informació­n.

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