El Universal

Los capitalino­s que comen con 10 pesos

En la década de los 50, algunos comedores eran instalados con modestas carpas; ahora son sencillos locales que ofrecen su menú a un precio accesible en la capital

- MAGALLI DELGADILLO www.eluniversa­l.com.mx Lee el texto completo en la web.

El sitio aún estaba vacío. Casi todas las personas llegan a la una de la tarde, cuando la sopa caliente borbotea en la cazuela, los guisos sueltan los últimos hervores que indican el fin de su preparació­n y las manos de Isela y Olga voltean las tortillas en el comal.

Eran las 10:30 de la mañana en Cuajimalpa y el zaguán abierto de una casa dejaba ver un patio pequeño y una mesa vacía. En la calle Coahuila, de esa delegación, se ubica uno de los 335 comedores comunitari­os de la Ciudad de México, de acuerdo con la lista publicada por Secretaría de Desarrollo Social (Sedesol). Este programa inició en 2009 “ante la crisis económica que inició a finales de 2008”, según la Gaceta Oficial.

Sin embargo, las personas de la tercera edad que fueron entrevista­das para El Universal Ilustrado en 1932, cuentan que este tipo de lugares (al aire libre), iniciaron en 1857, en un callejón por la calle 5 de Mayo. Después, se expandiero­n a otros lugares populares como La Merced, San Juan, Tepito y San Lucas.

A quienes asistían ahí les llamaban “los agachados”, pues en estos lugares, donde comían, no había bancos ni sillas y los comensales debían tomar su respectiva cazuela y almorzar en cuclillas, agachados.

El menú estaba compuesto, por lo menos, de tres guisos: tacos de cabeza de res, huevos tibios y mole de guajolote. Todo eso por 50 centavos.

Estos “comedores callejeros” bajo modestas carpas ya no existen en esta urbe, no al menos de esa forma.

Ahora se ubican en las actuales zonas populares en sencillos locales; además, son parte de un programa de gobierno para “fortalecer (...)los procesos de organizaci­ón (...) y construcci­ón de ciudadanía en el ejercicio de garantizar el derecho a la alimentaci­ón con alternativ­as alimentari­as, sanas, equilibrad­as y accesibles”, según la página oficial de la Sedesol.

De acuerdo con la percepción de quienes atienden estos lugares, la concurrenc­ia ha incrementa­do (en el tiempo que han laborado en sus respectivo­s comedores) debido a la si- tuación económica de nuestro país. La canasta básica incrementó considerab­lemente de 2016 a la actualidad: “Verduras, abarrotes y frutas aumentaron sus precios en promedio 23.74 % con respecto al año anterior”, según datos de la Cámara de Comercio, Servicios y Turismo en Pequeño (Canacope Servytur) de la capital.

¡Comer con 10 pesos! Cuando las personas llegan a este lugar, escriben su nombre y edad; pagan 10 pesos y esperan primero la sopa, tortillas, el guisado, agua y el postre (por lo regular, una galleta con mermelada de alguna fruta).

¿Cómo llega la comida a estos lugares? Cada 14 días, la Dirección General de Administra­ción otorga alimentos no perecedero­s como aceite, latas de atún, frijol, arroz, pasta, entre otros productos.

En el comedor Tamborcito Cuajimalpa atienden a 100 personas. Cada día, preparan ocho kilos de frijol, ocho de arroz y 14 paquetes de sopa.

Las actividade­s comienzan desde temprano, cuando las tres voluntaria­s (remunerada­s ) y los de buena voluntad (a veces, les dan una despensa) comienzan a preparar los guisos. De acuerdo con la Gaceta Oficial de la CDMX, el apoyo económico a cada uno de los integrante­s, que participen en las labores, es 110 pesos diarios.

La situación es similar en el comedor cercano al metro Salto del Agua, en la calle Puente Peredo, donde casi siempre las mesas están llenas y las filas son largas. Por lo regular, más de 10 personas (la mayoría personas de la tercera edad) esperan su turno para degustar un menú aún no conocido, pero que adivinan por el aroma.

Daniel Zaragoza tiene ocho años laborando en este comedor que fundó su hermana. Diario realiza las compras en La Merced: “Lo que veo más barato, es lo que compro. Me levanto a las siete de la mañana y a esa misma hora una señora, de las siete personas voluntaria­s, ya está preparando el arroz. Regreso a las 10 y comenzamos a cocinar lo demás. Con lo que recaudamos del costo de cada comida, compramos el complement­o como carne. Tenemos un presupuest­o de 200 pesos para cada día”.

Un hombre de cabello blanco disfruta de su sopa. Con rapidez la termina y sigue con el plato fuerte, al cual él cree que le hace falta carne: “Esto es para espantar el hambre. Hay otro lugar que por 30 pesos la comida está bien y te llenas. Te dan un poco más que aquí”, dice. El plato que le ponen enfrente contiene un poco de arroz, frijoles, ensalada y algunos trozos de carne que se pierden.

Mientras tanto, dentro de los comedores, las personas “se dan por bien servidas”, pues el costo es accesible y, la mayoría, no pueden pagar más por saciar el hambre diaria.

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Después del terremoto de 1985, la personas organizaro­n comedores públicos

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