¿Qué le pasa al cine en este 2017?

Con tanto monstruo y transformer suelto en la pantalla grande, en busca de la perdurabilidad y la doble vida que después le ofrecerán los formatos digitales: el DVD y el Blu-ray, y en el entendido que quieren comerse toda clase de combos, aparte del público, que los va a ver, la queja de los cinéfilos parece ser unánime: yo ya no voy al cine porque la cartelera no me ofrece lo que yo quiero ver: ese otro cine que no son las comedias sosas marca Disney, ni los melodramas lacrimógenos, ni las películas de época.

Yo quiero ver ese cine que nunca va a tener aquí pantalla grande, incluso ni en muestras y foros de la Cineteca y que, también es difícil de conseguir aun con la piratería especializada, salvo la insistencia reiterada. Y no estoy hablando nada más de películas; también hay series que no están en Netflix, y documentales poco comunes de los que uno se entera por sitios de Internet especializados, y voces autorizadas que, por la información que manejan, parece que trabajan en el Área 51.

De todas maneras no está por demás el patrullaje especializado por mercados oscuros del DVD o el Blu-ray y el contacto directo con expertos que viven al margen de la ley de la oferta y la demanda, siendo capaces de resolver las expectativas de muchos que piden casi cosas imposibles en lo que queda de espíritu de lo algunas vez fue el verdadero Tianguis del Chopo, convertido ahora en un gigantesco expendio de jeans, tenis, playeras y chucherías muy alejadas de la cultura cinematográfica.

El galeno del séptimo arte, Juan Heladio Ríos, llora cada sábado en su consultorio cinematográfico de lo que queda de cultura en el Chopo, porque las nuevas generaciones no saben nada de cine y dócilmente aceptan cualquier cosa. Sin embargo, de vez en cuando, algunos jóvenes que quieren escapar del tedio millennial acuden con el santo y seña de algún filme de culto para redimirse.