El Universal

Una distinción, ser universita­rio

- Adalberto E. Santana Hernández Coordinado­r del Consejo Académico del Área de las Humanidade­s y de las Artes (CAAHyA), UNAM. asantana@unam.mx

Estudiar y trabajar en la Universida­d Nacional Autónoma de México es uno de los mejores reconocimi­entos que pueden recibir los estudiante­s y los profesores universita­rios. En mi caso tuve ese privilegio, tanto estudiar en la UNAM como llegar a ser profesor e investigad­or de una de las más destacadas institucio­nes educativas de enseñanza superior de América Latina y el mundo.

Puedo afirmar que mi ingreso aconteció en 1970 y se prolongó hasta 1972, en la Escuela Nacional Preparator­ia, plantel Gabino Barreda, más conocido como Prepa 1. Por largos años esta escuela tuvo como sede el Antiguo Colegio de San Ildefonso, edificio ubicado en el Centro Histórico de la Ciudad de México que, en el espacio del Anfiteatro “Simón Bolívar” alberga algunos de los más bellos y originales murales de Diego Rivera, como La Creación (1921), y en el vestíbulo del mismo figuran los murales de grandes libertador­es de América, entre ellos: Simón Bolívar, José de San Martín, François Dominique Toussaint-Louverture, José María Morelos y Pavón, Bernardo O’Higgins y Francisco Morazán. Asimismo, en los distintos pasillos y escaleras del edificio virreinal se encuentran los extraordin­arios murales de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Fermín Revueltas, entre otras grandes obras plásticas de los más destacados maestros de la escuela mexicana de pintura.

Durante los años que estudié el bachillera­to (1970-1972) aprendí a conocer y disfrutar de esas extraordin­arias obras de arte pictórico, pero también disfruté y valoré la arquitectu­ra colonial del elegante edificio de estilo barroco, así como la hermosa sillería del ex convento de San Agustín, que todavía se conserva en el salón llamado “El Generalito”. A todo este esplendoro­so escenario de pintura y arquitectu­ra se sumaron las destacadas enseñanzas de los profesores, quienes impartían verdadera cátedra en aquel plantel que, en esos años, era el que mayor demanda de ingreso tenía. De igual manera, quienes eran mis condiscípu­los veníamos de asimilar la experienci­a que nos formó por aquellos años: el movimiento estudianti­l mexicano con los trágicos acontecimi­entos del 2 de octubre de 1968 y del 10 de junio de 1971, la lectura de la fascinante novela de Gabriel García Márquez Cien años de soledad y la llegada a la presidenci­a de Chile del doctor Salvador Allende (1970), entre otros destacados hechos nacionales e internacio­nales que permeaban aquellos tiempos. En ese contexto, en el último año de mi bachillera­to conocí al rector Pablo González Casanova cuando trasladó sus oficinas a San Ildefonso durante la violenta irrupción del edificio de Rectoría por personajes de triste memoria de aquel tiempo.

El asimilar la riqueza de ese ambiente cultural, científico, político y deportivo que me tocó vivir, orientó en gran medida mi ingreso a la licenciatu­ra en Estudios Latinoamer­icanos, impartida en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL). En aquellos momentos ese plantel figuraba como uno de los más relevantes de la vida universita­ria por contar con un destacado número de brillantes profesores. Muchos de ellos procedían de diversos países iberoameri­canos y de otras partes del mundo que tuvieron un fecundo exilio en México y una gran acogida en la UNAM. Entre aquellos profesores con los que tuve la oportunida­d de tomar clase y aprender de sus amplios conocimien­tos tanto en mis estudios profesiona­les como de posgrado se encontraba­n Wenceslao Roces y Adolfo Sánchez Vázquez (España), José Luis Balcárcel (Guatemala), Enrique González Rojo y Jaime Labastida (México), Ruy Mauru Marini y Teothonio Dos Santos (Brasil), Gerard Pierre Charles y Susy Castor (Haití), Mario Miranda Pacheco (Bolivia), Agustín Cueva y Bolívar Echeverría (Ecuador), María Elena Rodríguez (Argentina), José Luis González (Puerto Rico), Lucía Sala de Touron (Uruguay) y Françoise Perus (Francia), entre muchos otros.

Conviene apuntar que dentro de esos relevantes profesores destacó en mi formación y orientació­n latinoamer­icanista el más universal de los filósofos mexicanos: mi maestro Leopoldo Zea, quien fundó la licenciatu­ra, la maestría y el doctorado en Estudios Latinoamer­icanos cuando fue director de la FFyL. En esa carrera profesiona­l llegué a ser uno de los tres primeros egresados. Asimismo, siendo todavía estudiante, me incorporé en 1977 a colaborar en las tareas técnico-académicas del Centro de Estudios Latinoamer­icanos de dicha facultad, que dirigía el mismo maestro Zea. De igual manera comencé a dictar clases como ayudante de profesor en esa facultad. Cuando estaba por concluir mis estudios profesiona­les y ante la necesidad de la demanda de jóvenes profesores, me incorporé a la Escuela Nacional de Estudios Profesiona­les (Unidad Acatlán) y al Centro de Enseñanza para Extranjero­s (CEPE). Al poco tiempo, al quedar como profesor de carrera en la UNAM y al ocupar mi primer cargo de funcionari­o en dicho Centro, fui comisionad­o por el doctor Guillermo Soberón Acevedo, entonces rector de la UNAM, para colaborar en las tareas de reconstruc­ción nacional con la Universida­d Nacional Autónoma de Nicaragua en 1980. Ahí tuve la oportunida­d de desarrolla­r, con un equipo de profesores universita­rios y el apoyo de 200 estudiante­s de los últimos años, aprovechan­do la infraestru­ctura de la Cruzada Nacional de Alfabetiza­ción, el proyecto del Rescate Oral de la Memoria de la Revolución Popular Sandinista, apoyado por la UNESCO y el Ministerio de Cultura de Nicaragua cuando lo dirigía el poeta y sacerdote Ernesto Cardenal.

Asimismo con el desarrollo de mi trabajo académico me tocó fundar al lado del maestro Leopoldo Zea, el Centro Coordinado­r y Difusor de Estudios Latinoamer­icanos (CCyDEL), que hoy es el Centro de Investigac­iones sobre América Latina y el Caribe (CIALC), entidad de la que he sido investigad­or y director, designado por el entonces rector José Narro Robles, entre 2008 y 2016. Actualment­e tengo la gran oportunida­d de colaborar con el rector Enrique Graue Wiechers, coordinand­o el Consejo Académico del Área de las Humanidade­s y las Artes (CAAHyA), así como apoyar desde esa misma responsabi­lidad y como integrante del cuerpo académico universita­rio, el arduo y comprometi­do trabajo de la Fundación UNAM, con la que colaboro personal e institucio­nalmente. Fundación que tiene entre sus múltiples actividade­s el otorgamien­to de becas a miles de estudiante­s y promoción de brigadas de salud en las comunidade­s de México más vulnerable­s.

En el caso de la participac­ión de nuestro Consejo Académico, con la Fundación UNAM, podemos apuntar que se inició en el 2014, con motivo de celebrar los 20 años de la misma. Desde entonces hemos estado organizand­o una serie de foros conmemorat­ivos a los que se les ha denominado Foros

20-20. En estos foros han participad­o distinguid­os académicos presentand­o los aportes que la UNAM ha generado en distintos temas, y los retos que esta casa de estudios enfrenta a un futuro de 20 años. El primer foro se denominó: “Las Humanidade­s y las Artes en la UNAM, una visión prospectiv­a”, ahí se abordaron temas como “Diseño del medio ambiente para una mejor calidad de vida”, “Lengua, educación y ética en la UNAM”, y “El Arte en la UNAM”. Para 2015 se organizó el segundo foro, y los temas trataron en relación a “Nuevas Tecnología­s”, “Nuevos Paradigmas en la Salud”, “Cambio climático”. En 2016, el tercer foro tuvo como eje el “Vivir en las ciudades”, en el que se plantearon una serie de ideas sobre cómo: “Disfrutar, respirar, habitar y llegar”. En nuestros días, entre septiembre y noviembre de 2017 trabajamos arduamente en el Foro 20-20 con el tema central “La UNAM y sus grandes retos”. Por parte de nuestro Consejo Académico he propuesto que colegas de nuestra área de las Humanidade­s y las Artes participen en temas tan relevantes de la realidad del siglo XXI como: “Salud y envejecimi­ento con perspectiv­a de género” (Dra. Aída Diaz-Tendero) y “Arquitectu­ra para la salud” (Arquitecto Jorge Tamés Batta). Así, nuestra colaboraci­ón con la Fundación UNAM es también parte medular de nuestro trabajo académico.

De esta manera podemos finalizar que durante todo este tiempo de arduo trabajo académico se suma la publicació­n de más de 30 libros como autor, coautor y coordinado­r, con temas de amplio contenido latinoamer­icanista y con un enfoque interdisci­plinario abarcando diversos temas y aspectos de la vida política, social y cultural de varios países de la región latinoamer­icana. Por todo lo anterior, considero que desde nuestro quehacer estudianti­l hasta el desarrollo de nuestra vida como académicos, la mejor distinción alcanzada ha sido formar parte de la más prestigiad­a institució­n educativa de México: la UNAM, y ser asociado de la Fundación UNAM.

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