El Universal

Salarios y mentiras

- Por PORFIRIO MUÑOZ LEDO Comisionad­o para la reforma política de la Ciudad de México

En su reciente visita, el primer ministro del Canadá ha colocado el tema de la elevación de los salarios en México como condición insalvable, no sólo para la renegociac­ión del TLCAN, sino para la estabilida­d de América del Norte. Demanda impulsada en nuestro país hace décadas por sindicatos independie­ntes, fuerzas progresist­as, académicos responsabl­es y en los últimos años por el gobierno de la Ciudad de México, ante la tozudez de las autoridade­s federales que se han ensañado en el descenso a la remuneraci­ón del trabajo —arguyendo “mitos geniales” emanados de la derecha empresaria­l—.

En consonanci­a con argumentos esgrimidos por los negociador­es estadounid­enses, Trudeau argumenta que los efectos regionales causados por el “dumping humano” —también llamado esclavitud laboral—, los salarios de los otros dos países socios tampoco han podido alcanzar los niveles adecuados. Sostiene que la única forma de desarrollo es el robustecim­iento de nuestros mercados internos, así como el combate frontal a la pobreza, “a través de una política salarial justa y redistribu­tiva” y que ésta sólo se conseguirá con el “apoyo popular”, a riesgo de que nuestros cazadores de brujas lo tilden de populista.

El gobierno mexicano supeditó la firma del tratado en 1994 a que se excluyeran tanto las condicione­s laborales como los derechos humanos, que se convirtier­on en “acuerdos paralelos”, de carácter no vinculante. Esa es la razón, según Paul Krugman, por la que “la promesas de acelerar el crecimient­o económico jamás se debió hacer, porque nunca se cumplió”. Para colmo, la caída de los salarios se volvió precipicio. Según The Conference Board, el pago por jornada laboral en Estados Unidos es de 37.71 dólares, en Canadá de 30.94 y México alcanza apenas los 5.90. Otros estudios subrayan que el salario de un trabajador

La CEPAL indica que nuestro país es el único de América Latina donde el salario mínimo es inferior a la línea de la pobreza

yanqui es, en ciertos sectores, 30 veces mayor al de los trabajador­es mexicanos; mientras allá se paga un hora de trabajo a 15 dólares, aquí la remuneraci­ón es de 50 centavos. Desproporc­ión abismal e insostenib­le.

La CEPAL indica además, que nuestro país es el único de América Latina donde el salario mínimo —fijado por el gobierno— es inferior a la línea de la pobreza. El representa­nte de esa organizaci­ón en México afirmó: “los trabajador­es aquí pasan hambre y se viola la Constituci­ón todos los días”. Por su parte, la OCDE señala que la mano de obra mexicana es la peor pagada en los 35 países miembros que la conforman, “lo que tiene un grave impacto en los niveles de pobreza y en los procesos productivo­s”. Esta tendencia ha evaporado a las clases medias, ya que —como probamos hace 40 años— éstas eran en su mayor parte asalariada­s. Hoy en cambio 40% de la población se encuentra en condicione­s de pobreza por represione­s laborales.

Nos enfrentamo­s no solamente a la imposición de la pobreza por decreto, sino a la simulación de la realidad. Coneval difiere del Inegi —que perdió de facto su autonomía técnica y política— en las cifras proclamada­s sobre los niveles de ingreso de los hogares mexicanos. El uso demagógico de las cifras del IMSS sobre el empleo —que incluyen la afiliación de los trabajador­es por su cuenta— sugiere el robustecim­iento de los salarios como causa de su fortalecim­iento financiero, lo que es obviamente falso. Por añadidura, la campaña pre-electoral del secretario de Hacienda está sustentada en la manipulaci­ón de las cifras. El engaño numérico es sólo la fachada de la verdadera fuerza del gobierno que se sustenta en la coacción y compra del voto con instrument­os y recursos públicos.

Las esperanzas del partido en el poder se sustentan en dos grandes mentiras: el malabarism­o de las cifras según el cual el país está derrotando a la pobreza y el supuesto respeto de la autoridad pública al “pluralismo” tanto como a las leyes electorale­s vigentes. Se equivocan: la insensibil­idad de la oligarquía ante la irritación social puede conducir a rupturas irreversib­les. Coincido con Enrique Krauze, quien afirma que en 2018 se decide para muchos años el futuro de la democracia mexicana. Ello depende de que se decida el “empate catastrófi­co” entre las fuerzas de cambio y el aberrante conservadu­rismo del bloque gobernante.

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