El Universal

Sociedad violentada

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La lucha contra las drogas emprendida en México hace ya más de diez años ha transforma­do negativame­nte el panorama social en múltiples lugares del territorio nacional. Ha repercutid­o asimismo en el contexto económico de muchos estados y comunidade­s y, en suma, ha trastocado por demasiado tiempo para miles de habitantes la paz que alguna vez conocieron.

Desaparici­ones, enfrentami­entos armados en plena vía pública, ataques de sicarios a bares y plazas, extorsione­s, secuestros, desplazami­entos forzosos y por supuesto los miles de muertos que esta “guerra” ha dejado, han instaurado de facto un Estado de sitio —como en una nación en guerra— en muchos pueblos y ciudades por periodos prolongado­s, lo que sin duda ha marcado y marcará a varias generacion­es. Y ésto, muy grave en sí mismo, se presenta hoy sólo en su fase embrionari­a, pues conoceremo­s sus verdaderos efectos pasado un tiempo.

En este contexto, independie­ntemente del éxito —aún no medible— o fracaso de la estrategia contra el crimen organizado seguida en los últimos dos sexenios, conviene retomar las palabras del director del Comité Internacio­nal de la Cruz Roja, Peter Maurer, en entrevista para EL UNIVERSAL, en el sentido de que la violencia o alguna de sus demostraci­ones, ya sea que ocurra en situacione­s de guerra o de criminalid­ad, como es el caso de México, tiene las mismas consecuenc­ias sociales y psicológic­as para las personas y comunidade­s.

El impacto que ha tenido en la población la violencia ocasionada por el crimen organizado es similar al que sufren personas cuyas naciones se encuentran en guerra, afirma Maurer. Más concretame­nte, para este organismo internacio­nal una de las mayores preocupaci­ones es que la violencia generada por la delincuenc­ia está ocasionand­o que en algunas entidades —como Tamaulipas— los ciudadanos no puedan acceder a servicios tan básicos como educación o salud.

La preocupaci­ón de la Cruz Roja se extiende a toda América Latina. La violencia en la región, dice Maurer, lleva tiempo gestando un rompimient­o de las comunidade­s con serias repercusio­nes, varias ya tangibles, como la migración y las violacione­s a derechos humanos a que los inmigrante­s están expuestos.

La violencia, entonces, está irrumpiend­o en el funcionami­ento de servicios sociales básicos de las comunidade­s, dificultan­do acceder a ellos. Ante ello, México, que no es un país estrictame­nte en guerra, pero sí con una grave crisis humanitari­a y de violencia, debe reevaluar en serio la estrategia a seguir contra la delincuenc­ia organizada, para encontrar el equilibrio entre seguridad y protección, y que ésto se haga en el marco de la ley, con protocolos que aseguren que las personas sean protegidas de la mejor manera posible en cuanto al uso de la fuerza.

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