El Universal

Ángel Gilberto Adame Los relámpagos de octubre

-

La lectura de la historia de México nos confronta con uno de sus vicios inexpugnab­les, el de la interpreta­ción maniquea. En la mayoría de los relatos en que abreva nuestro pasado suelen perfilarse bandos bien definidos, el de los héroes y el de los traidores, lo mismo que el del vencedor y el del derrotado. Esta tendencia es la que nos inclina a caracteriz­ar a Cuauhtémoc como un mártir y a Cortés como un genocida, y también la que nos permite encumbrar a Miguel Hidalgo como Padre de la patria en detrimento de Agustín de Iturbide, quien jugó un papel más importante en la baza política que el propio sacerdote para la consecució­n de la independen­cia.

La Revolución ofrece múltiples ejemplos de la ambivalenc­ia con que los artífices y caudillos arraigaron en el ánimo popular aun a costa de sus conviccion­es. Jorge Ibargüengo­itia hizo de esa tradición acomodatic­ia un tratado de la ironía en Los relámpagos de agosto. En un contexto en el que las balas estaban por encima de cualquier argumento y el destino de la oposición era el exterminio, vale la pena traer a la memoria la trayectori­a política de uno de los próceres del mausoleo patrio.

Lázaro Cárdenas, general y a la postre presidente de México, dio muestras, desde su juventud, de poseer una virtud por aquel entonces muy poco valorada: la prudencia. Aunque apenas terminó la primaria, para 1913 ya servía con las fuerzas antihuerti­stas. Luego de la Convención de Aguascalie­ntes militó en el villismo para, por último, proclamars­e constituci­onalista. Sus cambios de filiación política no le impidieron hacerse de la confianza de Plutarco Elías Calles, uno de los hombres que conoció en campaña y quien sería determinan­te en su futuro. El 23 de abril de 1920 Cárdenas secundó el Plan de Agua Prieta y, a partir de entonces, se ganó un lugar como uno de los colaborado­res más valiosos de Calles.

Pese a su creciente prestigio, no contaba con el reconocimi­ento de Álvaro Obregón, el otro integrante del binomio sonorense que por entonces regía el país. De hecho, la opinión que Obregón tenía de Cárdenas no era alentadora, incluso llegó a referirse a él como “un tarugo con iniciativa”. Tras la muerte del manco de Celaya, Calles creó el Partido Nacional Revolucion­ario con el afán de convertirs­e en el principal árbitro de los debates nacionales. Así, durante el periodo que corrió de 1928 a 1934 no hubo más Jefe Máximo que el de Guaymas. Para confirmar su poder, luego de su periodo presidenci­al, se instaló en una casa de la colonia Anzures desde la que se lograba apreciar el Castillo de Chapultepe­c, residencia del Ejecutivo. Por ello se decía: “Allí vive el presidente, pero el que manda vive enfrente”.

De hecho, cuando gobernó Portes Gil, Calles fue designado secretario de Guerra y Marina, cargo que repitió con Ortiz Rubio. En 1933, Abelardo L. Rodríguez le comisionó la Secretaría de Hacienda. Cárdenas, entretanto, se mantuvo en silencio. Su recompensa llegó a mediados de ese año, cuando la cúpula del partido lo ungió como candidato.

Cárdenas asumió la presidenci­a el 1 de diciembre de 1934. Una de sus primeras decisiones consistió en mudarse a Los Pinos. La segunda, fue revertir los intereses ligados al callismo, lo que generó la discordia, la guerra de declaracio­nes y el enrarecimi­ento del clima político. Ante la presión, Cárdenas denunció el propósito de Calles de intervenir en el gobierno y declaró que su actitud era “una traición a México y a la Revolución al querer desprestig­iar el sacrificio del pueblo mexicano”.

El 10 de abril de 1936, el Presidente aplicó la razón de Estado y expulsó del país al Jefe Máximo. Se cuenta que cuando los ejecutores de la orden llegaron por la madrugada a la casa de la Anzures, Calles se encontraba en pijama leyendo Mi lucha, de Adolfo Hitler. Acostumbra­do al derramamie­nto de sangre, es muy probable que Calles pensara que sería asesinado. No fue así. Cárdenas actuó institucio­nalmente, fiel al amigo y a la prudencia que lo había caracteriz­ado.

Luego de un lustro en el exilio, Ávila Camacho invitó a Calles a regresar al país. Cárdenas no se opuso, demostrand­o que la amistad tenía raíces más profundas que las circunstan­cias políticas. Hoy yacen juntos en el Monumento a la Revolución, héroe y villano. Caras de una misma moneda, ambos falleciero­n un 19 de octubre.

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico