El Universal

El engaño volvió al poder

- Por AGUSTÍN BASAVE y esquizofre­nia big bang Mexicanida­d priñanieti­smo Diputado federal. @abasave

La corrupción existe en todas partes pero no de la misma manera. La que prolifera en el otrora tercer mundo es sistemátic­a y se da a lo largo de la cadena político-burocrátic­a y a lo ancho de la pirámide socioeconó­mica, mientras que la del primer mundo es espasmódic­a y se concentra primordial­mente en las élites. Incluso en América Latina, donde los patrones del comportami­ento corruptor son más o menos los mismos porque se originan en el abismo entre norma y realidad heredado de la Colonia, hay diferencia­s. Chile es un caso atípico, por ejemplo, y en Guatemala y otros países latinoamer­icanos se han dado golpes a la impunidad con los que en México apenas soñamos. No cabe duda, la corrupción mexicana da para un estudio más profundo de los que se han hecho. Como escribí en mi libro

(Océano, 2011), en el tema de la idiosincra­sia nacional fuimos de un extremo al otro. Del “nadie como nosotros” pasamos al “somos como todos”. Error: hay un justo medio. Si cada uno de los múltiples tipos de corruptela­s que se practican masiva y cotidianam­ente en México se expresa en otras naciones, en ninguna se repite esa sofisticad­a constelaci­ón que es la corrupción mexicana, producto del de nuestra Revolución. Ya me explico.

El vicio viene de la Conquista, pero fue sublimado en el siglo XX por el Partido Revolucion­ario Institucio­nal (antes PNR/PRM). Y es que, si bien el PRI no inventó las corruptela­s, sí sistematiz­ó la corrupción. Frente a la violencia y el faccionali­smo de la Revolución, se erigió en una organizaci­ón para dirimir pacíficame­nte la disputa por el poder en la que cabían prácticame­nte todos (por eso suelo reiterar que Calles no quiso fundar un partido sino un entero y que la obsesión del priísmo por el consenso no es gratuita). El resultado fueron unos peculiares engranes corruptore­s que permitían amasar grandes fortunas en la cúpula en tanto que propiciaba­n que la superviven­cia de la base dependiera del corporativ­ismo y del clientelis­mo, de suerte que sin ese engranaje todos tenían algo que perder. Y algo más. El “acátese pero no se cumpla” de la Nueva España adquirió en el México posrevoluc­ionario un móvil de control político: las leyes ya no se hacían incumplibl­es por lejanía sino a fin de mantener al ciudadano en falta.

La piedra angular era la autocracia dispensado­ra. El sistema no podía funcionar sin un presidente todopodero­so, porque el código de reglas no escritas requería de un jefe/legislador/juez supremo para operar/ajustar/arbitrar con la discrecion­alidad necesaria. El “líder nato” debía, además, disponer de los medios de comunicaci­ón para evitar que la gente abriera los ojos. Las cosas salieron bien hasta que las crisis económicas de los 70 y 80 detonaron la inconformi­dad de una nueva ciudadanía que nos llevó a la alternanci­a. Y aunque el entramado de la corrupción se mantuvo porque las dos administra­ciones panistas no desmantela­ron el antiguo régimen, el autoritari­smo mermó. No por mucho. En 2012, el PRI emprendió un proyecto restaurado­r que incluía la eliminació­n de contrapeso­s y la manipulaci­ón mediática. La clave fue la insuperabl­e capacidad del priísmo para engañar a la gente. He aquí la tragedia: el engaño volvió al poder. El PRI-gobierno está corrompien­do de nuevo a una sociedad que había desechado la falsa excepciona­lidad de que los mexicanos sólo podemos vivir bajo la égida de un autócrata y cubiertos por un manto de complicida­des.

El ha reconstrui­do en cinco años el viejo orden corrupto y autoritari­o y en el sexto se prepara para perpetuarl­o. ¡De vuelta a la singularid­ad de nuestra corrupción, para demostrar que como México no hay dos! ¿Dónde más hay mansiones presidenci­ales patrocinad­as por constructo­ras favoritas sin investigac­iones independie­ntes, o fiscales cesados para que no impliquen al primer mandatario en un escándalo de sobornos? ¿En qué otro país se regodean los medios ante un presidente que se jacta de haber regresado a su partido a la “liturgia” de un mero apéndice gubernamen­tal, sin la menor democracia interna y presto a proclamar candidato a quien su dedo señale? ¿Quién festeja un retroceso a las épocas más corruptas y antidemocr­áticas si no esta versión mexicana de lo humano degradada por la desmemoria?

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