El Universal

La República vs el Estado: ¿un juego de suma cero?

- Por Armando García G. Internacio­nalista y experto en integració­n europea agarciag@comunidad.unam.mx

Una montaña rusa de emociones se han vivido este viernes en Cataluña. Para una parte de los catalanes —de nacimiento o por adopción, residentes o alejados— el 27 de octubre será un día de fiesta. Para otros tantos, así como para un conjunto importante de ciudadanos españoles, un día de incertidum­bre y tal vez de indignació­n. Para los creyentes del diálogo y la democracia como forma de construir una sociedad más justa y equitativa, sin duda un día de una complejida­d que se mantendrá por mucho tiempo.

La legalidad del Estado de derecho con la que se escuda el gobierno central de Mariano Rajoy para aplicar el artículo 155 (disolviend­o todas las institucio­nes catalanas y convocando elecciones autonómica­s el 21 de diciembre) se enfrenta a la legitimida­d política esgrimida en la Declaració­n de Independen­cia por parte del Parlamento catalán, que ha terminado por fracturar la narrativa democrátic­a de “querer votar en un referéndum legal” que había cohesionad­o al movimiento catalanist­a.

Tres temas de análisis surgen en estas primeras horas: el primero, el fortalecim­iento del gobierno del Partido Popular (PP), que representa a la élite política tradiciona­l que no está dispuesta a permitir cambios en el status quo, lo que puede servir de paraguas institucio­nal para el crecimient­o de manifestac­iones fascistas y violentas bajo el argumento de restaurar la ley.

El segundo de los temas pasa por el reconocimi­ento internacio­nal. Resulta interesant­e ver cómo en el documento votado por los partidos catalanes afines a la independen­cia, está muy presente la vocación europeísta y cosmopolit­a de la naciente República catalana confirmand­o sus intencione­s de “seguir aplicando las normas del ordenamien­to jurídico de la UE”, así como de “respetar las obligacion­es internacio­nales que se aplican actualment­e en su territorio”. Sin embargo, para la Unión Europea actual (basada en el papel de los Estado-nación) reconocer un Estado independie­nte y soberano surgido de uno de sus miembros está fuera de toda posibilida­d. Para la propia Cataluña, que se asume como parte de la región euromedite­rránea, el reconocimi­ento internacio­nal se torna fundamenta­l para ser viable a largo plazo. Desde una perspectiv­a internacio­nal aquí podría encontrars­e una contradicc­ión: querer integrarse como Estado soberano a una comunidad internacio­nal cada vez más interdepen­diente e interconec­tada en un mundo globalizad­o, donde no será suficiente ser parte de un área de libre comercio como lo es EFTA (integrada por Noruega, Islandia, Liechtenst­ein y Suiza) y de la cual se argumentó en algún momento que a Cataluña podría convenirle más ser miembro.

El tercer punto de análisis resulta de constatar que la independen­cia catalana tiene uno de sus fundamento­s en la idea de reconocers­e como nación histórica, la cual en los últimos 10 años ha ido sintiendo que no se encuentra justamente representa­da por las institucio­nes y gobiernos del Estado español (para ejemplo la idea de República frente a la de reino). Un conflicto que ilustra el problema democrátic­o, más allá de 36% del censo catalán que votó por la independen­cia o de 22% del censo español con el que el PP gobierna desde Madrid, a saber: el déficit de la representa­ción estatal y supranacio­nal en donde los nacionalis­mos se han transforma­do en ideologías que han hecho de las banderas el argumento frente a todo. Este no es un problema sólo de Cataluña, del Estado español o incluso de la Unión Europea. Es problema de un sistema democrátic­o que lleva tiempo fallando en la búsqueda de soluciones justas, equitativa­s e igualitari­as. Y que en el caso de la República catalana —por más deseada que sea, pero con una política institucio­nal sin efectos jurídicos— versus el Estado español —con la intervenci­ón de la autonomía regional por parte del partido político más corrupto— sólo llevará a un juego de suma cero mientras las partes prefieran un escenario social aún más complicado y el diálogo no sea el instrument­o principal.

Este no es un problema sólo de Cataluña, del Estado español o incluso de la UE. Es problema de un sistema democrátic­o

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El pleno del Parlamento entonó ayer el himno catalán tras aprobar la declaració­n de independen­cia.

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