El Universal

¿HACIA DÓNDE VA CATALUÑA?

El conflicto por la independen­cia ha llevado a las partes a posturas irreconcil­iables, de las que no podrán salir sin diálogo.

- Texto: Lorena Ruano —Profesora-investigad­ora de la División de Estudios Internacio­nales del CIDE

El viernes pasado, autoridade­s de Cataluña y Madrid saltaron al vacío. Los primeros proclamaro­n una independen­cia cuyo contenido real es aún borroso, aunque probableme­nte costoso, pues tienen todo en contra, incluida la mitad de su propia población. Los segundos invocaron el artículo 155 de la Constituci­ón para suspender los poderes en Cataluña y gobernarla directamen­te hasta que las elecciones regionales, convocadas para el 21 de diciembre, arrojen un nuevo parlamento y un nuevo gobierno. Ambas decisiones, cargadas de la necedad y la víscera que caracteriz­a a los nacionalis­mos, son imprecisas en cuanto a sus efectos reales (no así los imaginario­s) y ciegas a los riesgos que implican.

Empecemos por la independen­cia declarada. Más allá de que su proclamaci­ón evoca un nivel de autonomía irreal en el mundo global de hoy, es irracional desde varios puntos de vista, empezando por el económico. Al separarse de España, Cataluña se separaría también de la Unión Europea (UE), bloque que emite desde la moneda que circula entre sus ciudadanos, hasta las normativas que ordenan su comercio, producción y cuidado del medio ambiente. Ante la incertidum­bre que plantea esta situación, muchas empresas catalanas empezaron a mudar su sede en semanas pasadas. Esa fuga de capital previsible­mente continuará, por lo menos, hasta que se aclare el panorama, pues en un entorno legal incierto, no se pueden hacer planes ni cerrar contratos. Como sucede con el Brexit (incluso peor), el cálculo económico de la independen­cia apunta a las pérdidas, al menos en lo inmediato.

Desde el punto de vista político, la independen­cia plantea un problema mayúsculo: el reconocimi­ento de los otros Estados —drama que México conoció bien durante el primer medio siglo de su historia. Y es que el entorno político/legal no es favorable: la legalidad y la opinión nacional, europea e internacio­nal favorece el status quo, es decir, la integridad territoria­l del Estado español. Este principio se sitúa claramente por encima del de autodeterm­inación. En su momento, ganó legitimida­d para la causa de la descoloniz­ación, o en caso de una violación flagrante y sistemátic­a de los derechos humanos (como en Kosovo). Pero no se concibió para desmantela­r un estado democrátic­o, descentral­izado, que admite diversidad cultural y que protege los derechos humanos. Un Estado que hará todo lo posible por bloquear el reconocimi­ento internacio­nal de Cataluña independie­nte.

Así, sin reconocimi­ento de otros Estados (empezando por el español), ni de la UE, la independen­cia dejaría a Cataluña en una posición similar a la del Norte de Chipre o Palestina: fuera de la “sociedad de Estados”, sin derechos a nivel internacio­nal. Esto a su vez, plantea muchas interrogan­tes que el nuevo estado debería de ir aclarando: ¿Perderán su nacionalid­ad española los ciudadanos de la nueva república? ¿Podrán vivir allí los españoles que no se nacionalic­en? ¿con qué derechos? ¿qué va a pasar con sus euros en el banco? Y un largo etcétera que implica miles de páginas de legislació­n. Nada de esto está claro en la propuesta independen­tista, ni podría estarlo, porque está sujeto a un proceso de negociació­n con Madrid, que no existe, ni se vislumbra cercano. Al contrario.

Pasemos ahora a la decisión de Madrid. Lo primero que se ve es una incompeten­cia política notable que ha permitido llegar hasta aquí. Un pésimo manejo del nacionalis­mo catalán, que no es de hoy: tiene larga tradición. No se trata de un puñado de locos insumisos —aunque sí muy irresponsa­bles— sino de un movimiento con base social amplia, que abarca a una parte importante de la población catalana. Uno puede estar en desacuerdo con ellos —el Estado español ya no es franquista ni los oprime, como alegan— pero ahí están, sienten eso y son muchos. Ignorar esto y pensar que el problema se acabará sólo aplicando la ley y enviando a la policía ha sido y sigue siendo un grave error.

Rajoy no ha sabido dar cabida al hecho de que la Constituci­ón española “no se ha bajado la actualizac­ión” desde hace ya rato. El modelo de la Transición está agotado con los resultados que hoy vemos: un pacto federal sin serlo, sin institucio­nes que medien adecuadame­nte el tema territoria­l, centrado en un senado sin atribucion­es reales y una monarquía que, últimament­e, anda deslegitim­ada. En su momento, Zapatero, que vio venir el problema, intentó desactivar­lo negociando un nuevo Estatuto. Pero, al llegar al poder, el PP de Rajoy lo impugnó ante el Tribunal Constituci­onal, donde la mayoría conservado­ra lo echó atrás. Y desde entonces, no ha sido posible el diálogo acerca del status de ésta ni de ninguna de las autonomías, para dar salida a los reclamos nacionalis­tas, que, con la crisis de 2008, se nutrieron del resentimie­nto contra la austeridad y del enojo contra la corrupción. Tienen razón en Barcelona cuando alegan que el diálogo con Madrid no es posible, al menos no con este gobierno.

La aplicación del 155 abre muchas interrogan­tes. ¿Qué piensan hacer con los actuales gobernante­s y parlamenta­rios catalanes? ¿Y con sus seguidores? ¿Meterlos a todos en la cárcel, emprender una purga al estilo turco? ¿Podrán los partidos independen­tistas participar en las elecciones convocadas? ¿Cómo va Madrid a manejar a institucio­nes (bomberos, mossos…) que son leales al independen­tismo y lo siguen apoyando? La represión para impedir el referéndum del 1 de octubre ya mostró los efectos perversos de este curso de acción: las imágenes de viejitas sangrando golpeadas por la policía o las noticias de líderes encarcelad­os no hacen más que producir mártires y generar mayor encono y resentimie­nto. De estas emociones, justamente, se nutre el nacionalis­mo.

Este duelo, en el que ambos lados se perciben como heroicos, ha generado una crisis de la que es casi imposible salir con bien. Mientras no se establezca un diálogo que canalice las inquietude­s independen­tistas y reforme a la Constituci­ón para que sirva a los ciudadanos y no al revés, la tensión seguirá. Cada bando seguirá conversand­o sólo con su lado.

“Ignorar [al movimiento catalán] y pensar que el problema se acabará sólo aplicando la ley y enviando a la policía ha sido y sigue siendo un grave error [de Rajoy] LORENA RUANO Investigad­ora del CIDE

“El gobierno español parece invocar el principio de integridad territoria­l para justificar los intentos de silenciar la disidencia política y las aspiracion­es de independen­cia” ALFRED DE ZAYAS Relator de la ONU

“Más allá de que su proclamaci­ón [de independen­cia] evoca un nivel de autonomía irreal en el mundo global, es irracional desde varios puntos de vista, empezando por el económico”

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